*Artículo publicado en Síntesis: 14/04/2008.
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Autobuses apedreados afuera de los estadios,
intentos de agresión a jugadores por parte de pseudo-aficionados, connatos de
agresión a jóvenes “emos” por parte de jóvenes de denominaciones distintas, “secuestro”
del congreso y “clausura” de la posibilidad de debatir y legislar por parte de
los mismos que tienen la obligación de debatir y legislar, defensa legalista de cargos públicos por parte de gente que sabe
que ha tenido una actuación éticamente reprochable. Estos casos se repiten
cotidianamente en diferentes ámbitos de la vida del país.
La realidad actual está
pidiendo urgentemente que la educación trabaje para hacer que en las aulas se
“aprenda a convivir”.
Aprender
a convivir es un proceso difícil, dado que cada persona tiene naturalmente una
tendencia a ocuparse de buscar lo que la haga mantenerse en la vida frente a
las amenazas externas. Pero al mismo tiempo todo individuo tiene una tendencia
natural a relacionarse con otros y a buscar lo que conviene a la generalidad.
Si
los mexicanos queremos construir un país verdaderamente democrático, el
aprender a convivir se convierte en una dimensión esencial a atender en
nuestras escuelas y universidades.
La
democracia requiere de una formación ciudadana eficaz que se oriente hacia el
respeto, la búsqueda de comprensión del otro, el diálogo razonable sobre las
diferencias y la tolerancia respecto a expresiones distintas.
La
estrategia educativa para la formación ciudadana necesita, además de materias
de “Educación ética” o “Civismo”, de la construcción de una convivencia escolar
basada en dichos elementos.
Es momento de preguntarnos todos: directivos,
profesores, alumnos y padres de familia:
qué tanto contribuimos a la construcción de una convivencia escolar que forme
ciudadanía democrática o la obstaculizamos pretendiendo imponer nuestras verdades
y valores sin tomar en cuenta que en educación y en democracia, como decía
Antonio Machado: “Todo lo que sabemos lo sabemos entre todos”.