No creo en un Dios que nos manda pruebas que tenemos que soportar,
como si fuéramos las ratas de su laboratorio universal,
como si él-ella fuese, un profesor conductista o aún peor,
un verdugo bienintencionado.
No creo en un Dios que nos pide que soportemos los ajusticiamientos injustos
de la vida,
sin chistar ni rebelarnos, sin poder siquiera desahogar la frustración y la ira
por temor a enfadarlo.
No creo en un Dios que tiene como "su voluntad" tener a una joven bella y buena
tumbada en una cama, en el filo de la navaja por meses enteros,
jugando con su esperanza, desdeñando su fortaleza, su lucha cotidiana y fiera.
No creo en un Dios que "hace que nos pasen" enfermedades, injusticias,
cosas absurdas, miedos infames, noches eternas de angustia, llantos que brotan
en cualquier sitio, a cualquier hora, con cualquier pretexto.
No creo en un Dios que usa su poder para aplastarnos,
ni siquiera como dice Sabines, porque es torpe y a veces "se le pasa la mano
y nos rompe un brazo o nos aplasta definitivamente..."
No creo en ese Dios que pretende educarnos desde fuera, viendo como reaccionamos
ante la propia tragedia del diario vivir, ante el infierno en que a veces se convierten los otros,
ante el anticipo de cielo que vivimos por instantes y que son los otros también cuando nos miran
desde lo profundo.
Prefiero pensar, creer, apostar -no hay razón ni lógica en esta preferencia- que el universo y la vida tienen sus procesos y sus reglas, que en el diario vivir también juegan un papel el azar, el alea, las circunstancias y los imprevistos,
prefiero pensar, creer que él-ella se conmueve cuando este azar del mundo nos agobia, cuando sentimos que está a punto de aplastarnos...
Prefiero pensar, creer, apostar, que él-ella está al pie de la cama de Mariana todo el tiempo,
que nos ha ido acompañando en este dolor profundo y duradero, que se hace uno con nuestra impotencia a pesar de todo su poder,
que nos ama y compadece, que vibra con nosotros en lo bello y en lo horrible, en lo bueno y en lo malo, en lo justo y lo injusto, en los momentos que vivimos para vivir -probaditas de eternidad- y en los largos días que simplemente le pedimos que nos ayude, que nos dé mínimas fuerzas
para sobrevivir...