MENSAJE DE MARTÍN LÓPEZ CALVA.
Un
testimonio personal agradecido.
(Una ceremonia significativa más por el cariño familiar con que se otorgó el reconocimiento que por el nulo merecimiento de él por mi parte)
Para la Dra. Mónica Gendreau Maurer
Por su testimonio de vida
Aún frente a la muerte.
Si
el ser humano no es un problema que tiene solución, sino un misterio que nos
enfrenta progresivamente a nuevas preguntas como afirma Marcel, la Educación,
entendida como intervención sistemática y planificada que busca la humanización de las nuevas generaciones a
través de la comunicación de la herencia cultural y de la facilitación del
descubrimiento por parte de las generaciones presentes, tiene que concebirse como un proceso misterioso en
el que más que enseñar respuestas, se tienen que suscitar preguntas que
promuevan este desarrollo que es simultáneamente individual y colectivo,
biológico-psicológico-ecológico-social-intelectual-moral y espiritual.
Si el ser humano es misterio, la
Educación que es una de las actividades más profundamente humanas, porque como
dice Savater: “La principal asignatura que se enseñan los seres humanos es en
qué consiste ser humano”, tiene sin duda mucho de saber científico y de
sabiduría práctica pero también, indudablemente, una fuerte dosis de misterio.
Porque como dice Fullat, cuando la
Educación se concibe desde una antropología que ve al ser humano simplemente
como una combinación de procesos de maduración psico-biológica (Physis) y de
socialización e inculturación (Polis), tendremos como resultado Pedagogías que
pueden tener un alto grado de cientificidad y eficiencia en la formación
técnica de profesionales, pero que sin lugar a dudas, dejan fuera la parte más
distintiva de lo humano que es la que lo hace misterio.
Es necesario, en palabras del mismo
autor, concebir al ser humano como la integración armónica de esa Physis y esa
Polis que nos dan como resultado procesos de maduración y de incorporación a
una civilización determinada –una adaptación al mundo, un hacerse cargo de sí
mismos en la realidad- , pero también de una Ruah o desmesura del espíritu, que
le da a ese ser humano la capacidad de potenciar su desarrollo orgánico y su
adaptación civilizatoria hasta límites
creativos que siempre están rompiendo las barreras de lo imaginado –una
adaptación creativa del mundo, un hacerse cargo de la realidad que le toca
vivir para hacerla más humana-. Este tercer elemento combinado con los otros
dos, es lo que le da a la Educación su dimensión plenamente humana y su talante
de proceso creativo: la educación es un proceso creativo porque persigue la
creación y recreación continua del mundo y del ser humano en el mundo. En ese
sentido de liberación desmesurada, podemos entender la afirmación de Freire de
que el educador “…renombra el mundo, recanta el mundo, repinta el mundo,
redanza el mundo …”
La ruah o desmesura del espíritu humano
que se despliega, o a veces se bloquea en las instituciones y sistemas
educativos, es seguramente lo menos “científicamente explicable” del proceso
educativo, pero sin duda, es lo esencial en este proceso, lo que le da su
sentido profundo.
Esta es una manera de decir lo que
tiene como sustento una auténtica educación humanista, que es la que yo he
aprendido y he tratado de reflexionar y promover entre los educadores y
educandos en mi corta y aún muy frágil trayectoria académica, que hoy,
inmerecidamente recibe este reconocimiento que agradezco infinitamente.
¿Cómo desarrollar esta RUAH que
potencie armónicamente el desarrollo psico-biológico y del desarrollo
socio-cultural de los educandos?
Desde mi particular experiencia y
reflexión, este desarrollo tiene que darse en la combinación de tres aspectos
clave en todo proceso educativo: ambiente (s), presencia (s) y encuentro (s).
No hay posibilidades de Educar si no
existe un ambiente propicio que haga que los educandos y los educadores estén
motivados al compromiso y abiertos a la confianza mutua. No hay posibilidades
de educar, si no se dan encuentros significativos entre educadores y educandos,
entre grandes saberes o tradiciones o enfoques y educandos deseosos de saber,
entre educandos y educandos en búsqueda común. No puede haber educación si no
hay presencias que sean en sí mismas, educadoras de las generaciones futuras,
testigos de la humanidad que facilitan el aprendizaje de lo que es ser humano y
vivir humanamente en una realidad concreta.
Estos tres elementos se alimentan
mutuamente. Son como un sistema articulado en el que se forma un todo que no es
nada sin las partes, en el que cada parte es imprescindible, pero no tiene
sentido si no es en el todo.
Los ambientes propicios generan sin
duda mayores probabilidades de que las presencias significativas se vayan
actualizando y desarrollando hasta ser reconocidas. Las presencias auténticas
generan al interrelacionarse ambientes positivos y generadores de crecimiento.
Las presencias educadoras promueven o facilitan de maneras muy pertinentes y
adecuadas para cada educando, los encuentros necesarios con el pensamiento, la
ciencia, la cultura y la historia humanas. Los encuentros significativos con
los grandes testimonios de humanidad, propician el crecimiento y el despliegue
de presencias que testifican lo humano en la realidad actual. Los encuentros
profundos y transformadores generan sin duda también, ambientes de búsqueda, de
valoración y de diálogo crítico y creativo que van alimentando una mejor
educación.
La Educación como proceso humano
depende entonces en mayor medida mas que de los contenidos, las instalaciones,
el presupuesto, las bibliotecas o los grados académicos, de la combinación
adecuada e integrada de: Ambientes de crecimiento, presencias auténticas y
encuentros significativos.
Aunque la investigación educativa,
sobre todo de corte psicológico o sociológico, ha documentado la importancia y
algunos rasgos del clima, atmósfera o ambiente propicio para que suceda el
misterio de la educación, este proceso sigue teniendo muchos rasgos ocultos
para la ciencia o las ciencias de la Educación y es un proceso que, aunque
tiene muchos rasgos empíricamente observables, solamente puede ser explorado y
comprendido cabalmente, aunque nunca del todo, desde una investigación
reflexiva o filosófica.
A pesar de que existen muchos estudios
sobre los perfiles de los docentes, sus procesos de conocimiento y de toma de
decisiones, sus historias de vida, los métodos predominantes o el tipo de
relaciones que establecen con sus educandos, el análisis comparativo de las
docencias exitosas no dará nunca información suficiente para comprender este
fenómeno misterioso de la empatía, la comunicación profunda, el amor mutuo y el
compromiso fraterno que se da entre un docente y su grupo de estudiantes. Este
es un fenómeno, en palabras de Fullat, “metaempírico”, que tiene que ser
estudiado y reflexionado filosóficamente.
No obstante que existen muchos estudios
teóricos, metodológicos, didácticos, científicos, que han ido progresivamente
aportando elementos para la selección, dosificación y presentación de los
contenidos que hay que incluir en la educación de los distintos niveles y
modalidades del sistema educativo, es aún un misterio por desvelar el proceso
por el cual un contenido, un tema, un enfoque teórico, un autor o escuela de
pensamiento, se convierten en verdaderos encuentros que transforman la
perspectiva y aún la vida de los educandos. Este es, un fenómeno más, que
manifiesta esa RUAH o desmesura del espíritu humano, un proceso paulatino de
liberación de lo humano a través de la educación que tiene nuevamente, que ser
estudiado desde una perspectiva filosófica.
En algún artículo el gran maestro del
pensamiento educativo y padre de la investigación educativa en México, el Dr.
Pablo Latapí Sarre, dice que en la Secretaría de Educación Pública, más que
políticos o administradores que se ocupen de organizar, controlar, planear y
evaluar o aún inspeccionar lo que sucede en las instituciones educativas del
país, debería haber filósofos que se ocupen de pensar continuamente y de manera
sistemática, holística y normativa sobre el ser y las finalidades de la
Educación y de construir creativamente la visión de futuro que queremos para
nuestro país.
Esta relevancia de la filosofía en la
educación, hasta ahora poco reconocida en México, debe ser un motor de lo que
muchos académicos del campo educativo, puedan ir trabajando para mejorar los
procesos educativos en el país, que a pesar de que las pruebas internacionales
parezcan decir que la solución está en la capacitación práctica, requieren de
reflexión permanente y de largo plazo más que de soluciones pragmáticas e
inmediatistas, necesitan lo que Lonergan afirma : “Ser supremamente prácticos,
renunciando a lo que se piensa que es lo práctico”.
Esta ha sido, más llevada por el azar y
las circunstancias que quizá por una decisión deliberada, mi búsqueda en el
campo de la Educación y lo seguirá siendo en tanto recibo el doctorado honoris
causa como una especie de anticipo o pagaré que tengo que ir solventando o
cubriendo con el trabajo permanente y cada vez más profesional y comprometido
en esta tarea de ir construyendo una perspectiva filosófica de la educación y
sobre todo, una valoración del aporte de la filosofía a la educación en este
cambio de época en que nos ha tocado vivir.
¿Por qué el desarrollo de mi vocación
educadora? ¿Cómo se fue dando el proceso de mi propia educación? Creo que esta
es una ocasión propicia para reflexionarlo y hacer un breve recuento del camino
recorrido hasta ahora.
AMBIENTES:
Un ambiente educativo tiene que cumplir
con algunas condiciones: aceptación incondicional de las personas, valoración
de los afectos y las ideas de los protagonistas, reconocimiento de las
historias personales, ánimo de crecimiento, fomento de la cooperación y la
solidaridad.
¿Cuáles son los ambientes que me
educaron y de algún modo me hacen estar hoy aquí, recibiendo este
reconocimiento?
Una familia, dos familias, tres
familias que son una sola familia. López Calva, López Gonzalez, Gonzalez List…
De algún modo esta ceremonia tiene una fuerte connotación familiar y de
homenaje, no tanto a personas concretas de una familia concreta sino al núcleo
familiar con todas sus contradicciones y desviaciones pero también y sin duda,
con todas sus riquezas y potencial de crecimiento.
Estos ambientes familiares donde
predomina el amor incondicional y el testimonio del trabajo apasionado, la
educación como camino, el estímulo intelectual, la fe siempre debate pero
también siempre testimonio, y entre Gaby, Mariana, Paulina, Daniela y yo,
siempre sustento y motivo para pensar y pensarnos, para sentir y sentirnos,
para dar y darnos…estos ambientes familiares son sin duda la raíz de mi propia
educación.
Un patio enorme y siempre lleno de
niños –de todas las clases sociales- jugando, haciendo todos los deportes
posibles, un coro que canta pero sobre todo hace crecer en comunidad, unas misas
con batería y guitarra eléctrica pero sobre todo con un entusiasmo que es
verdadera presencia de Dios, un grupo de “exploradores” o alpinistas, unos
maestros y un director que conocen a todos, juegan con todos, cantan con todos,
suben la montaña con todos…un ambiente de colegio salesiano, muy al estilo
genuinamente Don Bosco: la Fe es alegría y tiene que vivirse con alegría…
Una prepa que enseña a investigar, que
promueve la búsqueda, la convivencia, la preocupación por los demás, la
conciencia social a la que muchos compañeros eran impermeables, la alegría en
la celebración y el sentido de formación intelectual con finalidades, no
siempre logradas pero siempre buscadas, de mucha seriedad académica. Un colegio
jesuita en el que se respira la tradición y sin embargo se busca siempre estar
a la vanguardia (hasta la incomprensión de la sociedad tradicional de Puebla).
Un colegio que tiene “algo” en el ambiente, que no importando profesores
buenos, regulares o malos, deja siempre una huella muy honda.
Un grupo juvenil de evangelización que
nos cambia la vida y nos da una orientación de vida imposible de cambiar, un
grupo de amigos a los que casi no vemos pero seguimos queriendo
entrañablemente, un sacerdote, Hilario, y dos hermanos, Pedro y Arturo, que son
amigos y testimonios de entrega a los pobres más allá y aún en contradicción
con el snobismo de un templo de moda y
de la sensibilidad a flor de piel de una forma de celebrar la fe que a veces
cruza la línea del fanatismo y la magia.
Un ambiente de trabajo que seduce, una
Ibero tan atractiva y pertinente en su búsqueda eterna y siempre nueva que nos
hace resonar, identificar nuestro proyecto de vida hasta casi confundirlo con
ella, una universidad que nos atrapa, nos absorbe, nos desgasta, nos enoja, nos
hace gozar, nos pone a vibrar juntos, nos divide, nos separa pero nos hace
sentir siempre juntos…un ambiente educativo permanente en el que siempre hay
preguntas nuevas, presencias renovadas y sugerentes, testimonios impactantes…
A estos ambientes debo agradecer mi
vocación educadora, híbrido de pedagogía preventiva salesiana, de pedagogía
ignaciana y de un poquito de teología de la liberación…sin duda transformadas,
interpretadas o malinterpretadas a la luz de una práctica que ya va para veintitres
años en la docencia, diecisiete de ellos de tiempo completo –o repleto., a
pesar de que me siguen preguntando que si soy arquitecto por qué no trabajo y
nada más estoy en la universidad.
PRESENCIAS:
Una presencia educadora tiene como
rasgo fundamental la autenticidad, que no es otra cosa que el diario esfuerzo y
la capacidad en desarrollo de ser cada día más uno mismo, más allá de máscaras,
imitaciones o intereses. Por eso no importan los distintos temperamentos (desde
el padre Cacho hasta el capitán León, por ejemplo) o los métodos diversos y aún
los contenidos o campos temáticos, una presencia educadora, comunica humanidad
no importando los modos y los medios. Una presencia educadora deja huella más
allá de que se olvide lo que enseñó.
De estas presencias hay sin duda muchas
en mi trayectoria. Por supuesto que desde la familia: papá, mamá, hermanos y
hermana, Gaby y mis hijas, los amigos de verdad, son presencias educadoras
fundamentales en mi vida. Me gustaría sin embargo, recordar especialmente a
algunos de mis maestros más significativos en la vida, a aquellos que dejaron
huella en mí, no importando el tiempo que compartieron conmigo ni la edad a la
que lo hicieron.
En mi camino de formación he tenido
magníficos profesores. Sin embargo y en primerísimo lugar, reconozco desde
siempre a dos grandes maestros en mi vida: Carlos Castro Páramo (q.e.p.d.) con
su eterna juventud y su espiritualidad salesiana siempre congruente con la
pedagogía del acompañamiento cercano, de la convivencia alegre, del ánimo fraterno
y del esfuerzo por hacer de la vida una auténtica aventura. Ricardo Avilés
Espejel, el pop, como lo conocemos sus amigos-discípulos o sus
discípulos-amigos. El pop que es la sabiduría en el sentido profundo y
trascendente, es la comunicación siempre presente de significado personificado
que enseña autenticidad con la vida y no con los libros.
Sin duda hay una lista pequeña de otros
maestros significativos: en mis años de la Ibero y por orden de aparición, el Dr.
Juan Bazdresch S.J. y su talento filosófico impresionante, el Mtro. Xavier
Cacho S.J. y su sabiduría con visión histórica y mística, el Mtro. Miguel
Manzur y su erudición llena de humor y de entrega, el padre Joe Flanagan S.J. con su testimonio
de jesuita-académico-ser humano siempre generoso y abierto a aprender y a
compartir sus aprendizajes, la Dra. Marylin Cochran-Smith y su pasión rigurosa
por investigar la práctica docente y algunos otros que ahora no menciono pero
que sin duda influyeron decisivamente en mi educación.
Presencias educadoras que sin ser mis
profesores me han ido mostrando caminos de humanidad como el Fís. Gabriel Anaya
S.J., amigo entrañable y jesuita ejemplar, el Dr. Armando Rugarcía, ejemplo de
pasión educadora y gestión democrática, mi amigo Willy Cabello (q.e.p.d.) y su
pasión por el arte y por la vida: así como el Mtro. Javier Sánchez, mis
homólogos David Martínez, Martha Mora, Rosa Alicia Esténs, cada uno a su modo y
en su estilo, maestros en la visión y la gestión del proyecto universitario.
ENCUENTROS:
Un encuentro educativo es sobre todo un
momento o un proceso simbólico que transforman el modo de ver el mundo. No
importa la duración del encuentro sino la profundidad de su huella, esto es lo
que nos marca y alimenta búsquedas que nos van construyendo como sujetos humanos.
En un encuentro intervienen de manera igualmente importante, el sentido y la
profundidad de aquélla persona o búsqueda con la que nos encontramos, y el
momento que estemos viviendo al suceder se encuentro.
Destaco algunos encuentros que han
marcado mi vida significativamente: el encuentro con Don Bosco en la alegría y
el canto, el encuentro con Ignacio simbolizado en mi memoria afectiva en una
tarde de 1979 en el patio del Oriente y una imagen: la del padre Pedro Arrupe
S.J., entonces prepósito general de la Compañía de Jesús, hablando desde el
pasillo de la planta alta, el encuentro con aquello que leía, dialogaba e
idealizaba como visión de iglesia al conocer a Dom. Hélder Cámara en los
pasillos del seminario palafoxiano durante el CELAM de Puebla, el encuentro con
un icono de la educación en México, Don Pablo Latapí en su casa del DF a propósito de la cátedra organizada en su
honor en la Universidad Autónoma de Tlaxcala, son sin duda encuentros que me
han ido configurando como académico y como persona.
Pero sin duda el encuentro más
significativo es el encuentro con la invitación a la autoapropiación que nos
hace a través de su obra filosófica Bernard Lonergan S.J.. Este es un encuentro
que orientó todo lo que he pensado y en modesta medida aportado a la reflexión
educativa y a la formación de docentes en ejercicio y de futuros profesionales
de la Educación en estos cortos años de trayectoria. El encuentro con esta
invitación que es en el fondo la invitación al encuentro conmigo mismo, el
encuentro más complejo y lleno de tensiones y contradicciones, pero el que
seguramente resulta, en términos educativos el encuentro imprescindible y
definitivo.
Hoy es un día para agradecer que he
sido educado y por ello puedo dedicarme a tratar de educar. Por eso reconozco
ante ustedes este entramado de ambientes, de presencias y de encuentros que me
han configurado y los invito a recuperar los propios para poder ser cada día
más capaces de educar, es decir: de generar ambientes propicios, de
convertirnos en presencias significativas, de facilitar encuentros profundos en
cada uno de nuestros educandos.
Muchas gracias a la Universidad
Mesoamericana, que hoy me otorga este reconocimiento que me compromete a
trabajar a partir de lo que soy, en la promoción del ser de otros y del ser
humano de todos.
9 de enero de 2005.
Ceremonia de doctorado honoris causa
Universidad Mesoamericana de Puebla