“El mundo ya no es digno de la palabra
Nos la ahogaron adentro
Como te asfixiaron,
Como te desgarraron a ti los pulmones.
Y el dolor no se me aparta
Solo queda un mundo
Por el silencio de los justos
Solo por tu silencio
y por mi silencio, Juanelo”
Javier Sicilia
No han pasado aún dos semanas del terrible asesinato del hijo del poeta, periodista y activista social Javier Sicilia y de otros jóvenes amigos de él a manos del crimen organizado. El dolor sigue fresco y parece haber calado muy hondo en amplios sectores de la sociedad mexicana y la indignación frente a la situación de violencia aparentemente incontenible en nuestro país, está creciendo.
Se trata nuevamente de personas ajenas al mundo de la delincuencia, jóvenes estudiosos y moralmente intachables que fueron víctimas de la irracionalidad que se ha ido apoderando de nuestra sociedad de manera constante, silenciosa primero, estruendosa en los últimos tiempos, hasta llegar a este momento que debería hacernos pensar seriamente en formas concretas de manifestar colectivamente que no podemos aceptar seguir viviendo en esta espiral de muerte y desmoralización.
Manifestar clara y contundentemente –no darlo por hecho, ni asumir que está implícito- nuestro rechazo colectivo a los criminales que como afirma el poeta Sicilia en su carta publicada en un semanario de circulación nacional, han roto sus propios códigos de honor y han traspasado todos los límites, sometiendo a la sociedad mexicana a una situación de terror y barbarie que nuestra patria no merece.
Expresar de manera igualmente clara y enérgica nuestra condena a la ineficiencia y la falta de respuesta inteligente y estratégica de la clase política que como también afirma Sicilia, está enfrascada en una lógica de disputas de poder, visiones electoreras y cuidado de sus propios intereses individuales y de grupo, incumpliendo con su deber elemental de brindar protección a los ciudadanos desde sus tareas ejecutivas, de legislación o de impartición de justicia.
La violencia que vivimos se ha convertido en una violencia estructural, en una forma de organización bajo la que funcionan las instituciones y la sociedad toda y, lo más grave, se ha ido transformando en una cultura en la que están creciendo las nuevas generaciones. Una cultura distorsionada y aberrante en la que se va perdiendo la capacidad de asombro e indignación ante la muerte y la impunidad, una cultura que ve como natural la exposición mediática de ataques, asesinatos, ejecuciones y torturas; una cultura que asume que no se puede hacer nada para revertir esta situación y que la autoridad es incapaz por naturaleza de impartir justicia y frenar la delincuencia; una cultura en la que la corrupción se mira como la forma natural de estructurarse de la maquinaria social y de gobierno.
La muerte de estos jóvenes es una más en medio de otras miles de muertes generadas por esta decadencia social, pero por la autoridad moral y el prestigio de Javier Sicilia ha cobrado una gran relevancia. Ojalá esta relevancia sirva para convertir este hecho dolorosísimo –un dolor imposible de ser nombrado, dice Sicilia, “por eso un padre que pierde un hijo no es huérfano ni viudo, es simplemente nada”- en un punto de inflexión, en un momento simbólico para que la sociedad mexicana despierte e inicie con inteligencia y creatividad un proceso de reversión de este mal estructural y de esta aberración de la cultura.
Por lo pronto desde el campo educativo habría que preguntarnos seriamente qué papel le toca jugar a la escuela y a la universidad en este momento crítico de nuestra historia nacional. No es fácil sin duda pensar en cuál sería la mejor forma de contribuir a un verdadero cambio de fondo como el que se requiere, pero la escuela y la universidad son los espacios de la inteligencia, la creatividad, el pensamiento crítico y la posible regeneración de la cultura.
Quizá habría que empezar por cambiar las prioridades de los planes de estudio, de las prácticas educativas, de los actos cívicos y la organización escolar toda. Seguramente habría que plantearnos seriamente que el reto fundamental de la Educación en nuestros tiempos no es el de formar personas eficientes para insertarse en la sociedad que tenemos, sino el de formar personas que aprendan a vivir y a convivir sin violencia, con respeto y tolerancia; sin tener como fin último la obtención de dinero, poder y “éxito”; volviendo a pensar en el verdadero bien de la sociedad y en el futuro de la especie humana como la meta fundamental de la existencia; sabiendo que esta forma de ver y afrontar la vida es la única que puede realmente aportar felicidad individual. Quizá…
-Publicado en Puebla On line. Miércoles 6 de abriul de 2011
*El artículo expresa la opinión personal del autor, que es académico de la Universidad Iberoamericana Puebla
**Este texto se encuentra en: http://circulodeescritores.blogspot.com
Este blog fue creado para compartir algunos elementos sintéticos del trabajo de investigación reflexiva sobre "educación personalizante", término creado para invitar a pensar la educación como dinamismo histórico-socio-cultural complejo, desde una perspectiva fundada en el pensador jesuita Bernard Lonergan S.J. (1904-1984)y el intelectual francés Edgar Morin (1921- )que alimentan mi propia búsqueda de una educación que contribuya a la humanización,
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