martes, 3 de noviembre de 2009

Presencia de Dios II

Amadísima Mariana:
Aunque he escrito varias cosas a partir de todo tu proceso desde la operación hasta esta recuperación milagrosa en muchos sentidos que estás teniendo y que todos creemos que vas a seguir teniendo y cada vez con más fuerza y rapidez, no había escrito cosas para tu blog específicamente, salvo el texto sobre “nuestro ángel particular” que subí hace varias semanas.
Pero ahora que he compartido contigo varios días en el centro y que tengo un ratito de calma en la noche en que tú ya has empezado a dormir después de orar juntos y de regalarme esa mirada y esa sonrisa que me hacen presente a Dios y me transparentan la paz que da el amor profundo, no quiero dejar pasar la oportunidad de compartirte unas ideas y sentires que he ido asimilando desde hace varias semanas, a partir de que una amiga de León me mandó un texto teológico bastante denso pero muy rico en significados para lo que estamos viviendo como familia y de charlas que he tenido con personas que me preguntan por ti y comparten conmigo su solidaridad y sus pensamientos.
La primera cuestión es que nos han reiterado mucho a tu mamá y a mí que lo que estamos viviendo es porque “somos muy especiales”, “muy fuertes” y que por eso Dios nos mandó esta prueba, que “Dios no le manda cosas así a quien no tiene la fuerza para afrontarlas” y varias ideas en esta línea. En mi blog subí un texto bastante espontáneo y guiado por el impulso que trataba de responder a estas cuestiones. Ese texto se titula: “No soy, no somos” y en él trato de desmentir, con apasionada rebeldía, esta idea de que somos especiales y por eso nos ha pasado lo que nos ha pasado y estamos viviendo lo que estamos viviendo.
No niego ahí, -ni sería tan malagradecido para no valorarlo-, que todo el cariño que hemos recibido de muchas personas conocidas, medio conocidas o aún casi desconocidas, se debe, en gran parte, a que a lo largo de nuestra vida hemos tratado de ser personas decentes, auténticas, serviciales y reflejar de alguna manera la fe que tenemos, es decir, -como dice una monja amiga mía de la UIA León: “la convicción de que Dios nos ama”- y a pesar de que por supuesto tenemos que reconocer que somos como decía Carlos Castillo Peraza: “pecadores estándar” porque nadie es perfecto, pues hacemos nuestra lucha por ser –otra cita, ni modo-, como dice Machado en su hermoso poema autobiográfico: “en el buen sentido de la palabra, buenos”.
Esto no quiere decir, que no reconozca – y por ahí iba el texto del blog- que también sé y lo reafirmo cada vez más, que ese cariño es en mucho gratuito, regalado, “don” o “gracia” que Dios nos manda, testimonios o medios para mostrarnos palpablemente su presencia en estos momentos dolorosos, como nos la ha mostrado en momentos gozosos y que en buena medida, todo este “escudo de amor” no es algo merecido sino simplemente recibido.
Una segunda idea es esa tan extendida en el decir popular de que: “Dios no le manda cosas a las personas que no tengan la fuerza de soportar”…nada más falso que esto, lo digo con la seguridad que nace de la propia experiencia comprendida y reflexionada. Le decía a mi amiga María el otro día que me dijo esto, que yo creo que más bien “a uno le pasan a veces cosas –inexplicables, porque el mundo es también azar, alea- superiores a sus fuerzas, pero que Dios se muestra y se une a nosotros cuando nos pasan estas cosas, de tal manera que nos da fuerzas suficientes para poder afrontarlas”. Así ha sido en nuestro caso, al menos en el mío. Tú has descubierto la gran fuerza que tienes a partir de este acontecimiento doloroso, yo siempre dije cuando sabía de cosas así que le pasaban a otras personas, que si a mí me pasaran no tendría las fuerzas para soportarlas y sin embargo, aquí estoy…aquí estoy, aquí estamos…”y ahora resulta” que somos muy fuertes y por eso aguantamos todo…
Un aprendizaje más tiene que ver con la pregunta tan humana y tan común cuando algo malo nos pasa de: ¿Por qué a mí me tiene que pasar esto? ¿Por qué a tal persona que es buena le pasa esto y no a los malos? Pues eso lo aprendió el “pueblo de Dios” desde los libros “sapiendiales” (Eclesiástico, Eclesiastés, Sabiduría, etc.) y desde la experiencia de Job. Ellos pensabann en un tiempo que al que hacía el bien le iba bien y al que hacía el mal le iba mal…pero resulta que luego se dieron cuenta de que no era necesariamente así. A Job que era una persona justa, le pasaron muchas desgracias. ¿Eran estas calamidades pruebas de Dios? Pues retóricamente o metafóricamente la Biblia dice que sí, pero si entendemos más a fondo el asunto, tendremos que llegar a algunas conclusiones como estas: La vida no es justa e incluso a veces es muy injusta, la vida no es controlable o predecible y hay sucesos que pasan al azar, porque sí, aleatoriamente, no porque sea uno bueno o malo y, finalmente, Dios no es un “profesor tradicional” que nos pone pruebas para saber si somos fieles o no, para ver si aprobamos o reprobamos. Dios simplemente se manifiesta, nos acompaña tanto en los momentos buenos como en los malos, si lo sabemos descubrir.
¿Sabes? En el texto del teólogo (de apellido impronunciable y por tanto no recordable, si quieres luego te lo checo) que me mandó mi amiga Antonieta, la tesis fundamental consiste en que el ser humano tiende a preguntarse, cuando pasan las cosas malas (y esto lo reflexiona incluso con la pasión y muerte de Jesús), el por qué Dios permite o manda esas cosas, incluso llega a veces a preguntarse el para qué –sentido- de eso que ocurre. Pero la pregunta que deberíamos hacernos en los momentos difíciles no es: ¿Por qué Dios permite esto? Sino: ¿Dónde está Dios en este acontecimiento? El cambio de la pregunta cambia todo el sentido al hecho.
Yo he respondido a amigas y amigos que me dicen: “No logro entender por qué les pasó eso a ustedes que son buenas personas” con la pregunta: ¿Y por qué no? es decir: ¿No por ser personas estamos en el mismo juego de probabilidades que todos los demás en el mundo tanto para las cosas buenas como para las malas? Si trascendemos la visión mágica de la vida o la perspectiva simple de análisis, tendríamos que decir: ¿por qué no?
Pero en estos meses que ya llevamos con tu enfermedad, con tu dolor y sufrimiento, con el escudo de amor y sobre todo con la experiencia de Dios que tuviste en terapia intensiva, yo he comprendido esto que plantea el teólogo en su escrito: No debemos preguntarnos por qué sino ¿Dónde estaba Dios en este suceso? Mi respuesta y creo que es nuestra respuesta, es que Dios ha estado al lado de nosotros todo este tiempo, que ha estado y sigue estando sentado al pie de tu cama en el hospital, en el centro y pronto, muy pronto en la casa. Que ha estado con nosotros desde que el Dr. Pintos te diagnosticó el tumor, en el modo en que llegamos al Dr. Klériga, en el tener dos seguros médicos que nos permitieran afrontar esta situación con sacrificios pero posibles, en el apoyo de pensamiento, oración, acción, compañía física o virtual de todos los conocidos cercanos y no tan cercanos que han estado tejiendo este “escudo de amor”, construyendo esta red de ángeles que te protegen y nos dan energía cuando se siente que se agota, esperanza cuando llega la desesperación, consuelo en el momento del llanto, abrazos en el momento de los avances y los signos de recuperación.
Gracias a Dios estás de regreso. Gracias a Dios va ganando la vida. Gracias a Dios ganará la vida y volverás pronto, lentamente pronto a recuperar tu vida cotidiana que sin duda será más honda, más alegre, aún más amorosa de lo que ha sido hasta ahora desde el día en que Dios nos bendijo con tu nacimiento casi dos breves décadas atrás y con tu renacimiento hace ya tres larguísimos meses.
Te quiero mucho, gûera.
Papi

Tres imágenes para el día del maestro.

*De mi columna Educación personalizante. Lado B. Mayo de 2012. 1.-Preparar el futuro, “Qué lindo era el futuro...