domingo, 17 de agosto de 2014

Presencia de Dios*.

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“…Yahvé es quien da muerte y vida
quien hace bajar al lugar de los muertos
y volver a la vida…”
(I Sam. 2, 6)

Al momento de escribir estas líneas Mariana, mi hija mayor –desde hace diez días nuevamente mi bebé de siempre y por siempre- continúa dando la batalla de su vida en el área de terapia intensiva del hospital. No sé pues, en qué terminará esta terrible pesadilla, la peor de toda mi vida –incluyendo la muerte de Ray, mi hermano pequeño siendo yo un niño- que ha sido la detección de un tumor cerebral a partir de una “simple” visita al oftalmólogo el lunes de la semana pasada.
El diagnóstico fue demoledor para ella y para toda la familia. Sin embargo, Mariana tardó algo así como una hora y media en asimilar la noticia y con toda valentía comentarme en el coche, camino a casa de sus abuelos Ray y Coca para darles la noticia: “¿Sabes? En el consultorio del doctor me acaba de caer el veinte. Dios me pone esta prueba porque yo siempre que vamos a misa le pido que me permita demostrar que soy fuerte, tan fuerte como Pau que se atreve a muchas cosas, incluyendo a irse estudiar la universidad a la ciudad de México. Todo saldrá bien. Sé que voy a poder mostrar esta fuerza”.
De ahí en adelante, ella fue la que notificó y trató de tranquilizar a toda la familia y a sus amigas. Todavía el día que veníamos al DF a ver a un neurocirujano que nos recomendaron y que es el que finalmente la operó, pasó a la universidad a darle la noticia a su coordinadora y a pedirle asesoría sobre qué materias podría inscribir –aunque sea dos, para no quedarse totalmente inactiva- en el período de otoño.
Llegamos al hospital y esta fuerza siguió presente, quizá con una pausa en que con ojos llorosos me miró antes de que la camilla saliera hacia el quirófano. La operación fue muy complicada, el tumor estaba muy “vascularizado” y sangró mucho, tanto que tuvieron prácticamente que ponerle más sangre de la que tiene en total su espigada figura de cuarenta y tantos kilos.
Quizá por eso o por cosas que nunca sabremos, el proceso en terapia intensiva ha sido desgastante y tremendamente difícil. Al día siguiente de la operación nos llamaron al consultorio del doctor que nos dijo que “le preocupaba mucho” que Mariana no estuviera reaccionando como se esperaba, que sin sedantes no despertaba y que iban a tratar de hacerla reaccionar poniendo un catéter en el lóbulo cerebral para drenar exceso de líquido y sangre que había en los lóbulos y en el lugar que ocupó el tumor extirpado, por fortuna benigno.
De ese susto pasamos a una reacción maravillosa a los veinte minutos de que le hicieron ese procedimiento. De allí a la angustia que precede a cada visita –tres solamente por día y muy breves- en terapia intensiva y a días mejores y peores, días de tranquilidad y otros de desesperación evidente en ella; y luego a un intento de retirar el respirador que duró unas cuántas horas porque ella se cansó de respirar sola y más visitas con temor a cómo encontrarla y luego un segundo intento de extubarla que duró un par de días, pero que culminó en una salida del doctor del área de terapia intensiva para avisarnos que había tenido un espasmo y tuvieron que volver a intubarla.
“Montaña rusa emocional” dicen varios de los que nos visitan, esos ángeles que Gaby ha descrito en un texto hermoso que nació en una noche como esta de encierro en el cuarto contiguo a terapia intensiva, esperando que las horas pasen para volver a otro día de incertidumbre y batalla dentro –de Mariana- y fuera –de la familia y amigos-. Eso ha sido nuestro “viacrucis” en esta semana y piquito que parece un siglo…
El jueves de la semana que siguió a la operación, es decir ocho días exactos después de la intervención quirúrgica, el médico que coordina el proceso –el que la operó está en un congreso largo como la angustia de los que nos quedamos- nos informó que iban a hacer el intento de cerrar la válvula del catéter para ver si reaccionaba bien en veinticuatro horas. Si ocurría así, se tomaría una tomografía de control y si no había acumulación de líquido, se retiraría este drenaje del cerebro al exterior. Todos los signos eran favorables: no había ya hidrocefalia, la sangre que quedaba en el cerebro era muy poca y se reabsorbería sola por el organismo, ella estaba neurológicamente avanzando, etc. El día pasó bien. El médico nos alcanzó en el comedor del hospital para decirnos, a eso de las seis de la tarde, que acababa de verla y que todo iba bien, que no tenía dolor de cabeza ni síntomas de que hubiese algún problema con el cerebro. Si todo seguía así, se le retiraría el catéter después de la tomografía de la mañana siguiente.
Para la visita de las ocho algo empezó a inquietarme al igual que a la esposa del “vecino” de Mariana en terapia intensiva. Por alguna razón desconocida, no llamaban a nadie para entrar a ver a sus familiares enfermos. “Es habitual que nos pasen tarde, no pasa nada” dijo Gaby. “Pero siempre van llamando a los familiares de algún paciente y luego a los demás y en esta ocasión no ha pasado nadie”, contestó Jeanette, la esposa de ese vecino.
Hacia las nueve de la noche salió apresuradamente el neurocirujano a cargo de Mariana y desde la puerta del pasillo que comunica a quirófanos y terapia intensiva nos hizo señas a Gaby y a mí de que pasáramos. Algo estaba mal. Mi corazón saltó como salta ahora que lo describo. Lo peor que pensé es: “No funcionó lo del catéter y nos va a decir que ya tuvieron que abrir la válvula”. Sin embargo, algo mucho peor salió de sus labios: “El corazón de Mariana entró en paro, tuvimos un susto tremendo, ya logramos revivirla y se está estabilizando, pero abrimos la válvula de inmediato porque la hipótesis más viable es que el organismo no aguantó el cierre y al subir la presión cerebral el corazón reaccionó deteniéndose”. Hubo otras dos hipótesis que no recordamos y que no importan ante la gravedad del caso. Nos dijo que ya venía en camino un médico muy bueno que trabaja siempre con el equipo del Dr. Klériga –el que la operó- y que él la valoraría. En cuanto supiera más, nos llamaba para hablar con ese otro médico.
Regresamos pálidos y temblorosos a la sala donde estábamos sentados con Pau, Jorge –su novio- y mi hermano Pablo. Gaby les dijo lo que escuchamos y rompió en llanto, Pau y yo lo hicimos un minuto después. Jorge y Pablo también muy preocupados nos veían en silencio compasivo y solidario. Nos derrumbamos. ¿Qué estaba pasando? ¿Por dónde iba la voluntad de Dios? ¿Por qué esta reacción del corazón de Mariana? Mil preguntas vinieron a nuestra mente y mil sentimientos encontrados explotaron en nuestro corazón.
Algo así como media hora después o quizá más, salió el cirujano con el Dr. Zambito –el que está a cargo de Mariana hasta hoy que escribo- y nos explicó que ya estaba controlado todo, que le había tenido que poner a Mariana un “tubito” en el pulmón izquierdo que se había colapsado por las violentas “maniobras de resucitación” que se tuvieron que hacer para regresar a trabajar el corazón de Mariana. Todo estaba ya en orden, los signos vitales bien, durante los veintitrés minutos que duró la resucitación Mariana estuvo bien oxigenada –la ventaja de que tuviera el respirador- y parecía no haber daño neurológico, lo del pulmón era secundario y se iría recuperando sin dejar secuelas, el corazón es “el corazón sano de una niña joven de diecinueve años”, no hay daño en el corazón, el corazón solamente reaccionó ante un desequilibrio fuerte del organismo…
No recuerdo si fue antes o después…Pau, Gaby y yo sentados en la parte de arriba de la capilla del hospital, llorando desconsolados, abrazándonos fuerte, muy fuerte, diciendo que no podía ser, que cuál era la voluntad de Dios, que por qué si el doctor decía que el personal de terapia intensiva había estado platicando con Mariana una hora antes, su corazón reaccionó así, que si no sería ya demasiado esfuerzo para Mariana que es muy delgadita y frágil, que no la subestimen –decía Pau- porque ella tiene la fuerza para salir, etc. Etc.
En medio del llanto incontrolable, Gaby nos dijo: “¿No será lo que decía ayer papi? ¿Qué tenemos que dejar de decir “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” solamente de dientes para afuera? ¿Qué debemos aceptar que Mariana y nuestras otras dos hijas son prestadas y él es el que decide cuándo y cómo quiere llevarlas de aquí? Traté de completar entre sollozos esta reflexión. “Sí, dejemos de luchar contra la corriente…abandonémonos en los brazos de Dios, aceptemos que es él quien tiene la última palabra sobre si Mariana se va o se queda con nosotros por más tiempo…que solamente él, ni los médicos, ni nosotros podemos determinar esta situación límite…” algo así fue saliendo de la boca de los tres…lloramos más, lloramos con más amargura, con rabia, con resignación, con aceptación finalmente, a pesar del miedo…es como saltar al vacío...empezamos a aceptar esta realidad, dijimos en voz alta, oramos, que aceptábamos que se hiciera la voluntad de Dios en el cielo y también en la tierra…y también en nuestras vidas…que le dábamos gracias a Dios por habernos regalado a Mariana, por su vida plena, feliz, por su testimonio de hija, de hermana, de estudiante, de amiga, de universitaria enamorada de su carrera, por todo lo que ella había sido hasta el momento en nuestras vidas…pero que eso no significaba que dejaríamos de pedirle, pedirle con todas nuestras fuerzas que nos la dejara, que nos la prestara por muchos años más porque ella tenía aún mucho que dar…oramos…lloramos…llegó la liberación que da este abandono radical, la liberación no exenta de miedos, de egoísmos, de cierta rebeldía, pero liberación al fin.
No recuerdo el tiempo, antes, después, ¿Qué importa? Me vino a la mente algo que también compartí con Gaby y Pau…que quizá fuera el producto de ver muchas películas cursis sobre esta vida y la otra y sus conexiones…que quizá era el producto de una fe ingenua, pero que podría ser, ¿Por qué no? Que Dios hubiera hecho ese llamado radical a Mariana para decirle: “Animo, no desfallezcas, yo te quiero allá todavía…tienes mucho que hacer en la tierra…regresa con ánimo renovado, recupérate ya…”
Quizá era un sueño guajiro pero me ayudó…me ayudó a convencerme de que si Mariana había logrado salir de algo tan terrible como un paro cardíaco de veintitantos minutos era porque Dios le tenía todavía tareas por hacer con nosotros, que era porque nos iba a ayudar para que se curara.
Hoy es sábado, han pasado dos días de este enorme susto, de la pesadilla dentro de la pesadilla. En estos dos días, tres por dos seis, así se miden los días de encierro en el hospital entre los familiares de los de terapia intensiva (tres visitas por día), Mariana se nos ha mostrado con otro rostro, con mucha paz interior que se refleja en su cara, en su actitud, en sus respuestas.
Hoy es sábado, en mi primera visita le estuve platicando y ella me respondía moviendo los labios que cuesta trabajo adivinar con el tubo atravesando su boca. Ha estado sonriente, se rio de que yo le dije que era domingo y luego corregí diciendo que ya se me iba la onda de en qué día estaba por el encierro en el hospital, sonrió mucho cuando le hablé de Daniela, me respondió afirmativamente cuando le dije que si se sentía ya en recuperación, volvió a afirmar cuando le dije que Dios le había dicho: “Vamos Mariana, regresa que tienes muchas cosas por hacer”, volvió a afirmar sonriendo, con una sonrisa luminosa de esas que solamente ella puede regalar.
Hoy es sábado y antes de la visita de las cuatro, platicando con Carmelita, la recepcionista-ángel de terapia intensiva, ella me decía: “Yo he visto muchísimos casos aquí…muchos pacientes tienen crisis fuertes como la de Marianita y a veces pensamos que es cosa de telenovelas, pero yo, por mi experiencia de años aquí, puedo decir que viéndolo con otros ojos, estos momentos como el de Mariana en paro cardíaco, tienen que ver con un llamado de más allá, con un ir y escuchar o ver que le dicen a uno: qué haces aquí, regresa, cree en tu recuperación…y a partir de esto yo he visto cosas que parecen milagros auténticos”.
Sábado, cuatro treintaytantos, estoy con Mariana en su cuarto de terapia intensiva. Está conversando –en su estilo limitado de conversar en estas condiciones- y platicamos de muchas cosas: de las visitas que están afuera y le mandan saludos, de toda la gente que ha llamado y la quiere mucho, de que le gustaron los tenis que le escogió Pau para ponérselos y evitar que los pies se “vayan cayendo” por tanto tiempo en cama…platicamos y le vuelvo a preguntar si ella siente que ahora sí ya va a mejorarse, si lo cree profundamente. Asiente otra vez. Insisto en decirle: “Dios ya te dijo que tienes que mejorarte porque te tiene muchas cosas para hacer aquí con nosotros”…su respuesta me deja helado, sonríe y me dice en su cuarto de lengua: “Vino a verme”, le pregunto: ¿Vino a verte? ¿Dios?, Sí, me dice con la boca y con la cabeza y con la sonrisa. ¿Y te dijo que regresaras porque tienes mucho que hacer? Le reviro asombrado, “No me habló” me dice. ¿No te habló? ¿Pero te lo dijo con la mirada? ¿Te dijo que regresaras? Sí, vuelve a decir con la cabeza y con los labios…sigue la charla, le doy, como acostumbro, la bendición y varios besos (“aventados”, no se puede besar en terapia intensiva aunque no aguante uno las ganas) y le digo que siga echándole ganas y pidiéndole a Dios y a la virgen que se vaya recuperando todo su cuerpo y su mente. Me quitó la bata, el cubrebocas lo tiro en el bote, me lavo las manos, salgo de terapia intensiva…salgo con una mezcla de júbilo, paz, llanto de alegría, confianza, temor, incertidumbre…salgo y me digo que si antes de palabra creía que mi vida y mis discursos tenían que dar testimonio de la presencia de Dios, ahora tengo que hacerlo con la convicción profunda, desde lo más hondo de mis entrañas, hasta lo más insignificante de mi actuar cotidiano…
Mi vida tiene que dar testimonio de la presencia de Dios, porque la he palpado, se me ha mostrado en lo ambivalente del vivir de muerte y morir de vida en que nos hemos movido como nunca en estos días, en la contradicción del ver sufrir a un a hija sin razón y creerle lo que quizá jamás recordará: que Dios la vino a ver…que Yahvé, el ser sin nombre, “la llevó al lugar de los muertos y la hizo volver a la vida”…¿Por cuánto tiempo más? No lo sé y aún me da miedo. Por eso ruedan abundantes lágrimas por mis mejillas al terminar estas líneas… 


*Este escrito fue hecho alrededor del 25 de julio de 2009 y ya ha sido publicado en este blog anteriormente. Lo comparto de nuevo porque el sábado pasado Mariana nos convocó a dar gracias a Dios por los cinco años que han pasado desde su primera cirugía hasta hoy en que ella ha recuperado la normalidad en su vida.

Tres imágenes para el día del maestro.

*De mi columna Educación personalizante. Lado B. Mayo de 2012. 1.-Preparar el futuro, “Qué lindo era el futuro...