viernes, 9 de abril de 2010

Por mi culpa II

EDUCACIÓN, DISCIPLINA Y TOLERANCIA A LA FRUSTRACIÓN
Para aprender a vivir…”la vida real”.

Por: Martín López Calva. (Publicado en: El columnista / 8-04-2010)

“Nuestros mayores nos dijeron que la vida era un valle de lágrimas. Nosotros, como venganza, quisimos educar a nuestros hijos haciéndoles creer que la vida era un parque de atracciones…”
Elvira Lindo[1]

A propósito de la recién vivida semana santa y la rememoración de la pasión de Cristo, que en nuestros países se ha inculturado como toda una cosmovisión trágica y dolorosa de la existencia, conviene reflexionar un poco sobre un excelente artículo publicado el domingo de ramos por la periodista y escritora Elvira Lindo en el diario El País.
Puesto que parece que vivimos en la época de los “hijos tiranos y los padres obedientes” como reza el título de un libro de actualidad en el que se analiza este fenómeno de las nuevas generaciones sobreprotegidas, sobrestimuladas, sobredimensionadas por sus propios padres, sería necesario pensar un poco sobre este dilema entre la vieja y la nueva cosmovisión que aún coexisten en las generaciones adultas y las de los niños y adolescentes actuales.
¿Valle de lágrimas o parque de atracciones? Tal parece que la educación de los hijos ha dado un vuelco pendular y que las generaciones de papás que vivimos en la educación del sufrimiento, la imposición, el autoritarismo y la obediencia ciega estamos ahora educando a las nuevas generaciones en el extremo opuesto de esto que nosotros vivimos, es decir: en la comodidad, el placer ilimitado, el capricho y la ausencia de límites.
El problema de este extremo opuesto es que si bien la vida no es necesariamente o exclusivamente un “valle de lágrimas” como la cultura cristiana conservadora y sufriente hizo creer a nuestros padres, tampoco es ese “parque de atracciones” en el que todo es felicidad y no existen problemas ni injusticias ni dolor simplemente porque, como lo dicen los libros de autoayuda tan de moda hoy en día, “nosotros lo decretemos con nuestra actitud positiva y nuestra mente que atraiga solamente lo bueno del universo”.
La vida es siempre una mezcla de felicidad e infelicidad, de dicha y dolor, de honestidad y deshonestidad, de justicia e injusticia y la actitud y la mentalidad son solamente dos elementos entre muchísimas variables más, incluida la del azar, la de lo aleatorio, que entran en juego en el día a día de las existencias individuales y de la existencia de la humanidad como sujeto colectivo de la historia.
Si queremos “educar para la vida”, educar para que los niños y jóvenes “aprendan a vivir” en medio de la incertidumbre, la pluralidad y la confusión que parecen ser los signos de nuestros agitados tiempos de principios del siglo XXI no podemos sin duda continuar o pretender regresar a la tradicional visión de que la vida es un lugar de sufrimiento que hay que asumir con resignación y conformismo, pero tampoco podemos, si no queremos desprotegerlos por completo, educarlos en la idea de que el mundo depende solamente de nuestros deseos o de que nuestros puntos de vista sobre la existencia y la convivencia social son los únicos válidos y que todos tienen que plegarse a ellos.

“De cualquier manera, hay momentos en que me parece mucho más peligroso hacer creer a un niño que la vida, esa incógnita, será un parque de atracciones. Nuestros padres desconocían que existiera una "psicología infantil"; nosotros, en cambio, hemos querido darle un cuerpo teórico a la educación de nuestros hijos y nos está fallando la práctica. A menudo, escucho a los padres de ahora que lo importante es reforzar la autoestima del niño. Hay, en el mismo instante en que usted lee este artículo, cientos de miles de padres españoles reforzándoles la autoestima a sus niños; es decir, haciéndoles ver que son guapos cuando no lo son tanto; que son listos, cuando está por ver; que se lo merecen todo, cuando no han demostrado nada. El problema es que una vez que las criaturas hayan de convivir con otros niños se enfrentarán al hecho de que nadie les alaba tanto como sus padres y, a menudo, sus desproporcionadas expectativas se verán frustradas”
Elvira Lindo.[2]

Porque como dice bien la autora de este artículo, a veces resulta mucho más peligroso educar a los niños para que vean la vida como un “parque de atracciones” en el que sus deseos son órdenes y se tienen que volver realidad y en el que la autoestima es el único criterio educativo que rige el trato en todas las situaciones y espacios cotidianos.
Porque el mundo no es como lo ve uno, porque la vida no presenta siempre la “mejor cara” hacia nosotros, porque la vida, como dice Scott Peck en “La nueva Psicología del amor”, es “dificultosa” (sic) y muchas veces también injusta e incomprensible, porque los demás tienen otros puntos de vista, otros deseos o imágenes del mundo igualmente legítimas y porque existen además elementos imponderables que nos impiden hacer siempre lo que queramos.
Los papás de “librito” o de “manual” están educando en la teoría (quién sabe qué tan buena teoría) de los libros de “crianza” o de “psicología infantil” y pensando permanentemente en reforzar la autoestima de los hijos y en evitarles dolores, enojos, contratiempos y frustraciones y lo que paradójicamente están haciendo con ello es condenar a sus hijos a vivir en la eterna frustración y en el enojo y el dolor permanente cuando al crecer vayan progresivamente descubriendo que el mundo no es siempre como ellos lo desean y que se requiere disciplina y tolerancia a la frustración para poder vivir armónicamente, siempre en un frágil equilibrio en la sociedad, en la escuela, en la calle, en el gobierno, en el parque público, en el centro comercial y aún en la familia.
Entre el valle de lágrimas y el parque de atracciones está el equilibrio de una visión de la vida compjeja, multifactorial, plural, incierta, gozosa pero también dolorosa, lógica pero también contradictoria, planificable hasta cierto punto pero también en cierta medida impredecible. Esta visión compleja es la que nos puede permitir el sano equilibrio en tensión que nos ayude a diseñar una buena educación para la vida que esté “a la altura de nuestros tiempos”.
Tiempos difíciles en los que “educar para la vida” implica sin duda formar una sana autoestima, pero requiere necesariamente también de un ejercicio de la disciplina (posponer la satisfacción, ser persistente, aprender que la vida presenta dificultades) y un crecimiento en la tolerancia a la frustración a la que nos enfrentamos todos en nuestro día a día, querámoslo o no.
Sin estos ingredientes, por más “teorías psicológicas” del desarrollo infantil, estaremos condenando a nuestros hijos a una vida infeliz y a odiarnos de todas maneras, si no por haberles impuesto la autoridad arbitrariamente y presentado el lado triste de la vida como escenario, sí por haberles hecho incapaces de vivir en un mundo que no está hecho a su medida…o quizá por no haberles construido ese mundo a su medida, que es el que creerán merecer.

[1] “Por mi culpa”. El País. Domingo 29 de marzo de 2010.
[2] Ibid.

Tres imágenes para el día del maestro.

*De mi columna Educación personalizante. Lado B. Mayo de 2012. 1.-Preparar el futuro, “Qué lindo era el futuro...