lunes, 23 de enero de 2012

El salto al vacío: Porque fe no es igual a certeza.

Continuando con la reflexión que ha suscitado en mí el intercambio de ideas, un tanto caótico y un mucho complicado por la enorme diferencia de horizontes de significación, en un grupo que buscaba inicialmente construir ciertas comprensiones básicas sobre lo que implica creer o no creer en Dios, en el comportamiento individual y social de las personas, escribo ahora, muy de prisa dado que son casi las dos de la mañana de un lunes en el que hay que levantarse a iniciar una semana de trabajo.

Lo hago principalmente movido por un deseo de poner en blanco y negro mis propias convicciones para comprenderlas mejor y comprenderme mejor a mí mismo como creyente, pero las pondré en mi blog y tal vez en el Facebook por si a alguien más pudieran servirle de algo.

Dos puntos centrales que han expuesto algunos miembros del grupo me han movido a pensar en mi propia posición como creyente. Una de ellas es la afirmación de que ser creyente hace más fácil la vida porque todo se refiere en última instancia a un ser supremo en el que residen todas las respuestas a las interrogantes de la vida, por lo cual el creyente vive sin angustia ni incertidumbre. La segunda tiene que ver con la afirmación de que los creyentes pensamos que el ser humano es superior, quizá muy superior a los demás seres vivientes que existen en el universo.

He pasado semanas pensando en el asunto de la posibilidad de que la vida sea más fácil por ser creyente y de que realmente al creer en Dios nos deshagamos de la angustia existencial y de la incertidumbre porque afirmamos que la respuesta definitiva y absoluta reside en él.

No tengo para responderme a esta cuestión más que mi propia experiencia, influida sin duda por mis lecturas teológicas aunque no recuerdo en este momento de qué autores o mezcla de autores llego a esta conclusión que aquí expongo.

Pues resulta que no, que no creo que la vida del creyente quede exenta de incertidumbre y angustia por considerar a Dios como la respuesta última a las interrogantes de la existencia. Creo que esto es también cuestión de cómo se entienda esto de que Dios es la última respuesta. Si se comprende desde una visión esencialista y fija del devenir humano, podría ser cierta esta afirmación. Un creyente formado dogmáticamente tiene respuestas hechas para casi cualquier cuestionamiento sobre la vida y la muerte y estas respuestas le dan seguridad y quizá lo libren, aunque no creo que en el fondo no la sienta, de la angustia de existir y la certeza de caminar en medio de problemas, injusticias, sufrimientos, etc. Hacia la muerte.

Sin embargo un creyente que sustenta su fe en la experiencia interior profunda de encuentro con un ser trascendente que genera una nueva visión de la realidad que se mira como presencia activa y dinámica de este ser trascendente en el mundo, no solamente no está exento de la angustia y la incertidumbre sino que vive en permanente conflicto al mirar la realidad injusta –desajustada de ese “vivir como Dios manda”, de ese vivir en amor producto del saberse amado- y al experimentar muchos eventos en los cuales ese Dios pareciera estar ausente, porque son eventos de violencia, de violación de la dignidad humana, de dolor injustificado, de explotación del hombre por el hombre.

Pero sobre todo un creyente vive la incertidumbre y la angustia existencial porque ser creyente, precisamente porque implica no fundar todas las convicciones en lo que la ciencia puede mostrar y demostrar, precisamente porque a Dios nadie lo ha visto y porque no hay ninguna garantía de esa vida más allá de esta vida, implica un salto al vacío y un acto libre de entrega.

Un salto al vacío porque la vida se orienta desde algo que se experimenta en lo profundo como cierto y valioso pero que no se puede demostrar. Un salto al vacío porque toda esa vida se sustenta en la respuesta a una invitación vivida pero no garantizada, una invitación a vivir de un modo contracultural y en estos tiempos, políticamente incorrecto.

Un acto libre de entrega porque en una decisión de aceptación libre y comprometida a esta invitación, se acepta que se “haga su voluntad en la tierra como en el cielo”, cosa que como decía mi esposa en su texto de nuestras bodas de plata “es en serio”, porque implica tratar de ver y aceptar su voluntad en todos los acontecimientos aunque uno no los comprenda o incluso cuando uno siente que son injustos.

¿Qué más incertidumbre y qué más angustia ante la impotencia y la no comprensión de la voluntad de Dios que en el momento en que le informan a uno que su hija ha estado, está, entre la vida y la muerte –veintitrés minutos más del lado de la muerte que del de la vida-? ¿Qué mayor salto al vacío que en esos momentos decir: “Hágase tu voluntad”? ¿Qué mayor angustia que saber que su voluntad es que ella siga en la vida pero sin tener todavía una recuperación completa? ¿Qué mayor incertidumbre que la de no saber cuándo o cómo llegará esta recuperación y hasta qué nivel se logrará y sin embargo no dejar de creer, de sentir en lo profundo aún en los momentos de mayor enojo y rebeldía, que él está presente, ha estado presente y estará presente a nuestro lado en todo momento? ¿Qué mayor salto al vacío que decidir creer cuando esa hija te dice que “Dios la vino a ver” a su cama de terapia intensiva o quizá a la plancha del quirófano como lo narro en el texto: “Presencia de Dios” en mi blog?

Por otra parte está la convicción de la “superioridad” del ser humano respecto a los demás seres vivientes. Creo que esta mentalidad no es propia de los creyentes sino de los seres humanos modernos. La apuesta por la ciencia que superaría la religión entendida como superstición y mito y que nos llevaría al progreso y la felicidad se sustentaba en esta idea del ser humano como superior por su racionalidad a todos los demás seres de la creación.

Por el contrario, entre los creyentes hubo un Francisco de Asís que llamó hermanos al lobo y a todos los seres creados y fue vanguardia en el llamado a integrarnos y respetar a la naturaleza.

Sin embargo es cierto que los creyentes vemos al ser humano como poseedor de una dignidad cualitativamente distinta de los demás seres vivos, puesto que está hecho “a imagen y semejanza” de Dios. Esto entendido modernamente pudo ser visto como superioridad y unido al pensamiento cientificista moderno, contribuyó sin duda a esta “megalomanía humana” de la que habla Morin y que sin duda hay que superar. No somos los reyes absolutos de la creación sino la parte consciente de ella. Por eso tenemos una dignidad distinta, porque podemos nombrar al mundo y gracias a ello traerlo al a existencia, porque nos sabemos a nosotros mismos parte de este mundo y por ello somos seres “arraigados al cosmos y al mismo tiempo desarraigados de él” como el mismo Morin afirma.

Por esta doble condición de arraigo-desarraigo, tenemos la obligación, el compromiso de efectuar un “doble pilotaje: obedecer a la vida y guiar la vida”, según el mismo autor francés. Interesante que un intelectual no creyente postule esta complejidad en la que se mira claramente no la superioridad entendida como derecho a la destrucción sino la similitud-diferente o la diferencia-similar que tenemos respecto a los demás seres humanos.

Si el problema de la modernidad fue ver solamente el desarraigo y creer que podíamos hacer con la naturaleza lo que quisiéramos (desobedecer a la vida), el pecado actual es, por efecto pendular, creer solamente en el arraigo y no distinguir a la humanidad como especie distinta por su consciencia y por lo tanto como especie comprometida a guiar la vida, con lo cual no solamente le atribuimos rasgos humanos a los animales (sufrimiento, certezas, decisión, voluntad) sino que renunciamos a nuestro compromiso de guiar la vida, que es intrínseco a la naturaleza humana.

Creo, quizá soy yo solamente y no los creyentes en general, que esta es la visión sana de la distinción del ser humano respecto a las demás especies y creo que esta distinción nos plantea el desafío de la libertad responsable y el llamado al amor sin fronteras que es la dimensión propiamente religiosa de la humanidad que puede expresarse, es mi caso, en una visión trascendente de la vida o bien en una visión como la del mismo Morin que se expresa como una religiosidad laica o una espiritualidad laica que comparte valores fundamentales con los creyentes sin por ello creer que existe un ser absoluto o una vida después de esta vida.

*Un texto todavía muy "en bruto", que quería corregir, pero que ante la evidencia de más de una semana de no haber podido revisarlo, decido subir al blog, que finalmente es un repositorio de mis pensares en voz alta más que un espacio de textos acabados y exhaustivamente editados.

1 comentario:

Naela Cruz dijo...

Mi querido amigo sabinesco, no sólo me cae como anillo al dedo tu texto, sino que me hace reflexionar aún más ciertas dudas, cuestiones que hay dentro de mi...como bien lo dices en lo más profundo...GRACIAS por compartir tus pensamientos en voz alta.

Tres imágenes para el día del maestro.

*De mi columna Educación personalizante. Lado B. Mayo de 2012. 1.-Preparar el futuro, “Qué lindo era el futuro...