domingo, 11 de diciembre de 2016

La eternidad constante: Educar para cerrar ciclos.





1.-La eternidad constante: A manera de introducción.
Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras:
los astros y los hombres vuelven cíclicamente;
los átomos fatales repetirán la urgente
Afrodita de oro, los tebanos, las ágoras.
Vuelve la noche cóncava que descifró Anaxágoras;
vuelve a mi carne humana la eternidad constante
y el recuerdo ¿el proyecto? de un poema incesante:
«Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras...»
            J.L. Borges. La noche cíclica (Fragmento)
            Como bien afirma Borges los seres humanos desde la antigüedad  hemos sabido que “los astros y los hombres vuelven cíclicamente”, que hay ciertas cosas que se repiten y vuelven como si nuestra vida y la vida misma fuera esa “serpiente que se muerde la cola” a la que aluden algunos mitos de nuestras culturas ancestrales.
            Sin embargo, al mismo tiempo que hemos sabido de esta especie de continuo girar sobre lo mismo que nos presentan la naturaleza y la vida,  también hemos sabido desde siempre que este caminar en rotación implica al mismo tiempo un cambio, un avance, un apuntar hacia metas nuevas y situarse quizá en el mismo sitio pero siempre parados en otra perspectiva, de manera que esta imagen cíclica parece más una espiral que avanza y retrocede que un círculo cerrado dando vueltas sobre sí mismo.
            En efecto, el devenir del universo y de los astros, el proceso de reproducción de la vida vegetal y animal y aún el continuo caminar de la humanidad en la historia tienen algo de “eternidad constante”, de movimiento estable o estabilidad en movimiento.
 2.-Los ciclos de la vida, la vida como ciclos.
 ”El pensamiento ecológico ha puesto en su centro la idea de cadena y la idea de ciclo…Sin embargo, no hay UN gran bucle eco-organizacional sino un gran Pluribucle o Bucle uniplural constituido por grandes ciclos, cadenas…Por este hecho, cada momento de un ciclo constituye al mismo tiempo el  momento de uno o varios otros…”
Morin, 1997; P. 46[1]
            Esta idea de ciclos nos viene antes que de la experiencia psicológica o del análisis de la historia, de la simple observación de la naturaleza. La naturaleza requiere de ciclos que se repiten una y otra vez para garantizar la continuidad de la vida, como la rotación de los planetas alrededor del sol, el continuo repetirse de las estaciones del año, el ciclo del agua que explica la relación recurrente entre los mantos acuíferos, ríos, mares y nubes que provocan la lluvia cuando ocurren ciertas condiciones atmosféricas[2].
            El ciclo de la vida se sostiene gracias a estos fenómenos del universo que se mantiene en virtud de la existencia de ciclos recurrentes y permanece también debido a otro ciclo al que podemos llamar la cadena alimenticia en la que unas especies viven gracias a que se alimentan de otras que a su vez se alimentan de otras especies más, garantizando un equilibrio en este movimiento constante.
            Pero estos ciclos no pueden ser cerrados e inmutables. De esta manera los ciclos van abriéndose y cerrándose continuamente pero también van mezclándose con otros ciclos y produciendo bajo ciertas condiciones muchas veces azarosas, nuevas emergencias, fenómenos o acciones distintas y superiores en complejidad que funcionarán estableciendo a su vez nuevos ciclos.
            Esta es la dinámica de la evolución en la naturaleza y de las especies que fueron naciendo desde los ciclos compuestos por la vida elemental de organismos unicelulares hasta ciclos de organismos más complejos que culminan en la emergencia de la consciencia, propia de la especie humana.
Es también la dinámica de los individuos humanos que a su vez van viviendo con base en ciclos físicos, químicos, biológicos, psicológicos, reproductivos y que van dando lugar a la emergencia de las sociedades humanas, del Estado, de formas de organización diversas que  construyen sus propios ciclos de funcionamiento.

3.-La experiencia humana y sus ciclos: una exploración que no cesa.
 “Con el impulso de este amor y la voz de este llamado no cesaremos de explorar y el final de nuestra búsqueda será arribar al lugar donde iniciamos y conocer el sitio por vez primera”
T.S. Elliot
            La experiencia humana de la vida, la existencia de las personas es también una sucesión de ciclos. Ya no digamos los ciclos básicos que soportan la vida (los ciclos bioquímicos, celulares, de nuestro metabolismo) sino los ciclos propiamente existenciales que son los ciclos conscientes que van constituyendo el proceso de nuestra vida, construyendo paso a paso el “drama” de nuestra propia existencia en convivencia.
            El drama personal de la vida de cada quien con sus propios ciclos –infancia, adolescencia, juventud, madurez, vejez- se entrelaza al mismo tiempo en un ciclo con el drama social –y sus ciclos de organización, instituciones, gobierno- y con el drama de la humanidad con sus propios ciclos de evolución como especie que necesita “salvarse, realizándose”, es decir, convertirse en cada día más humana para poder sobrevivir y cumplir su vocación en el cosmos.
            En esta experiencia existencial que podríamos llamar fundante porque está en el eje de lo que nos constituye, de lo que define quiénes somos en lo individual, social y colectivo, se sustenta la necesidad vital de identificar los ciclos , de comprender la dinámica de estos ciclos y de cerrar ciclos para abrir continuamente nuevos ciclos.
4.-Los ciclos del aprendizaje, el aprendizaje como ciclos
“Cada generación hereda una cultura de la anterior; se apropia de ella, la renueva, la recrea y la transmite a la siguiente; de tal modo que las culturas son en esencia, dinámicas y cambiantes y la educación intencional da por sentado que le corresponde determinar qué es válido y transmitirlo a la generación siguiente…”
Latapí, (2009, p. 29)[3]
            Si la Educación tiene que ver fundamentalmente con formarnos como seres humanos, con enseñarnos humanidad unos a otros y si la humanidad es cíclica en este sentido paradójico de repetición-avance, entonces el proceso de identificación, comprensión y cierre de ciclos es algo fundamental en el proceso educativo.
            No existe realmente educación si no se da esta capacitación a las nuevas generaciones para ubicarse en el gran ciclo del universo –para ser capaces de “obedecer a la vida y guiar la vida” - y en el gran ciclo de la historia y la cultura –para “ser conservadores de lo que haya que conservar y revolucionantes de lo que haya que revolucionar”- (Morin,1995 y 2003)[4].
            Porque la educación es en si misma un gran ciclo, una rueda que gira sobre el eje de la cultura y avanza con la fuerza de dos grandes motores: la herencia y el descubrimiento.
            El sistema educativo se plantea de hecho a partir de ciclos. La educación en cualquier país se organiza curricularmente a partir de los ciclos de vida y aprendizaje de los niños, adolescentes, jóvenes y adultos. Es así que se estructuran niveles educativos como el jardín de niños, la primaria, la secundaria, el bachillerato, la licenciatura y el posgrado pensando en las características que tiene un estudiante en las distintas etapas de su vida. Por otro lado, la educación se vive a través de ciclos escolares.
            Seguramente recordamos la expectativa y la emoción que nos daba el inicio de un nuevo ciclo escolar y el misterio de cómo sería la maestra o los profesores que nos darían clase, en qué grupo de compañeros íbamos a estar, cómo sería lo que viviríamos ese año en el aula.
            Sin embargo de manera contradictoria existe también en nuestra experiencia como educandos el recuerdo de cómo poco a poco esta expectativa y emoción se iban convirtiendo en tedio y aburrimiento por la rutina en la que iba sucediéndose el transcurrir de los días en el aula y porque se llegaba al final sin una clara visión de “cierre de ciclo”.
            ¿Por qué siendo la educación algo tan explícitamente organizado en ciclos no puede preparar en los hechos para cerrar ciclos y para abrir nuevos ciclos?
            Tal parece que el problema está en que falta en el sistema educativo en general un elemento central en los ciclos de  la existencia humana. Este elemento es el del sentido.
            Los ciclos naturales y humanos son de “eternidad constante”, es decir, de girar en torno a un eje estabilizador pero al mismo tiempo avanzar en un horizonte que genera nuevas emergencias en el caso de la naturaleza y abre nuevas posibilidades en el caso de lo humano. Se trata pues de procesos de repetición que avanza hacia un horizonte de sentido y este horizonte es el que está muchas veces ausente en el proceso educativo que se vuelve rutinario y se vive entonces como una rueda de noria que gira incesante sobre su propio eje sin ir a ningún lado, simplemente, como decía Paz: “exprimiendo la sustancia de la vida…”[5]
Sin embargo yo fui tal como ustedes,
Joven, lleno de bellos ideales,
Soñé fundiendo el cobre
Y limando las caras del diamante:
Aquí me tienen hoy
Detrás de este mesón inconfortable
Embrutecido por el sonsonete
De las quinientas horas semanales.
              Nicanor Parra. Autorretrato
            Si la escuela no enseña a cerrar ciclos es porque muchas veces los mismos profesores no aprendieron nunca a ver el proceso educativo como un ciclo que se abre, se desarrolla y se tiene que cerrar. Muchos docentes se formaron sin esta capacidad de autorreflexión y aunque en el inicio de sus carreras,  fueron jóvenes, “llenos de bellos ideales…” terminaron enajenados por la rutina escolar hasta llegar a quedar “embrutecidos por el sonsonete de las quinientas horas semanales”.
            Lo mismo sucede en el proceso de conocimiento que predomina desafortunadamente todavía en las aulas de nuestros días. El proceso de aprendizaje se vuelve una acumulación enciclopedista de datos, de información desarticulada y descontextualizada carente de sentido y no un proceso en el que los conocimientos de ponen en ciclo, se ponen a circular con una finalidad.
            Algo similar encontramos en el campo de la ética en la educación donde tampoco se hace este cierre de ciclos porque se vive por una parte, un total aislamiento entre conocimiento y ética, entre juicios de hecho (lo que es verdadero o correcto) y juicios de valor (lo que es bueno o humanizante) y por otra en una visión de la educación ética que consiste en “enseñar” valores aislados, desarticulados y desencarnados a los estudiantes.
Por una parte se estudian materias en las que se aprenden contenidos y se piensa la realidad desde las distintas facetas que toca cada asignatura y por otro lado, totalmente diferente, se incluyen materias que buscan que se aprendan valores cívicos o éticos, formas socialmente aceptadas de “vivir bien”.
Además de esto, en las materias que forman en lo moral, se trabaja para que los alumnos aprendan “valores universales”, es decir, un listado de normas y comportamientos que la sociedad considera propios de un “buen ser humano” en abstracto pero no a que ponga en ciclo información, preguntas, ideas, imágenes, sentimientos y valoraciones para construir en concreto su propia existencia de la manera más humana posible.
5.-Ciclos abiertos, aprendizajes sin sentido
“…Se va un día más
En el que no cumpliste con tu deber.
Dejaste todo
Para un mañana lleno de nunca…”
J.E. Pacheco. Las cinco

            Y así se van los días, los meses, los años escolares y el estudiante no aprende a explicitar los ciclos vividos, a vivirlos conscientemente y a cerrarlos en el momento y de la forma en que deben ser cerrados.
            De manera paradójica la educación se vive a través de ciclos pero no capacita para cerrar ciclos y abrirse a nuevos desafíos.
            Por eso los estudiantes van acumulando ciclos escolares (año tras año), ciclos educativos (primaria, secundaria, bachillerato, universidad) y ciclos vitales sin caer en la cuenta de su riqueza y dejando siempre esos ciclos abiertos, sin posibilidades de recuperación y aprendizaje real más allá del de los contenidos –intelectuales y valorales- que se olvidan al salir de un ciclo y llegar al siguiente precisamente porque no hubo un cierre que los ubicara en el marco amplio de la vida y les diera un significado en ese marco.
            Un ejemplo clarísimo es lo que sucede en nuestras escuelas en las últimas semanas de un ciclo escolar. .
            Hace ya casi veinte años se amplió el calendario escolar a doscientos días “efectivos” de clases. En realidad no son tan efectivos, puesto que la documentación oficial que implica calificaciones finales se sigue pidiendo en las mismas fechas, por lo que los niños y los maestros tienen que seguir asistiendo a la escuela por varias semanas cuando ya todo el ritual oficial ha terminado.
            Pero en lugar de aprovechar esas semanas de “gratuidad escolar” en las que alumnos y maestros se siguen encontrando en el aula sin la obligación del cumplimiento de un programa de estudios y de una calificación, en lugar de planear ese tiempo valioso precisamente para “cerrar el ciclo”, para que los alumnos recuperen su experiencia, la interpreten, valoren lo aprendido, relacionen ese año vivido en la escuela con su propio proceso existencial y su plan de vida, esas semanas se vuelven semanas carentes del mínimo sentido, semanas de perder el tiempo y de hacer simplemente que pase el tiempo.
6.-Cerrando ciclos: algo que se aprende
            A cerrar ciclos se aprende y este aprendizaje es básico para afrontar la vida, para entender el misterio de cada instante de la vida y plantearse continuamente esas preguntas que por ser tan esenciales no tienen nunca respuesta definitiva: ¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿Qué va a ser de mí? ¿Qué voy a hacer de mí?
            Pero ¿Cómo se aprende a cerrar ciclos en la vida, cómo podría la escuela capacitarnos para hacerlo?
            Como afirma Latapí (2009, p. 51): “Humana y solo humana es la capacidad de concebir la existencia como destino, con principio y fin, con sentido de realización….” , es decir, la capacidad humana de ver la vida como un ciclo compuesto de ciclos que tienen también principio y fin, origen y destino.
            Pero como toda capacidad humana, la capacidad de concebir los ciclos  que conforman la existencia tiene que desarrollarse, cultivarse, ejercitarse de manera continua y cooperativa y la clave principal para hacerlo es promover la explicitación consciente de estos ciclos y la búsqueda constante de sentido de realización.
            En una escuela del noreste de Estados Unidos, se acostumbraba una práctica sencilla que puede ser un ejemplo de cómo desarrollar la capacidad de cerrar ciclos. Resulta que en la semana se iban dejando distintos trabajos y tareas dentro del horario de clase y el viernes se daba un tiempo para que los niños revisaran todas las tareas de la semana y completaran el “old work”, es decir, el trabajo atrasado, todos los ejercicios que habían dejado a medias a lo largo de la semana.
            De esta manera los niños que desarrollaban el hábito de iniciar un ejercicio y continuar en él hasta concluirlo, el viernes tenían opción de jugar, leer o platicar mientras los demás hacían el “old work”.
            Este ejercicio sencillo de disciplina –no dejar una tarea o un problema hasta que se ha concluido- es un modo fundamental de desarrollar en los niños la capacidad de cerrar ciclos. El desarrollo de la disciplina, que conlleva la “posposición de la satisfacción”[6] en los niños y adolescentes puede y debe trabajarse tanto en la escuela como en la casa.
            Otra línea de trabajo para educar la capacidad de cerrar ciclos es el desarrollo de la “inteligencia intrapersonal”[7]. Enseñar a dialogar con uno mismo aprendiendo el hábito de tener momentos de silencio cada determinado tiempo es otra manera de educar para cerrar ciclos que puede y también debiera hacerse tanto en el aula como en la casa.
            Una tercera forma fundamental de educar para cerrar ciclos es el aprovechamiento de todos los fines de etapas de la vida cotidiana (la navidad y el año nuevo, el fin de un año escolar, el término de un nivel educativo, etc.) para establecer un diálogo reflexivo con los alumnos o los hijos para que aprendan a hacer balances, síntesis y evaluación de lo vivido y a sacar conclusiones con miras al futuro.
7.-El cierre de ciclos como experiencia de trascendencia.
“…Esto es urgente porque la eternidad se nos acaba..."
Jaime Sabines

            Finalmente, aprender a cerrar ciclos en la vida, enseñar en la familia y la escuela a cerrar ciclos  es algo que puede ayudarnos para un acercamiento progresivo a la comprensión de la vida toda como un ciclo, para entender que esa “eternidad constante” que se repite cíclicamente a lo largo de nuestros días es algo finito y frágil que acabará por extinguirse cerrando el ciclo de ciclos de nuestra estancia en la tierra y abriendo quizá, si lo entendemos desde la fe, un nuevo ciclo en otra dimensión.
            Comprender esto puede hacernos conscientes de la urgencia que tiene para cada uno aprender a cerrar ciclos, porque “la eternidad se nos acaba” y es necesario llegar preparados a ese instante en que el ciclo de nuestros ciclos en este mundo se cierre para siempre.
Preguntas para la reflexión
1.-¿Cómo reconocer cuando un ciclo se acaba?
2.-¿Cuáles son los elementos más importantes para cerrar un ciclo de manera constructiva?
3.-¿Cómo hacer que la educación familiar y escolar incorpore entre sus metas la formación para cerrar ciclos?
Bibliografía recomendada.
Barbery, M. (2007). La elegancia del erizo. México. Seix barral.
Latapí, P. (2009). Finale prestíssimo. Pensamientos, vivencias y testimonios. México. Ed. Fondo de Cultura Económica.
Marina, J. A. (2004). Aprender a vivir. Barcelona. Ed. Arial. 3a. edición.
Morin, E. (1995).  Mis demonios. Barcelona. Ed. Kairós
Peck, S. (1994). La nueva Psicología del amor. Argentina. Ed. EMECÉ.

[1] Morin, E. (1997).  El Método II. La vida de la Vida. Madrid. Ediciones Cátedra.

[2] Morin, E. op, cit..

[3] Latapí, P. (2009). Finale prestíssimo. Pensamientos, vivencias y testimonios.México. Ed. Fondo de Cultura Económica.
[4] Morin, E. (1995).  Mis demonios. Barcelona. Ed. Kairós y Morin, E. (2003). El Método V. La humanidad de la humanidad. La identidad humana. Madrid. Ediciones Cátedra.
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[5] Octavio Paz: Poema: Piedra de sol.
[6] Peck, S. (1994). La nueva Psicología del amor. Argentina. Ed. EMECÉ.

[7] Gardner, H. (1993b). Multiple intelligences: the theory in practice. New York. Basic           books, Harper Collins ed.

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