*Artículo publicado en E-Consulta en noviembre de 2012.
“…"hasta un pueblo de demonios",
de seres sin sensibilidad moral, querría una Ética cívica para vivir en paz,
con tal de que fueran inteligentes. Tanto más un pueblo de personas, dotadas de
sensibilidad moral, que verían la necesidad de transmitir esos valores a sus
hijos a través de la educación..”
Adela Cortina.
Circulando
por cualquier calle de la ciudad de Puebla uno se encuentra casi en cada cuadra
con autos estacionados en doble fila que obstruyen la circulación de los demás.
Cuando se ingresa en automóvil a un centro comercial grande o pequeño o incluso
a los hospitales más caros y exclusivos de la ciudad, lo común es ver los
lugares destinados para discapacitados ocupados por personas que no tienen
ninguna discapacidad más que la flojera de caminar unos pasos. La entrada a las
escuelas supone siempre una fila de vehículos estacionados también en doble o
triple fila para bajar a los niños sin tener que caminar.
Si
se inauguran obras de beneficio colectivo es también común ver la forma en que
la gente empieza a destruirlas por una mezcla de inconciencia y placer. De
igual forma es normal ver todavía a personas que arrojan basura a la calle
desde la ventanilla de su auto o de un autobús urbano y personas que se meten
adelante en la fila del supermercado o rebasando por el acotamiento se
adelantan a la fila en las casetas de cobro de las autopistas.
El
pretexto es siempre algo como: “es que voy a bajar solamente un momento”, “no
voy a tardar”, “es que tengo prisa”, “tengo muchas cosas que hacer y me urge…”,
etc. como si las demás personas que esperan en la fila, se estacionan donde
deben y caminan para bajar a dejar a sus hijos a la escuela no tuvieran también
prisa o actividades que realizar.
Cuando
un ciudadano común se atreve de manera amable a reconvenir a los infractores,
cuando un “viene-viene” o un vigilante de los estacionamientos se atreve a
decirles que no se deben estacionar en tal lugar o que no pueden tirar basura
en el piso, la respuesta es de indiferencia en el mejor de los casos y de
agresión prepotente e insultos en la mayoría.
Resulta
curioso darse cuenta que esas personas que rompen las normas mínimas de
convivencia en todos los espacios públicos, llevan a sus hijos a escuelas donde
les “inculquen valores”, se quejan de la corrupción y la violación a las leyes
por parte de los delincuentes o los políticos y seguramente se consideran
buenos ciudadanos.
Del
otro lado nos encontramos con que la autoridad brilla por su ausencia. Uno
puede circular por las calles llenas de autos en doble fila y no verá una sola
patrulla de tránsito; lo que es peor, uno pasa por la entrada de las escuelas y
muchas veces hay patrullas y agentes de tránsito que se supone están para poner
orden, pero estas patrullas y agentes están viendo a los autos en doble fila, a
los padres y madres de familia cometiendo toda clase de imprudencias y
violaciones de tránsito sin decir absolutamente nada. Lo mismo ocurre cuando se
tira basura en la calle, se destruye mobiliario o instalaciones urbanas o se
agrede a otro en la vía pública. La autoridad ha renunciado a su tarea y ha
claudicado ante el caos imperante en la ciudad.
Lo
anterior parece no ser privativo de las autoridades locales o estatales de
Puebla sino un fenómeno reiterado a nivel nacional. Individuos o grupos roban y
queman vehículos, toman instalaciones universitarias por la fuerza, bloquean
calles o se apoderan de zonas o ciudades completas sin que la autoridad asuma
su responsabilidad y cuando la asume, la sociedad entera y los medios de
comunicación reaccionan airadamente acusándola de “represora”.
Este
es el círculo vicioso en el que estamos sumidos hoy: los ciudadanos violando
las normas desde lo más pequeño hasta lo más grave con total impunidad porque
no hay autoridad que les marque límites, y la autoridad sin marcar límites
porque la cultura establecida reprueba su intervención a pesar de que en el
discurso manifiesta que se requiere.
Dice
bien Adela Cortina reinterpretando la idea de Kant: “hasta un pueblo de
demonios querría una ética cívica para vivir en paz, con tal de que fueran
inteligentes” y parece que nosotros hoy en día, seres humanos que se supone
tenemos la sensibilidad moral de la que carecen los demonios, parecemos no ser
lo suficientemente inteligentes para pensar que necesitamos una ética cívica
para poder convivir en paz y no terminar matándonos unos a otros como ya está
sucediendo cotidianamente en nuestra patria.
Ojalá
como sociedad podamos reflexionar sobre esta necesidad urgente de aprender a
convivir , que es el nuevo nombre de la educación ética, porque más que enseñar
valores a los niños tendríamos que demostrarles con el ejemplo en nuestras
acciones más simples y cotidianas, que somos inteligentes y vivimos una ética
cívica porque queremos vivir en paz.
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