*Artículo publicado en E-Consulta, 24/03/2008.
La profunda crisis del mundo actual está exigiendo un
cambio en la visión ética de le educación. Este cambio tiene que traducirse, a
partir de una adecuada y renovada trans-formación de los educadores, en
prácticas educativas totalmente nuevas y distintas que respondan a las
exigencias de la reforma del espíritu y de la reforma del pensamiento que piden
los tiempos.
Porque más que requerirse la enseñanza de contenidos
morales, se está planteando la necesidad de que las prácticas educativas
capaciten a los educandos para comprender la complejidad del conocimiento,
entender la incertidumbre del mundo y saber moverse en ella, arraigarse
críticamente en su propia herencia histórica y cultural, ser capaces de vivir
una ciudadanía planetaria y de comprender a los seres humanos empezando por
comprender su propio misterio como seres humanos.
Lo anterior conduce a visualizar prácticas educativas que
deben centrarse más que en contenidos, en procesos, operaciones estructuradas,
métodos de trabajo, de pensamiento y de toma de decisiones.
Esto
requiere una preparación totalmente distinta de los docentes que se forman para
transmitir conocimientos pero no para lograr generar estos procesos humanos
complejos. Pero esta formación no puede consistir en la mera enseñanza de
métodos didácticos para la incertidumbre, métodos de pensamiento complejo, etc.
Moira Carley -investigadora educativa
norteamericana- dice bien que cuando sucede que la formación docente se
convierte en enseñanza de métodos, se produce una “apropiación acrítica de
métodos de enseñanza” como resultado de la falla en los procesos de reflexión
crítica de los profesores que no tienen el hábito de preguntar siempre ¿por
qué? ¿Realmente es así? ¿Es bueno que así se enseñe? y terminan
aprendiendo métodos como recetas de cocina que se aplican tajantemente y
generalmente sin buenos resultados.
Un profesor que tiene un horizonte limitado a
partir de una experiencia no reflexionada, seguramente va a generar un
horizonte igualmente limitado en los estudiantes. Se requiere entonces que el
profesor viva una experiencia de auto-reflexión, de autoanálisis, que se
capacite en el hábito de la introspección y en la toma de decisiones, pues como
dice Shavelson: “Todo acto de docencia es el resultado de una decisión, sea
consciente o inconsciente…” por tanto “la habilidad docente básica es la toma de
decisiones”.
A partir de esta capacitación en la toma de decisiones y
en el hábito de introspección, los docentes tendrían que vivir un proceso de
auténtica transformación intelectual y moral que los llevara a reconceptualizar
su misión y a replantear todas las estrategias que utilizan para llevarla a
cabo.
Desde esta nueva visión, las sesiones de clase deberían
ser planteadas como espacios para vivir experiencias de aprendizaje conjunto e
integrado en el que se plantearan los contenidos en forma de problemas
complejos que requirieran del concurso de conocimientos de distintas
disciplinas puestos en juego en torno a preguntas generadas en el mismo
proceso.
Estos
problemas tendrían que contemplar, tanto la parte cognoscitiva en la que los
estudiantes llegaran a la comprensión y la reflexión crítica que los llevara a
afirmar como juicios de hecho los conocimientos básicos del curso, pero también
tendrían que incorporar cuestiones sobre las implicaciones éticas, humanas,
sociales y ambientales que tendría cada solución posible del problema para
orillar al grupo a la deliberación y al planteamiento de jucios de valor y a la
toma de decisiones –reales o supuestas- respecto al problema estudiado.
Estos procesos serían concebidos ya no como intercambios
exclusivamente intelectuales, sino como procesos humanos en los que la
dimensión afectiva está integrada al proceso de aprendizaje. Una educación
emocional adecuada, el cultivo de una cultura psíquica, es indispensable para
que exista un proceso de desarrollo ético pertinente.
Solamente una real transformación de las prácticas educativas
desde un cambio de visión ética podría ayudar a que la educación se convirtiera
en una auténtica formación moral que aportara elementos para construir una
sociedad más humana y más justa, tal como se está requiriendo en este cambio de
época en México y en el mundo.
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