lunes, 8 de junio de 2009

Para el calendario del 75 cumpleaños de mi papá

ALGUNOS APRENDIZAJES…
DESDE SU VIDA PARA LA VIDA.

El “jefe” es un hombre que se ha hecho a sí mismo. No en el sentido genérico del que hablan los filósofos, porque de algún modo todos los humanos nos tenemos que forjar una existencia más o menos humana. Tampoco solamente en el sentido que usan en la sociedad estadounidense para hablar de aquéllos hombres que desde cero lograron construir un capital económico más o menos grande. El “jefe” se ha hecho a sí mismo de una manera más concreta y más compleja: desde la dura realidad del trabajo que se tiene que hacer desde niño, para sobrevivir y para ayudar a una madre sola a sobrevivir, hasta la feliz realidad del trabajo que además se vuelve pasión y vocación, identidad y reconocimiento social, testimonio y construcción de una vida para vivir, gozar y dar vida a otros…más allá de la mera supervivencia.
Este es sin duda el principal aprendizaje que yo recibí de él, que me atrevo a afirmar que todos sus hijos recibimos: el trabajo que es medio para construirnos una vida digna, la convicción de que en la existencia nada es regalado y hay que ganar el “pan de cada día” y ganar la vida día a día, pero que este trabajo además de ser un medio para tener, es una forma de construirnos un ser: para vivir, gozar y dar vida a otros.
El “jefe” es además, como dice Machado: “en el buen sentido de la palabra: bueno”…abierto al que necesita de su apoyo, entregado a los demás por convicción, constructor de iglesia a partir de una fe que nos ha inculcado y que todos vivimos de alguna u otra forma, desde el modo personal y familiar en que cada uno va resignificando y descubriendo el misterio de la vida y sus posibles horizontes de sentido.
Este es otro aprendizaje recibido. Un aprendizaje que yo trato de vivir a diario, en una búsqueda no exenta de dudas, de conflictos interiores, de momentos de desolación pero también de experiencias concretas de gracia, de momentos de gratuidad y de amor que trasciende, de amor que imprime dirección a la vida y que renueva mi vida de vez en vez, cuando dejo de resistirme al llamado de ese alguien que como dice Paz: “en este mismo instante, me deletrea…”
Pero además el “jefe” sabe querer y ha sabido querernos…aunque no lo diga con palabras nos lo ha dicho con la vida. Con esa vida que se esforzó para que sus hijos tuviéramos menos difícil el camino de hacernos a nosotros mismos, con el trabajo que hizo que a nosotros la vida nos costara menos trabajo, con el salto que nos puso en otras condiciones para poder vivir nuestra vida.
Ese es un aprendizaje que reflejamos: el saber querernos y estar para los demás cuando nos necesitan, el tenernos presentes siempre como familia…ese es también un aprendizaje pendiente: el saber decirnos con palabras lo que balbuceamos solamente con acciones. Aprender a decirnos que nos queremos…aprender a decirte que te queremos, que te quiero como ahora lo escribo, como en el momento en que recibas este calendario y en los momentos que lo veas en la pared, quiero que te sientas querido.

Martín.

Para Ray (mi hermano siempre recordado)

Raymundo Eugenio y mi problema con la muerte…

“!Ya me lo mataron!, ¡Ya me lo mataron!” gritaba llorando mi papá –al que muy pocas veces en mi vida he visto llorar, incluso no lo ví en el funeral de Ray al que se refería desesperadamente este grito-…”!Ya me lo mataron!” y corría hacia nosotros que íbamos también corriendo hacia donde estaba él con otras personas, el tío Pedro entre ellas, no recuerdo quién más…
Unos minutos antes –si el hubiera existiera, si se pudiera regresar el tiempo- nosotros estábamos sentados en la banqueta en línea, como formados esperando a que llegaran a la meta imaginaria –era un entrenamiento y no una carrera oficial- los miembros pequeños del club Jet, los de siete años –ahora que lo escribo pienso que es la edad de Daniela, muy pocos años- que venían dando la vuelta al estacionamiento del estadio Cuauhtémoc, donde habíamos sido llevados a entrenar.
Recuerdo que los más grandes –nueve años no era mucho más, pero yo estaba en otra categoría con mi primo David y otros- ya habíamos pasado nuestro turno antes, pero la muerte no se apareció sino hasta esa segunda o tercera ronda.
Nosotros sentados en la banqueta vimos a lo lejos -recuerdo aún a David riéndose como si hubiera sido un pequeño incidente- sin saber aún lo que pasaba, como todos los demás, a un camión de carga que se metía a la calle interior del estacionamiento por donde venían corriendo todos, Bernardo y Ray en el grupo. Desgraciadamente Ray se retrasó del pelotón y el chofer creyó que ya habían pasado todos –“¿ya pasaron todos?” dice Pablo que preguntaba mi papá dentro de la camioneta- pero faltaba uno, faltaba Ray y todos vimos como Ray chocaba contra la defensa del camión y caía de la bicicleta…todos asumimos que era solamente una caída leve, algo hasta gracioso según la risa de David. Sin embargo cuando corrimos hacia el lugar mi papá venía en sentido contrario a nosotros gritando, todo era confusión y mi tío Pedro y otros adultos nos detuvieron, no dejaron que nos acercáramos al lugar…
El siguiente recuerdo es el de ir en la caja de la pick up donde cargaban el mármol –nuestra infancia, adolescencia y juventud se desarrolla siempre con una pick up de esas-, todos sentados y callados, nadie producía el menor ruido, nadie entendía o quizá los que estábamos un poco mayores no queríamos entender, lo que había pasado.
De allí a la casa de la 7 sur, el llanto de todos y la sala de pronto convertida en “capilla ardiente” –nunca he entendido el nombre-. Recuerdo allí la insistencia de los pequeños que cumplían años por su pastel –la recuerdo por haberla vivido y por las miles de veces que mi mamá la contaría después- y recuerdo a Angel, nuestro semi-medio-hermano (indefinido, como tantas cosas en la familia nunca supimos bien a bien cómo llegó a nuestras vidas y cómo se fue y siempre fue tratado como algo menos que medio hermano y algo más que un niño empleado doméstico recogido por mis papás por petición de su gran amigo “el padre Portillo”, al que sólo conocimos de oídas). Lo recuerdo llegando por el pasillo que atravesaba la casa por un lado y allí llorando al enterarse de que “su rayito”, el que siempre fue su consentido entre los hermanos, había muerto en un accidente absurdo, atropellado por un materialista.
Y luego el pastel –Pablo lo recuerda en casa de la abuela y yo en el desayunador de la casa…creo que él tiene razón, pero mi mamá grabó en mí la otra imagen porque siempre contaba que “hubo velatorio en la sala y pastel de cumpleaños en el desayunador”- en el que todos participamos en el total desconcierto. Al día siguiente el panteón y de allí la construcción de una capilla –donde mi papá expresó su vocación arquitectónica y desfogó sus energías por un tiempo- y la sucesión anual de homenajes, de esas carreras de ciclismo infantil “Raymundo Eugenio López Calva” que salían reportadas en “El heraldo de Puebla” con fotos de la competencia y del panteón. Esos homenajes que año con año torturaban a nuestros papás y que nos hacían tener que asistir nuevamente a la representación de algo de lo que después, a lo largo del año, nunca se hablaba…tal vez por protegernos del recuerdo, por evitarnos traumas posteriores…pero más bien construyéndonos esos traumas, tatuándolos con música de mariachi, Panteón Francés y capilla con piedrín de Santo Tomás…
En efecto, no se hablaba de eso, solamente mi mamá lo platicaba con otras personas, lo repetía y lloraba, mientras mi papá iba de médico en médico sintiéndose mal de todo sin tener nada -¿algo que ver con mis malestares constantes e inexplicables durante estas mis épocas alrededor de los cuarenta que él tenía cuando todo pasó?- y los años pasaban y solamente se volvía a recordar en el homenaje y cuando ya no hubo Sr. Tlacuilo que lo organizara, con una escueta frase de mi papá en la mesa: “Hoy m´hijo” Ray cumple tantos años”.
“!Ya me lo mataron!” “!Ya me lo mataron!”…esa frase retumbra en mi inconsciente y de vez en vez se me aparece en el conciente con la imagen de mi papá joven, desesperado, impotente, frágil, corriendo sin saber hacia dónde ni para qué…será por eso que a pesar de todas sus cosas que no entiendo y que generan ese enojo colectivo entre nosotros sus hijos, sigo teniéndole una profunda compasión y aunque no lo confronte y quizá no lo apoye tanto como debiera o quisiera, sigo cargándolo todos los días…
Mucho de mi sombra tiene que ver con esa frase y con esa imagen, con el profundo miedo a la muerte propia o ajena que aún me paraliza y que muy a mi pesar me ha tocado enfrentar en la Ibero cuando tuve que decirle, junto con un jesuita a un papá, que su hijo estaba siendo bajado por los socorristas de la Cruz Roja, muerto, después de una subida accidentada al “Pico de Orizaba” con nuestro equipo de alpinismo universitario o cuando acompañé con Gaby a Luisa, desde que Willy cayó de la cuatrimoto y se rompió por dentro hasta el espejismo de su recuperación y su muerte y su post-muerte…su sepelio y sus años de ausencia y los tiempos oscuros de Luisa rebelándose contra esta injusta y estúpida muerte de un gran artista y gran persona, tan injusta y estúpida como la de un niño de siete años…
Creo que en mi caso, más que despedirme de ti, querido Ray –porque fuiste querido cuando convivimos y jugábamos al fútbol en el patio de “la casa grande” y de algún modo, en el semi-olvido de hoy sigues siendo querido en lo profundo-, este texto me está llevando a intentar un ejercicio de aceptación de la indigencia humana, de la fragilidad que todos tenemos –aunque seamos “Raymundo López, el que regaña a todos”-, de la profunda necesidad de los otros que todos padecemos-gozamos y de la inevitable aunque misteriosa y aún temida realidad de la muerte, a la que algún día, tarde o temprano vamos a llegar y a la que ojalá pueda recibir en paz y con una sonrisa por todo lo grandiosa que ha sido y sigue siendo mi vida a pesar de este dolor profundo que cambió para siempre el rumbo de nuestra familia.

No puede decirse el amor...

TEXTO PARA LA BODA DE BERNARDO Y ANA MARÍA
Como el poeta “digo que no puede decirse el amor”, no puede decirse al menos con palabras, con discursos lógicos o con promesas. No puede decirse más que con gestos, con miradas profundas y con un corazón transparente que se refleja en la cotidiana transparencia de una decisión sostenida.
No puede decirse el amor si no se dice con la vida y se repite en el asombro del constante gozo de descubrir al otro, en la sorpresa del persistente esfuerzo de descubrirse en el otro. El amor se dice amando y es entonces cuando resuena mucho más allá de nosotros y es por eso que sigue diciendo tanto a tantos.
El amor se dice buscando y por ello nunca descansa. Viendo hacia delante, siempre un paso más allá, una mirada distinta, un rostro nuevo, un regalo de la vida, una aventura por recorrerse, un reto entre dos que descubren el universo en sus ojos que se encuentran, que pueden integrarse en el cosmos cada vez que se toman de la mano.
El amor se dice confiando, porque nace de la confianza y se teje de confianza que no es una cómoda ceguera sino una lúcida mirada compasiva, que no se va fraguando porque el otro sea perfecto sino que se va extendiendo para acoger su vulnerabilidad y envolver nuestra propia indigencia.
“Digo que no puede decirse el amor”, pero puede palparse en el signo que encarnan con su vida dos personas que se aman. Puede escucharse en sus rostros, saborearse en la huella que dejan sus pasos, mirarse en el aroma de su testimonio.
No puede, no debe decirse el amor con simples palabras, pero sin duda puede y debe celebrarse, hacerse sacramento que humaniza a los que se aman y contagia de humanidad a los que se unen con ellos, convirtiéndose en pretexto de comunión.
Ana María y Bernardo: Nos llena de emoción ser testigos del sacramento que a través de palabras, de símbolos y objetos, pero sobre todo de nuestros corazones sintonizados en la disposición para religarnos con la fuente del amor sin fronteras, hará de su amor un compromiso existencial, que de hoy en hoy, irá construyendo un hermoso para siempre.
MARTÍN
Julio, 2007.

Para la boda de Olesya y Gabo (mi hermano el menor)

Coincidir…encontrarse, transformarse.

“Tanto tiempo, tantos mundos, tanto espacio…
y coincidir”
Alberto Escobar

La cita suena trillada y sin embargo parece hecha a la medida para esta unión de Olesya y Gabo, de Gabo y Olesya que celebramos y queremos recordar con este calendario que se ha ido construyendo como tradición familiar.
Coincidir en un tiempo y un espacio, viniendo de mundos tan distantes, de culturas tan distintas, de espacios y climas humanos diferentes es un hecho misterioso que habla del amor que nos encuentra en el momento menos pensado y nos toma por sorpresa tal vez a partir de unos amigos en común que nos invitan a una fiesta.
Pero la coincidencia de fondo no es externa sino interna. Coincidir en lo que nos gusta y nos disgusta, en la mirada con la que vemos al mundo, en el sentido hacia el que queremos caminar. Coincidir en las preguntas que nos mueven a vivir, en las respuestas en que creemos y nos ayudan a seguir viviendo, en las búsquedas que nos mantienen vivos. Esta es la coincidencia de fondo que confirma que los humanos somos misterio y que el amor es el motor que dinamiza este misterio.
Alguna vez escribió Carl Jung que “el encuentro de dos personalidades es como el contacto de dos substancias químicas: si hay reacción, ambas son transformadas”. Es así que coincidiendo en el tiempo y el espacio de una fiesta con amigos en común, Gabo y Olesya se descubren y van acercándose en su coincidencia interior, es así que se encuentran y a partir de ese encontrarse y reencontrarse van transformándose ambos, construyéndose ambos como personas independientes pero comprometidas en un proyecto común.
Hoy es otra vez la coincidencia en el espacio y en el tiempo. Hoy es nuevamente la coincidencia de espíritus, el encuentro que hace la reacción que transforma. Hoy es un punto de llegada de esa coincidencia y ese encuentro; es un punto de partida para estrechar y profundizar esas coincidencias, para expresar frente a los que los queremos que apuestan por continuar ese encuentro y que seguirán transformándose mutuamente en ese encuentro de ellos en el mundo y del mundo en ellos.

Una tarde, el abuelo...

Una tarde, el abuelo decidió morirse o fue Dios, que siempre lo tuvo entre sus preferidos. Una tarde cualquiera, de un día cualquiera: no era fin de semana, ni día festivo, ni se celebraba algún santo especialmente famoso. Murió pues, como vivió su vida: de manera callada y tranquila, sin alardes ni estridencias, incluso casi a solas, sin público que atestiguara esa partida tan especial por discreta y común, como su vida.
Una tarde el abuelo se quedó dormido y entró a la eternidad sin hacer ruido. Igual que acostumbró vivir la vida. Sin ser el centro de atención, sin girar instrucciones ni pedir nada.
Esa es la imagen que guardo de su paso por el mundo. Quizás porque nací cuando pasaron sus tiempos oscuros, esos que son casi leyenda de tanto no contarse, en esta familia en que el orgullo de un apellido supuestamente exclusivo, nos quita a veces las posibilidades de asumirnos como seres humanos. Esos tiempos que hicieron de él, el villano bueno, -quizás por el pecado de querer disfrutar la vida- y de la abuela la heroína del "deber cumplido y el dolor callado", la marca del deber ser que es el sello familiar que nos cierra hasta hoy las puertas del gozo y la legítima alegría.
Disfrute es lo que heredo de esas tardes de domingo en que sin proponérselo me hizo admirar el raro y hoy polémico placer de una buena faena en una tarde de toros, placer que sigo viviendo en dosis muy escasas y siempre mediadas por la televisión, aunque ahora no sea en blanco y negro. O el placer de fumar un puro muy de vez en cuando, en las grandes ocasiones en que puedo arriesgarme a tres días de garganta irritada o incluso a un poco de taquicardia.
Creo que por no olvidar sus historias de admiración por el ejército alemán, -por brillante estratega, espero y no por nazi, aunque quizás un poco había de eso-, en el recuento de la herencia entra también mi apasionado gusto por la historia y por todo lo humano que la historia nos revela. Con las luces y las sombras, con las enormes contradicciones que implica ser miembros de esta especie paradójica y misteriosa.
Tal vez por eso no entiendo el juego de los buenos y los malos que juegan empecinados los hijos de este abuelo. Tal vez por eso me dio ternura pero también cierto coraje ver como aún en su entierro, cada uno rumiaba su desolación en su propia esquina: uno en silencio, otra diciéndole adiós, otros cantando como si hubiesen sido scouts, mientras mamá contestaba casi a gritos un rosario que no venía al caso, con más rabia que fe.
Cada uno matando al silencio por separado, incapaces de estar juntos, de abrazarse todos por un momento como seguramente tú y la abuela hubieran querido.
Probablemente fue porque tú no dejaste instrucciones sobre qué hacer en tu sepelio, no pediste mariachis ni el “Son de la negra” ("si me la hubieran hecho buena", habrás pensado en estos últimos años). No dejaste instrucciones para tu muerte porque tampoco diste instrucciones en vida. Eso le tocaba a la abuela, tú solamente viviste y dejaste vivir.
Así como no hubo mariachi, seguramente no habrá libro ni homenajes. No fuiste lo suficientemente atractivo para eso. Fuiste simplemente, tan simplemente humano como para que casi no se te notara.
Por eso manejando de regreso del panteón, me hiciste soltar un par de lágrimas privadas y me impulsaste a escribir estas líneas que quieren solamente recordarte o expresar al menos, una parte del recuerdo subjetivo que me queda de tí.

A petición de nadie: Martín.
Por azar y privilegio, el mayor de tus nietos. 30-31 de agosto de 2005

Magia Realista

… porque los profes que viven cien cursos de necedad están condenados a no tener nunca una segunda oportunidad…

Sobre la Práctica docente...

I

Ninguna docencia
Queda impune…

Tres imágenes para el día del maestro.

*De mi columna Educación personalizante. Lado B. Mayo de 2012. 1.-Preparar el futuro, “Qué lindo era el futuro...