lunes, 8 de junio de 2009

Para Ray (mi hermano siempre recordado)

Raymundo Eugenio y mi problema con la muerte…

“!Ya me lo mataron!, ¡Ya me lo mataron!” gritaba llorando mi papá –al que muy pocas veces en mi vida he visto llorar, incluso no lo ví en el funeral de Ray al que se refería desesperadamente este grito-…”!Ya me lo mataron!” y corría hacia nosotros que íbamos también corriendo hacia donde estaba él con otras personas, el tío Pedro entre ellas, no recuerdo quién más…
Unos minutos antes –si el hubiera existiera, si se pudiera regresar el tiempo- nosotros estábamos sentados en la banqueta en línea, como formados esperando a que llegaran a la meta imaginaria –era un entrenamiento y no una carrera oficial- los miembros pequeños del club Jet, los de siete años –ahora que lo escribo pienso que es la edad de Daniela, muy pocos años- que venían dando la vuelta al estacionamiento del estadio Cuauhtémoc, donde habíamos sido llevados a entrenar.
Recuerdo que los más grandes –nueve años no era mucho más, pero yo estaba en otra categoría con mi primo David y otros- ya habíamos pasado nuestro turno antes, pero la muerte no se apareció sino hasta esa segunda o tercera ronda.
Nosotros sentados en la banqueta vimos a lo lejos -recuerdo aún a David riéndose como si hubiera sido un pequeño incidente- sin saber aún lo que pasaba, como todos los demás, a un camión de carga que se metía a la calle interior del estacionamiento por donde venían corriendo todos, Bernardo y Ray en el grupo. Desgraciadamente Ray se retrasó del pelotón y el chofer creyó que ya habían pasado todos –“¿ya pasaron todos?” dice Pablo que preguntaba mi papá dentro de la camioneta- pero faltaba uno, faltaba Ray y todos vimos como Ray chocaba contra la defensa del camión y caía de la bicicleta…todos asumimos que era solamente una caída leve, algo hasta gracioso según la risa de David. Sin embargo cuando corrimos hacia el lugar mi papá venía en sentido contrario a nosotros gritando, todo era confusión y mi tío Pedro y otros adultos nos detuvieron, no dejaron que nos acercáramos al lugar…
El siguiente recuerdo es el de ir en la caja de la pick up donde cargaban el mármol –nuestra infancia, adolescencia y juventud se desarrolla siempre con una pick up de esas-, todos sentados y callados, nadie producía el menor ruido, nadie entendía o quizá los que estábamos un poco mayores no queríamos entender, lo que había pasado.
De allí a la casa de la 7 sur, el llanto de todos y la sala de pronto convertida en “capilla ardiente” –nunca he entendido el nombre-. Recuerdo allí la insistencia de los pequeños que cumplían años por su pastel –la recuerdo por haberla vivido y por las miles de veces que mi mamá la contaría después- y recuerdo a Angel, nuestro semi-medio-hermano (indefinido, como tantas cosas en la familia nunca supimos bien a bien cómo llegó a nuestras vidas y cómo se fue y siempre fue tratado como algo menos que medio hermano y algo más que un niño empleado doméstico recogido por mis papás por petición de su gran amigo “el padre Portillo”, al que sólo conocimos de oídas). Lo recuerdo llegando por el pasillo que atravesaba la casa por un lado y allí llorando al enterarse de que “su rayito”, el que siempre fue su consentido entre los hermanos, había muerto en un accidente absurdo, atropellado por un materialista.
Y luego el pastel –Pablo lo recuerda en casa de la abuela y yo en el desayunador de la casa…creo que él tiene razón, pero mi mamá grabó en mí la otra imagen porque siempre contaba que “hubo velatorio en la sala y pastel de cumpleaños en el desayunador”- en el que todos participamos en el total desconcierto. Al día siguiente el panteón y de allí la construcción de una capilla –donde mi papá expresó su vocación arquitectónica y desfogó sus energías por un tiempo- y la sucesión anual de homenajes, de esas carreras de ciclismo infantil “Raymundo Eugenio López Calva” que salían reportadas en “El heraldo de Puebla” con fotos de la competencia y del panteón. Esos homenajes que año con año torturaban a nuestros papás y que nos hacían tener que asistir nuevamente a la representación de algo de lo que después, a lo largo del año, nunca se hablaba…tal vez por protegernos del recuerdo, por evitarnos traumas posteriores…pero más bien construyéndonos esos traumas, tatuándolos con música de mariachi, Panteón Francés y capilla con piedrín de Santo Tomás…
En efecto, no se hablaba de eso, solamente mi mamá lo platicaba con otras personas, lo repetía y lloraba, mientras mi papá iba de médico en médico sintiéndose mal de todo sin tener nada -¿algo que ver con mis malestares constantes e inexplicables durante estas mis épocas alrededor de los cuarenta que él tenía cuando todo pasó?- y los años pasaban y solamente se volvía a recordar en el homenaje y cuando ya no hubo Sr. Tlacuilo que lo organizara, con una escueta frase de mi papá en la mesa: “Hoy m´hijo” Ray cumple tantos años”.
“!Ya me lo mataron!” “!Ya me lo mataron!”…esa frase retumbra en mi inconsciente y de vez en vez se me aparece en el conciente con la imagen de mi papá joven, desesperado, impotente, frágil, corriendo sin saber hacia dónde ni para qué…será por eso que a pesar de todas sus cosas que no entiendo y que generan ese enojo colectivo entre nosotros sus hijos, sigo teniéndole una profunda compasión y aunque no lo confronte y quizá no lo apoye tanto como debiera o quisiera, sigo cargándolo todos los días…
Mucho de mi sombra tiene que ver con esa frase y con esa imagen, con el profundo miedo a la muerte propia o ajena que aún me paraliza y que muy a mi pesar me ha tocado enfrentar en la Ibero cuando tuve que decirle, junto con un jesuita a un papá, que su hijo estaba siendo bajado por los socorristas de la Cruz Roja, muerto, después de una subida accidentada al “Pico de Orizaba” con nuestro equipo de alpinismo universitario o cuando acompañé con Gaby a Luisa, desde que Willy cayó de la cuatrimoto y se rompió por dentro hasta el espejismo de su recuperación y su muerte y su post-muerte…su sepelio y sus años de ausencia y los tiempos oscuros de Luisa rebelándose contra esta injusta y estúpida muerte de un gran artista y gran persona, tan injusta y estúpida como la de un niño de siete años…
Creo que en mi caso, más que despedirme de ti, querido Ray –porque fuiste querido cuando convivimos y jugábamos al fútbol en el patio de “la casa grande” y de algún modo, en el semi-olvido de hoy sigues siendo querido en lo profundo-, este texto me está llevando a intentar un ejercicio de aceptación de la indigencia humana, de la fragilidad que todos tenemos –aunque seamos “Raymundo López, el que regaña a todos”-, de la profunda necesidad de los otros que todos padecemos-gozamos y de la inevitable aunque misteriosa y aún temida realidad de la muerte, a la que algún día, tarde o temprano vamos a llegar y a la que ojalá pueda recibir en paz y con una sonrisa por todo lo grandiosa que ha sido y sigue siendo mi vida a pesar de este dolor profundo que cambió para siempre el rumbo de nuestra familia.

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Tres imágenes para el día del maestro.

*De mi columna Educación personalizante. Lado B. Mayo de 2012. 1.-Preparar el futuro, “Qué lindo era el futuro...