domingo, 18 de septiembre de 2011

ALGUNOS MITOS Y RITOS DE INICIACIÓN.

(Fragmento de un texto de un grupo, llamado informalmente “el plan” en que participamos Martín y Gaby con otros matrimonios amigos del 96 al 97).


2.-EL MITO DE LOS “BUENOS BUENOS” QUE NO ENTIENDEN EL MUNDO DE LOS MALOSOS.


Mi educación formal –y no sé si también la otra- empieza en tercero de primaria. Antes de eso hay solamente vagos recuerdos de mi hermana consiguiéndome amiguitos en el kínder de monjas, de un niño asustado esperando a su papá hasta con a las tres de la tarde afuera del Pereyra o de los baños del iberia al que asistí como cuatro días.

Mi educación comenzó en un colegio salesiano que marcó para siempre una vocación casi genética por la docencia, que estuvo dormida un tiempo pero que cuando despertó ya no me dejó nunca en paz.

Precisamente allí, al calor de Don Bosco saltimbanqui con mamá Margarita y un hermanstro terrible, en el ejemplo impregnado en el ambiente de un Domingo Savio –un niño que llegó a santo haciendo cosas que viéndolas hoy me parecerían casi masoquistas-, precisamente en ese ambiente de recreos jubilosos con los maestros, de misas con coro, guitarra eléctrica y batería –cómo recuerdo las pistas en italiano antes de ser traducidas para que las cantáramos-, de un grupo de “exploradores” que hacían “gloriosas expediciones” hasta el albergue de La Malinche, nos fuimos formando un grupo –o varias generaciones- al que Paco Méndez, hoy arquitecto, me decía un día, la escuela y los maestros fueron haciendo “buenos buenos” en el sentido positivo de inocentes, bien intencionados, de buen corazón y en el sentido negativo de medio ingenuos, medio soñadores, “medio mensos” a la hora de salir al mundo.

Buenos buenos que salíamos al colegio mixto en la prepa y no sabíamos cómo se la hablaba a las mujeres. Buenos buenos que convivían lo mismo con el compañero hijo de un prestigiado doctor con casa en Valsequillo que con el gañán más grueso pero de más buen corazón del barrio bravo de San Antonio o de la Santa María, sin saber que cuando uno crece, crecen también “la sensatez” y las barreras entre estos mundos diversos.

Este es el mito de los buenos buenos en el que me formé y del que por más que le hago tratando de tomar cursos intensivos de “malicia” o “callo político” no he podido salir. De manera que dentro de los límites permitidos en los que todos a veces le damos un codazo a alguien, la mayoría de las veces soy tan ingenuo y tan güey que nadie me lo cree y algunos me piensan “truculento”, “tortuoso” –como me ha dicho alguna vez el padre Manuel- o “navegante con bandera de pendejo” como parece ser que piensan algunos “viejos zorros”.

El rito consiste en que ando por la vida entre los que me conocen, me confrontan y me valoran, los que me ven tan bueno que me quieren “ver la cara” –y casi siempre lo logran- y los que por esto mismo siempre me miran con desconfianza.

3.-EL MITO DE LA INTELIGENCIA Y EL RITO DE LA “MENTE SANA EN CUERPO NO SABEMOS”.


Este mito tiene obvia relación con el primero. Un papá que no pudo estudiar y que tuvo y tiene hoy que “partirse el lomo” como mecánico, bicicletero o marmolero, normalmente quiere para sus hijos otra cosa. El estudio fue por eso, el valor primomrdial en la vida familiar y los primeros lugares, las batallas a ganar para sobrevivir entre siete que compitiendo por el cariño paterno nos fuimos volviendo los nerds que algunos ya conocen.

Mente sana fue el lema a la mitad que adoptamos y que dio como resultado que hoy en día en el salesiano los profesores dividan el tiempo entre “antes o después de los López Calva”, que en el Oriente exista una trayectoria similar, que el padre Posada me quiera por mi hermano el menor que fue su estudiante modelo, que mis papás presuman hoy de sus hijos maestros o doctores en Estados Unidos aunque en el fondo quisieran que vivieran en su casa todos juntos y fueran a misa con ellos cada domingo.

Lo del cuerpo…fue siempre lo de menos en el sentido de no importar o de a veces incluso incomodar un poco. De modo que fuera de las cascaritas de la primaria en las que rompíamos los vidrios del antecomedor de mi casa y de algunos torneos en la escuela en los que siempre fui genial fallando goles hechos, no recuerdo un interés por el deporte o el ejercicio. Tal vez el trauma de la incursión en el ciclismo infantil en el que el famoso club Jet nos dejó algunas fotos, dos que tres terceros lugares, un hermano muerto a los siete años y varias “torturas-homenaje” que le hizo a ese hermano la “familia ciclística de Puebla”, fue lo que causó que mis papás nunca nos impulsaran demasiado hacia allá. Tal vez…

El caso es que yo lo que más recuerdo del deporte en mi infancia fue mi época de reportero en l que publicaba en la vitrina de la escuela mis famosas crónicas –muy orientadas por mi papá- con cabezas del tipo: “Sucumbió el I Becchi” (el I Becchi era por supuesto el equipo en el que yo era centro delantero y por eso sucumbía frecuentemente) o el famoso apodo –sin doble sentido- de “Pumas” por el que nos conoció toda la escuela a partir de una casaca de ciclista de la UNAM por la que fuimos bautizados por el padre director. Más allá de eso y de las excursiones por la montaña que me forjaron el carácter y el odio por las incomodidades de dormir en el campo, no recuerdo algo qué destacar: “Mentes vemos…cuerpos no sabemos”.

De allí que el rito siga siendo hoy: “me siento mal”, “tengo que bajar de peso”, “ora sí, este año voy a hacer ejercicio”.

Tres imágenes para el día del maestro.

*De mi columna Educación personalizante. Lado B. Mayo de 2012. 1.-Preparar el futuro, “Qué lindo era el futuro...