miércoles, 23 de diciembre de 2009

Mi anti-credo


No creo en un Dios que nos manda pruebas que tenemos que soportar,

como si fuéramos las ratas de su laboratorio universal,

como si él-ella fuese, un profesor conductista o aún peor,

un verdugo bienintencionado.

No creo en un Dios que nos pide que soportemos los ajusticiamientos injustos

de la vida,

sin chistar ni rebelarnos, sin poder siquiera desahogar la frustración y la ira

por temor a enfadarlo.

No creo en un Dios que tiene como "su voluntad" tener a una joven bella y buena

tumbada en una cama, en el filo de la navaja por meses enteros,

jugando con su esperanza, desdeñando su fortaleza, su lucha cotidiana y fiera.

No creo en un Dios que "hace que nos pasen" enfermedades, injusticias,

cosas absurdas, miedos infames, noches eternas de angustia, llantos que brotan

en cualquier sitio, a cualquier hora, con cualquier pretexto.

No creo en un Dios que usa su poder para aplastarnos,

ni siquiera como dice Sabines, porque es torpe y a veces "se le pasa la mano

y nos rompe un brazo o nos aplasta definitivamente..."

No creo en ese Dios que pretende educarnos desde fuera, viendo como reaccionamos

ante la propia tragedia del diario vivir, ante el infierno en que a veces se convierten los otros,

ante el anticipo de cielo que vivimos por instantes y que son los otros también cuando nos miran

desde lo profundo.

Prefiero pensar, creer, apostar -no hay razón ni lógica en esta preferencia- que el universo y la vida tienen sus procesos y sus reglas, que en el diario vivir también juegan un papel el azar, el alea, las circunstancias y los imprevistos,

prefiero pensar, creer que él-ella se conmueve cuando este azar del mundo nos agobia, cuando sentimos que está a punto de aplastarnos...

Prefiero pensar, creer, apostar, que él-ella está al pie de la cama de Mariana todo el tiempo,

que nos ha ido acompañando en este dolor profundo y duradero, que se hace uno con nuestra impotencia a pesar de todo su poder,

que nos ama y compadece, que vibra con nosotros en lo bello y en lo horrible, en lo bueno y en lo malo, en lo justo y lo injusto, en los momentos que vivimos para vivir -probaditas de eternidad- y en los largos días que simplemente le pedimos que nos ayude, que nos dé mínimas fuerzas

para sobrevivir...

Volverse adulto


Alguna vez en una clase de posgrado que impartí, uno de mis profesores-alumnos -que regularmente saben igual o más que yo- mencionó a un autor del campo de la Psicología que decía que nos hacemos adultos cuando accedemos a la comprensión cabal -aunque jamás completa ni exenta de miedo a lo desconocido- de que nos vamos a morir...

Durante mucho tiempo le he dado vueltas a esa idea que me parece muy sensata. La pensé aplicada a mí y creo que ese episodio no resuelto de la muerte de mi hermano Ray a los siete años en un absurdo accidente (ver el texto correspondiente en "Textos íntimos" de este blog) me había dejado un bloqueo que Lonergan llamaría "dramatic bias", un punto ciego inconciente que me impidió por mucho tiempo acceder a esta comprensión. Soy mortal, algún día, tarde o temprano me voy a morir, no soy eterno, soy indigente, prescindible, humano pues. Esta idea había sido un concepto abstracto que incluso es recurrente en mis cursos, conferencias y escritos, pero que no había sido comprendida a cabalidad, ni mucho menos llevada al nivel del juicio, es decir, a trascender la idea de que me voy a morir y llegar a la afirmación cierta: "Me he de morir un día..." y a la aceptación existencial de este juicio para llegar hasta mi tejido afectivo y reflejarse en mis actitudes ante la vida.

En ese sentido puedo decir que quizá Mariana, mi hija mayor, operada de un tumor cerebral en julio 16, que ha pasado cinco meses sin poder deglutir ningún alimento o bebida, que ha vivido milagro tras milagro hacia su recuperación para poder llegar a vivir para vivir, se volvió adulta antes que yo...

Diciembre 18, casi las nueve de la noche, en una charla donde según sus propias palabras "nos dijimos nuestras netas", Mariana me suelta de pronto: "Le dije hoy a mami que me acaba de caer el veinte de que me pude morir" ( en la operación o en el proceso postoperatorio, sobre todo en el paro cardio-respiratorio que vivió) "...y eso es algo muy duro de entender y aceptar". Después me confía enmedio del llanto: "¿Sabes?, el día de la misa de acción de gracias por mis veinte años, de lo que más le agradecí a Dios, es que no me morí...el llanto aumenta, refleja desesperación, impotencia, aceptación de la realidad central de la vida humana.

Ya he contado que algo de lo más duro que he vivido es la pregunta de Mariana: ¿Me voy a morir? en una visita a terapia intensiva unos días después de su operación. En ese momento yo le dije tajante: "!Por supuesto que no te vas a morir!" y salí con las piernas temblando, sabiendo que yo no podía asegurarle eso a mi propia hija y sintiendo que esa es la mayor impotencia que un ser humano puede vivir.

Sin embargo la charla con Mariana me hizo comentarle: "Fíjate que hoy estaba yo justamente pensando en eso y llegué a la conclusión de que no solamente tú te pudiste morir, sino que Pau, Daniela, mami o yo, estamos en la posibilidad constante de morir...todo el tiempo...en cualquier sitio...a cualquier hora y por cualquier motivo, desde el más serio hasta el más tonto...De manera que como tú dices, hay que aprender a vivir, a disfrutar cada minuto, sabiendo que no solamente quien está enferma en un hospital como tú ahora de nuevo, puede morirse, sino que todos nos vamos a morir en algún momento y por ello no se vale, no es de humanos, tenerle miedo a la vida como reacción a nuestro miedo a la muerte.

Creo que en ese momento, a los cuarentayocho años de edad, mi hija de veinte logró que yo me volviera adulto.

Tres imágenes para el día del maestro.

*De mi columna Educación personalizante. Lado B. Mayo de 2012. 1.-Preparar el futuro, “Qué lindo era el futuro...