Para Gaby: celebrando y agradeciendo tu
medio siglo de vida
Al hombre, a la mujer
que consumaron
acciones, bondad, fuerza,
cólera, amor, ternura,
a los que verdaderamente
vivos
florecieron
y en su naturaleza maduraron,
no acerquemos nosotros
la medida
del tiempo
que tal vez
es otra cosa, un manto
mineral, un ave
planetaria, una flor,
otra cosa tal vez,
pero no una medida.
Pablo Neruda. Oda a la edad (fragmento).
que consumaron
acciones, bondad, fuerza,
cólera, amor, ternura,
a los que verdaderamente
vivos
florecieron
y en su naturaleza maduraron,
no acerquemos nosotros
la medida
del tiempo
que tal vez
es otra cosa, un manto
mineral, un ave
planetaria, una flor,
otra cosa tal vez,
pero no una medida.
Pablo Neruda. Oda a la edad (fragmento).
Cumples
cincuenta, medio siglo, sin cuenta, media vida porque como dice la escritora
argentina que hizo el artículo que recomendaste y tanto nos gustó: “los
cincuenta son la verdadera bisagra de la vida”, porque si multiplicas por dos
ya empieza a no salir la cuenta pensando en esquivar el final inevitable, en el
mejor escenario en cuanto a duración.
Cumples
cincuenta y eso es para reflexionar, para detenerse y pensar, para recuperar el
pasado, revisarlo a la luz del presente y proyectarlo hacia el futuro que
empieza a hacerse corto aunque todavía da para mucho vivir, sentir, esperar y
lograr.
Pero sobre
todo, cumples cincuenta y eso es para celebrar y agradecer, porque la vida
fundamentalmente se celebra y se agradece porque es un don, un milagro y todo
un acontecimiento, una fiesta a la que misteriosamente estamos invitados. De
manera que este texto busca sobre todo celebrar, celebrar-te y agradecer,
agradecer-te por esta media vida tan bien vivida y por haber decidido y seguir
decidiendo vivirla junto a mí desde hace más de veintiséis y treinta años según
comencemos la cuenta.
Celebrar y
agradecer tu vida daría para un libro de varios tomos, de manera que voy a
tratar de escribir un mosaico de muchas piezas, un rompecabezas con distintos
ángulos de lo que para mí significa tu vida y tu presencia en mi vida, un
rompecabezas complejo del que si juntas todas las piezas seguramente no estará
completo, porque una vida y una persona son imposibles de atrapar con palabras,
interminablemente ricas y sorprendentes y tú sin duda lo eres de una manera
única y maravillosa.
Gaby, mi compañera de
clase, mi compañera de vida.
Muchas veces
hemos y han dicho los que nos conocen que por razones incomprensibles de esta
vida en la que el azar tiene un papel más importante del que pensamos los dos
fuimos a dar a la carrera de Arquitectura en la UPAEP solamente para
conocernos, amarnos y unir nuestros proyectos de vida.
En efecto,
ya casi nadie de los que nos conoce recientemente imagina que somos
arquitectos. ¿Arquitecta? ¡Pero si
tienes la educación en las venas! Más bien una pedagoga con título de
Arquitectura, una maestra que se equivocó de fila en la oficina de admisiones
de la universidad –algo de esto hubo en la vida real- y llegó al mundo de las
líneas, las maquetas, los planos, los concursos y las repentinas por
casualidad, por una bendita casualidad digo yo hoy porque no puedo imaginar mi
vida –los años juntos que son más de la mitad de mi vida- sin ese encuentro en
los pasillos, rumbo a la compra de los materiales para el concurso o la tarea,
cuando pensabas que yo era un fósil mucho mayor que llevaba muchos semestres y
no pasaba de segundo.
Porque
empezamos en grupos separados y nos veíamos, solamente nos veíamos y nos
saludábamos de lejos sin pensar que la vida, la suerte o Dios nos tenía
preparado un camino en común.
Gaby, mi
compañera de banca, mi compañera de trinchera, mi compañera de vida. Hoy
celebro y agradezco ese continuo encuentro y ese permanente aprendizaje que
significa compartir la vida –la gran aula multicolor, excepcional y terrible a
la vez- contigo y construir una vida en común.
Gaby, mi espejo.
De la homilía
de nuestra boda recuerdo siempre esta invitación de Juan Ignacio, entonces
salesiano, a volvernos un espejo el uno para el otro, un espejo donde nos
miráramos diariamente y pudiéramos asombrarnos por lo bueno, por lo bello, por
lo genuino que nuestro rostro nos muestra pero también tuviéramos la
oportunidad de mirar nuestras imperfecciones, los “barritos” y “espinillas”
existenciales, las arrugas que la rutina nos va sacando, las canas de nuestro
cansancio y las cicatrices de las viejas heridas de nuestra historia personal
que hay que ir tratando de sanar y desvanecer aunque algunas se resistan y
salgan a veces sin quererlo.
Un espejo
donde también miráramos a Cristo, miráramos el rostro de Dios que se hizo débil
como nosotros, por nosotros y pudiéramos sentirnos entonces plenamente amados
por él a través del amor que uno le da al otro, un amor plenamente humano,
plenamente Gaby, plenamente Martín y al mismo tiempo plenamente divino, surgido
de la eternidad y llamado a la eternidad.
Gaby, mi
espejo. Hoy celebro y agradezco que has sido y sigues siendo un espejo fiel,
que no permite que me vea agrandado cuando me va bien o tengo algunos logros,
que no deja que me vea en miniatura cuando fracaso o cuando surge ese juez
implacable que traigo dentro y aunque trato de dominarlo se asoma de vez en vez
para llamarme a cuentas; un espejo que no me deja verme borroso en las etapas
de profunda incertidumbre que no sé por qué –tal vez porque soy humano- parecen
perseguirme y ser recurrentes en mi vida; un espejo que no me deforma, que me
retrata con fidelidad y me permite entonces crecer y ser.
Gaby, la educadora de
tiempo completo.
“Ya estoy cansada. Todo el tiempo me están
educando” dijo una vez Daniela cuando tenía como cinco años. Este dicho te
pinta de cuerpo entero porque en efecto, eres una educadora de tiempo completo,
una persona que “todo el tiempo nos está educando”, no solamente durante la
jornada escolar a tus niños y maestras, no nada más a Daniela sino a todos nosotros.
Cuando uno
llega cansado del trabajo y quiere olvidarlo todo, relajarse y distraerse del
compromiso de educar a las hijas tú estás ahí, al pie del cañón, con el súper
oído que lo escucha todo de todos, con esa especie de omnipresencia que te
permite estar al mismo tiempo atendiendo lo que necesitará Juana para la comida
del otro día, el pago a Soco que va a ir a lavar, la llamada al plomero porque
se descompuso el lavabo y las necesidades educativas de cada uno de nosotros:
la escucha y el diálogo directo con Mariana, las llamadas constantes con
Paulina, la tarea y la formación de hábitos y de reflexión en Daniela y…en este
“y” entra también que yo requiero de unos correctivos de vez en cuando, que
necesito darme cuenta de cosas que no he visto o pensado y tú me haces notar,
que de pronto requiero de un reforzamiento positivo o negativo en el mejor
estilo conductista…
No te cansas
de educar y educarnos todo el tiempo porque la vocación educadora la llevas en
la sangre, en tu genética y en tu forma de ver el mundo y enfrentar la vida
cotidianamente. Hoy es necesario celebrar y agradecer esta vocación educadora
que no solamente ha beneficiado a cientos de alumnos de todas las edades, a
muchos maestros y maestras que han trabajado contigo, a los bordadores por la
paz que seguramente también vas formando sin que casi se den cuenta (ok, no. Sí
se dan cuenta) y especialmente a toda la familia, nuclear y ampliada, del lado
López Calva y del lado González List.
Gaby, el espíritu
planetario.
Desde niño
los viajes estuvieron para mí ligados al trabajo de mi papá, de manera que
vacacionábamos entre visita y visita a los clientes, entre venta y venta, entre
cobranza y cobranza. De manera que para mí, en mi fuero interno, en mi
conciencia profunda no existía el término de “viaje de placer” porque el placer
tenía que ganarse con trabajo y sacándole horas al trabajo. En fin, esta es una
enseñanza también valiosa pero que por mucho tiempo me impidió tener el antojo
de viajar y sigue hasta la fecha haciéndome sentir estresado e irritable cada
vez que se empieza a planear un viaje y que empieza el viaje.
Pero tú eres
un espíritu libre que desde que éramos amigos, luego novios y después recién
casados, platicabas siempre de lo que habías conocido y lo que te gustaría
conocer con un entusiasmo y un gozo envidiables. El entusiasmo y el gozo de
quien se quiere comer el mundo, pedalear todo el mundo, paladear todo el mundo.
De manera
que contigo la vida se ha ido llenando de hermosos recuerdos, de tardes y
noches en lugares inolvidables, de olores, colores, sabores, texturas, personas
–qué facilidad y disposición natural tienes para establecer y cultivar la
amistad de la familia con personas de casi todos los lugares- y ambientes que
van marcando para siempre lo que somos y también de sueños y planes de todo lo
que tenemos que conocer o que volver a visitar en el futuro.
Tardes
apacibles, caminatas agradables hasta el agotamiento, museos, teatros, cines,
ríos y mares, ciudades grandes y pequeños pueblos que forman un albúm de
experiencias maravillosas. También, ¿Por qué no? Aventuras por riesgos que se
toman –que tú tomas, porque como es evidente, yo no tomaría y por eso me habría
perdido de miles de cosas bellas- cuando el deseo de conocer y explorar le gana
a la razón y el análisis: una noche abandonados en Salem sin taxis para llegar
al tren, con trenes que nunca llegaban; un puente ferroviario sobre el Río
Charles y el susto colectivo de un tren atrás esperando a que nerviosos
cruzáramos por fin, una caminata por calles desiertas y muy sospechosas en Génova
y otras por el estilo.
Pero ese
espíritu planetario hace también que no
tengas necesidad de estar físicamente en un sitio para disfrutar de su belleza
o conmoverte con sus tragedias. Así vas contagiándonos de entusiasmo por una
foto, un video, la escena de una película que sucede en un sitio que ya
conocemos o que queremos conocer algún día y también conmoviéndonos con un
desastre natural o un acto criminal en cualquier parte del mundo.
Gracias
porque contigo toda la vida es un interminable viaje de placer, un caminar
continuo disfrutando nuestra ciudadanía terrestre.
Gaby, compañera de
cine y lecturas.
Te recuerdo,
nos recuerdo en un cine casi cada semana, viendo los estrenos o las películas
de arte que nos recomendaban. Te recuerdo en un cine y te sigo viendo junto a
mí en un cine, riendo o llorando con lo que sucede en ese espacio mágico en el
que nosotros dejamos de ser nosotros y nuestro mundo deja de ser nuestro mundo
porque nos metemos en otros personajes y otras historias, en mundos diferentes
por dos horas que pasan volando.
Te recuerdo
con un libro, leíamos hace poco que ver leer produce un especial placer porque
dicen que leer es sexy. Ya decía el maestro Germán Dehesa que el órgano más
sensual del ser humano es el cerebro. Te recuerdo con un libro y te veo con un
libro cuando despierto y tú llevas ya horas sumergida en la historia que lees
entre todas las tareas que incomprensiblemente logras compaginar aunque parezca
que el tiempo no alcanza para tanto. Te recuerdo con un libro y te amo como mi
cómplice de libros, comentando, discutiendo, más bien compartiendo ese gusto
literario que se ha ido haciendo afín con el tiempo.
Te celebro y
agradezco como mi compañera de aventuras literarias y cinematográficas, como mi
cómplice en esos momentos de fuga en la imaginación en la que somos otros pero
al mismo tiempo somos otros, soñando juntos.
Gaby, la que me enseñó
a disfrutar la vida.
Mi tradición tiene que ver con “el deber
sufrido y el dolor callado” y pues con esa cruz cargo desde niño y a ese
destino respondo sin pensar ni darme cuenta. El deber sufrido y el dolor
callado que en dosis precisas y controladas produce tolerancia a la
frustración, disciplina, persistencia e impulso hacia lo mejor, capacidad de
pulirnos en los esmeriles de la vida, pero que en sobredosis como las que me
fue recetada produce esa incapacidad endémica de disfrutar de la vida sin
sentirse culpable.
Años de
trabajos forzados te han costado irme enseñando que estamos aquí para tratar de
ser felices con lo que la vida nos va presentando, que nunca será exactamente
lo que deseamos o soñamos, que nunca será perfecto como a veces quisiera y
sobre todo, que no hay que pagar un precio de sufrimiento y culpa por
disfrutarlo.
Te veo todos
los días al despertar, cuando tú llevas ya un buen rato dando vueltas para que
todo esté listo y a tiempo, te veo silbando una canción, tarareando
-¿larareando? ¿borombombeando?- una música reconocible o imaginaria,
despertando a todos con una sonrisa e invitándonos a ser felices. Te veo todos
los días y poco a poco, aunque no lo creas, empiezo, veintiséis, treinta años
después a contagiarme un poquito de esta felicidad interior que te mueve y que
nace de tus ojos y de tu sonrisa como un manantial que inunda nuestras vidas a
diario.
Por eso hoy
celebro y agradezco estos años de guerra contra el pesimismo y la tragedia,
este contagio de optimismo que me va regalando poco a poco la capacidad para
disfrutar el drama, trágico y cómico pero siempre retador de la existencia.
Gaby, la bordadora de
mi paz.
Te veo
bordando desde casi siempre, bordando punto de cruz todo ese primer año de
Boston con Mariana y Pau en la primaria de Runkle, bordando flores y frutas,
paisajes, reyes magos –tus favoritos de la navidad-, nacimientos, más flores,
animales, arcas de Noé –otra de tus colecciones sin concretar- y otras imágenes
que fuiste reuniendo, enmarcando, regalando, guardando como tesoros que aún
cuelgan de las paredes de la casa.
Tu pasión por el bordado es antigua pero
se ha renovado por una causa, una causa que abrazas con todo tu ser como todo
lo que decides –aunque a veces cuesta trabajo que te convenzas o lo descubras-
asumir como parte de tu vida.
Te veo
bordando ahora, quizá con menos formas y colores pero con más sentido. Te veo
bordando “casos” que no son simplemente casos sino historias de personas
concretas que han perdido la vida o que han desaparecido y que nadie sabe de
ellas, casos que son vidas humanas que importan y valen aunque a muchos les
cueste trabajo mirar más allá de las cifras, las estadísticas, los números, las
razones y sinrazones de una guerra absurda y compleja que por lo mismo se ha
vuelto ininteligible e imposible de explicar con simplificaciones de una u otra
tendencia ideológica o partidista. Porque en el absurdo de la cultura de la
muerte que seguramente se fue tejiendo en muchas décadas sin que nos diéramos
cuenta, no hay ideologías ni partidos: hay sangre y muerte, hay crueldad y
deshumanización, hay un olvido del valor fundamental de la vida, de la vida
humana, aclaro sí -aunque me vea políticamente incorrecto-, de la vida humana
que es sagrada, más sagrada sí que la de cualquier otro ser vivo por más que
queramos a los animales o a las plantas y está bien que las queramos.
Te veo
bordando con pasión, con fruición, con coraje y rebeldía, con una especie de
esperanza terca frente a la desesperanza que nos rodea. Te veo, bordadora de
paz, haciendo activismo social por una causa justa y muy necesaria, por la
causa e la vida. Por eso bordas gritos y lamentos de hilo y aguja.
Pero sobre
todo y desde siempre te veo bordando mi paz, porque mi historia es también una
historia con algunas violencias contenidas y ocultas que frecuentemente me
tienen en guerra conmigo mismo, con mis propios fantasmas, con mi incapacidad
de creer en mí y en el otro, con explosiones internas que solamente tienen
tregua en el refugio de tus brazos, en tu inagotable capacidad de comprensión y
aceptación, en tu fortaleza apacible y tu empeño sin tregua por empujar la
carreta de la vida con una sonrisa, sin importar el peso que traiga encima.
Bordadora de
paz, bordadora de mi paz interior, construyendo con hilo y aguja invisibles la
voz esperanzada que alcanza para renovar el deseo de vivir de todos los que te
rodeamos.
Gaby, la arquitecta de
mi felicidad.
De nuestros
tiempos de estudiantes de arquitectura recuerdo que yo apenas podía imaginar y
concretar proyectos decentes en espacios sin restricciones, en terrenos
amplísimos y con orientación casi libre mientras tú lograbas armar con la mayor
facilidad una casita de interés social en un terreno mínimo, ganando espacio al
espacio, multiplicando las posibilidades de cada metro cuadrado y cada rayo
posible de sol.
Hoy veo que
quizá esa es una metáfora muy cercana de lo que ha sido nuestra vida juntos y
caigo en la cuenta de todo lo que te tengo que agradecer y celebrar. Porque
mientras yo sigo soñando con espacios infinitos que me impulsan y de alguna
manera me llevan hacia delante pero nunca se pueden concretar del todo y a
veces dan la impresión de ser proyectos imposibles de construir, tú sigues
multiplicando los espacios reducidos de gozo que nos va presentando cada día y
proyectando mi felicidad como una casa pequeña, sencilla y sin pretensiones
pero acogedora, cálida, tranquila, siempre abierta y luminosa, siempre refugio
contra los peligros y frustraciones cotidianas.
Gaby, en
síntesis: la arquitecta de mi felicidad.
Yo no creo en la edad.
Pero como dice Neruda, “Yo no creo en la edad”, porque a “las
mujeres que -como tú-consumaron
acciones, bondad, fuerza, ternura, a las que verdaderamente vivas florecieron y
en su naturaleza maduraron, no acerquemos nosotros la medida del tiempo…”
Porque en una vida rica en acciones, bondad, fuerza y ternura, en una vida que
se vive en amor como la tuya, no se le debe aplicar la medida del tiempo. Tu
vida se mide en frutos, se mide en versos que has convocado, se vive en cantos
que sigues cantando, se mide en fin en vida, en toda esa vida que ha producido
tu vida.
30-01-2013