lunes, 9 de julio de 2012

¿Volverán a convertir el triunfo en derrota?: fijando mi postura 3 y 4


3.-“Voy a salvar a México, aunque no quiera el infeliz”[1]: después.
           
Así como Calderón se empeña tercamente en decir que quienes cuestionamos su estrategia de combate al crimen organizado por ser ineficaz y estar condenada al fracaso además de generar costos altísimos de violencia, somos gente que quisiéramos que no se combatiera a los criminales y que se negociara con ellos; así también AMLO y sus seguidores tienen por cierto que quienes nos oponemos a su invención del fraude y a su descalificación sistemática al IFE y a las instituciones somos gente que le niega su legítimo derecho a acudir a las instancias legales para denunciar las irregularidades detectadas en el proceso electoral.
            En mi caso al menos, y creo que en el de mucha gente, esto no es cierto. No le niego a AMLO y a los partidos que lo postularon el legítimo y legal derecho a denunciar las irregularidades del proceso presentando las pruebas correspondientes. A lo que me opongo de manera tajante es a la manipulación que está haciendo de la gente que lo sigue con su discurso de descalificación a las instituciones, con su soberbia declaración de que quienes votaron por el PRI son quienes apoyan el régimen de corrupción, con su muy astuto manejo de la ambigüedad que no cierra el paso de manera clara a los sectores duros de sus seguidores y permite y alienta la “toma del IFE” , las marchas que denuncian un fraude que él mismo sabe que no existió, las declaraciones y acciones intolerantes, la participación con insultos en las redes sociales.
            Lo que resulta claramente condenable de este AMLO es su doble discurso que por un lado dice que se mantiene dentro de los cauces legales y por otro estimula la participación de su gente en movilizaciones y manifestaciones que no se enfocan a condenar lo condenable y a exigir lo exigible sino que se pronuncian por “impedir la imposición de EPN” o “no reconocerlo como presidente” cuando todo apunta a que las instancias legales van a declarar válida la elección, no porque haya un complot sino porque los votos se emitieron y contaron bien y porque no existe ya en la legislación electoral la “nulidad abstracta” y por ello la inequidad no es causa de nulidad, además de que resulta prácticamente imposible documentar que se compraron tres millones doscientos mil votos, que son más o menos la diferencia entre él y EPN.
            Lo que resulta condenable es su insistencia en dividir el país en buenos y malos, generar la percepción de que hubo votos legítimos e ilegítimos, alentar las expresiones que condenan como tontos, manipulados o corruptos a los ciudadanos que votaron por el PRI, en fomentar el reclamo y la acusación de cómplices o miembros del complot a quienes votaron por el PAN.
            Esta actitud muchas veces declarada y evidentemente contagiada a sus seguidores de que son moralmente superiores porque “él y los suyos sí quieren a México y él y los suyos sí quieren salvar al país” y todos los que ven otras opciones como mejores son masoquistas, corruptos o inconscientes es altamente dañina para un país que quiere ser democrático y generar una sociedad tolerante y respetuosa de todas las posturas. Es emblemático de esta postura el famoso tuit de Epigmenio Ibarra a las 17:44 del 1 de julio: “Quedan 16 minutos para salvar al país”.
            Seguir jugando a la polarización, continuar generando la “tolerancia selectiva”, seguir alentando a los partidarios de la violencia resulta muy peligroso porque puede en cualquier momento, salirse de sus manos.

4.-Todo o nada: el futuro, entre el arte de lo posible y la obsesión de lo inalcanzable.
            Una visión simplificadora y maniquea ha perdido a la izquierda históricamente. Puede resumirse en la disyuntiva: todo o nada. En efecto, la izquierda tradicional ve como traición la negociación con “el enemigo”, como claudicación el acuerdo con los que piensan distinto –porque son “la mafia en el poder”-, como renuncia a los ideales el planteamiento de algunas concesiones para obtener avances en el proyecto de transformación de la sociedad que se plantea.
            En la izquierda marxista, la del Partido Comunista, se acusaba de revisionistas a quienes hacían alguna crítica o presentaban alguna propuesta de flexibilización o negociación con la realidad. La utopía del mundo perfecto, de la sociedad ideal, del bien abstracto estaba por encima de cualquier bien concreto, por encima incluso de los derechos humanos de los que no estaban de acuerdo con esta visión utópica.
            En México ocurrió con el ejército zapatista de liberación nacional que logró obtener planteamientos muy favorables para su causa en las negociaciones con el gobierno, que incluso ganó esa guerra pero no fue capaz de darse cuenta y capitalizar ese triunfo porque se cerró en esa disyuntiva: todo o nada. Se quedó sin nada.
            El ejemplo más reciente lo tenemos en el 2006 donde la izquierda fue la segunda fuerza en el congreso pero atrapada en el todo o nada desperdició este avance histórico, se cerró en el juego de la presidencia legítima, de la no negociación con “el espurio”, de la descalificación total, lo que hizo que el PRI se fortaleciera hasta llegar hoy de nueva cuenta a la presidencia y que no se pudiera plantear una agenda legislativa con las propuestas de la izquierda  y que no se pudiera pactar con la fuerza obtenida por ese 0.56% menos de votos, una negociación que hiciera al ejecutivo federal adoptar los programas que AMLO había planteado como prioritarios para el cambio en el país.
            Estamos hoy en la misma coyuntura. A pesar de los enormes “negativos” de AMLO y de la izquierda por los errores del 2006, la ciudadanía volvió a ubicarlos como segunda fuerza electoral por encima del PAN en un claro voto de castigo a los gobiernos de los últimos doce años.
            Este reposicionamiento podría hacer que la izquierda pudiera reconstituirse, fortalecerse, imponer la agenda en el legislativo, al menos en la cámara de diputados y proponer y negociar, con el PAN debilitado y necesitado de posicionarse o con el mismo PRI, débil por los escándalos de las irregularidades cometidas en la campaña y necesitado de legitimarse, los programas y reformas que considera indispensables para la transformación del país.
            La nueva fortaleza de la izquierda podría hacer que el PRD, el partido mayoritario y con más fuerza y presencia, se reunificara a partir de nuevos liderazgos como el de Marcelo Ebrard, Miguel Angel Mancera e incluso Juan Ramón de la Fuente y preparara desde hoy una candidatura fuerte y muy competitiva para 2018.
            Esto requeriría que AMLO y sus seguidores y los demás miembros de la izquierda mexicana vieran esta elección como un triunfo a partir de lo avanzado y no como una derrota por no haber obtenido el “todo” que incluía la presidencia.
            ¿Serán capaces de hacerlo? ¿Podrá AMLO ahora sí, ver por el bien de la izquierda por encima de sus ambiciones particulares? O bien ¿Convertirán otra vez el triunfo en derrota?


[1] Tuit de Guillermo Sheridan

¿Volverán a convertir el triunfo en derrota?: fijando mi postura 2


2.-El falso dilema entre el masoquismo y el fraude: durante.

            Así llegamos a las campañas del 2012 que en realidad, en el caso de EPN y de AMLO habían empezado seis años antes. Del lado de EPN a través de la estrategia ya descrita de creación de un personaje de telenovela o de una estrella de rock, del lado de AMLO a través de la construcción de MORENA (movimiento de regeneración nacional) y de un recorrido sistemático por todo el país para generar la estructura territorial que el PRI ha tenido siempre y que el PAN y la izquierda no han podido construir. Opacidad y posible ilegalidad del lado de EPN que gastó muchos millones de pesos en contratos con los medios que disfrazaron de información lo que era abierta propaganda. Opacidad por parte de AMLO que nunca ha revelado la cantidad, el origen y el uso de los recursos de los que vivió y con los que hizo campaña –por muy austera que haya sido, fueron seis años- por todo el territorio nacional y pagó también spots en medios a través del PT.
            Del lado del PAN llegamos a la campaña con una candidata surgida de un proceso electoral interno entre siete precandidatos muy pequeños –“caballada flaca” decían los priistas clásicos- en el que a pesar de tener en contra al presidente y su equipo pudo triunfar y obtener con ello un capital democrático y una valoración mediática que se dedicó a dilapidar con sus errores.
            Contra lo prometido por los defensores de la reforma electoral de 2007 respecto a que se iba a acabar con la spotización, vivimos una saturación impresionante y agotadora de spots de todos los candidatos. En este proceso hubo un estricto seguimiento de la proporción de spots por partido y un monitoreo muy detallado de la cobertura de cada medio y el tiempo dedicado a cada candidato.  En esta etapa del proceso, a pesar de lo que se diga, hubo equidad en la cobertura de los medios, salvo el “detalle” del error de las encuestas que se equivocaron por diez puntos o más en la ventaja que obtendría Peña Nieto y en su predicción de que el PRI obtendría la mayoría en el congreso, que siempre quedará como una sombra de duda sobre este proceso porque este error generalizado se asume en muchos ciudadanos como un factor de sesgo de la votación e incluso se menciona por otros como una especie de complot deliberado para generar el triunfo de EPN.
A pesar de la equidad en cuanto a spots y cobertura durante los 90 días de campaña, es claro sin embargo que “el daño ya estaba hecho” con toda la propaganda y posicionamiento de EPN durante seis años en los principales medios electrónicos e impresos del país.
            La campaña fue corta y hubiera sido totalmente tediosa e incluso quizá hubiera tenido resultados muy cercanos a lo que decían las encuestas si no hubiera sido por la generación, a partir de un hecho aleatorio e imprevisto –la desafortunada presencia y actuación de EPN en la Ibero México-, del movimiento #yosoy132 que inyectó dinamismo, frescura, criticidad y beligerancia a la etapa final. Entre los logros principales del movimiento y que creo que quedan ya para la historia futura de México estuvieron sin duda, en primer lugar, la convocatoria y organización del primer debate no organizado por el IFE en toda la historia electoral del país y la movilización de miles de ciudadanos que exigieron y siguen exigiendo la democratización en los medios. Es de celebrarse esta participación de los jóvenes que ojalá sigan, a pesar de las lógicas divisiones y pluralidad de movimientos dentro del movimiento y de las previsibles intenciones de manipulación por parte de grupos políticos radicales, dentro de la ruta pacífica y apartidista que plantearon desde su origen.
            Todo iba moviéndose relativamente bien hasta pocos días antes de la campaña donde AMLO volvió a plantear el discurso del fraude. Durante varios días cuestionó nuevamente la credibilidad del IFE y de las instituciones electorales del país y como previendo ya su derrota –a pesar de volver a inventar que iba tres puntos arriba, según unas encuestas propias que nunca dio a conocer-, anunció que si perdía, se iba a deber a que había ya un fraude en marcha.
            Previamente al discurso del fraude, AMLO había planteado que su derrota sería el producto de un “masoquismo colectivo” –con esa humildad que lo caracteriza, asumía que todos deberíamos votar por él, a menos que nos gustara sufrir- y que en caso de que así fuera, él aceptaría la derrota porque la decidiría el pueblo, aunque estuviera equivocado.
            De este modo, la alternativa quedó clara: AMLO tenía que ganar y si perdía, se iba a deber al masoquismo colectivo o a un fraude orquestado que ya estaba en marcha. Pero como la premisa mayor es siempre que el pueblo es sabio, quedaba implícita la hipótesis del fraude. Esto desató toda una ola de rumores y falsedades en las redes sociales: Se cuestionó por ejemplo que el IFE de manera “malévola” quería anular los votos por AMLO porque había puesto los logos de los partidos por separado y si se tachaban dos o más logotipos el voto se anularía. Esta acusación basada en la ignorancia absoluta sobre el nuevo COFIPE, se aclaró cuando el IFE promovió públicamente la manera en que se iba a votar según las nuevas reglas. Se cuestionaron supuestas boletas falsas aunque el IFE aclaró que había algunas boletas con folios equivocados como sucede en toda elección y que se habían detectado y anulado. Se cuestionó unas horas antes de la elección el uso de lápices especiales que se produjeron especialmente para la votación porque según esto, el IFE iba a borrar los votos por AMLO. Esto también fue aclarado en su oportunidad, aunque mucha gente contagiada por la desconfianza ante este discurso del fraude, llevó sus plumas y plumones para votar.
            Sin embargo, días antes de la elección, presionado por organismos civiles, AMLO acudió junto con los demás candidatos a firmar el “pacto de civilidad” que lo comprometía a aceptar los resultados.
            El día de la jornada electoral, como hace seis años, AMLO y su equipo participaron sin ningún cuestionamiento. Las casillas se abrieron razonablemente bien. Hubo un récord histórico en el número de casillas instaladas, solamente DOS CASILLAS! No pudieron instalarse en todo el país. Las votaciones se desarrollaron con tranquilidad, sin mayores incidentes salvo en algunos casos muy contados de violencia e irregularidades graves. Se reportaron menos de dos mil irregularidades en casillas, menos de la mitad que en 2006.
            Por la noche todo parecía en orden. No había mayores quejas. Pero cuando empezaron a fluir los resultados de conteos rápidos y se inició el PREP, ante la inminencia del triunfo de EPN se empezaron a desatar todo tipo de rumores, muchos de ellos basados también en la ignorancia o incluso en deliberados intentos de distorsionar las cosas para alegar ese fraude previamente inventado por el candidato de las izquierdas.
            Algunas de ellas:
            1.-¿Por qué el IFE dio a conocer resultados y dijo que EPN iba a obtener entre un 6 y un 7% más de votos que AMLO si el PREP reportaba un porcentaje muy bajo de captura de casillas? Esto se asumía como fraude cuando en realidad partía de la ignorancia de la diferencia entre el conteo rápido y el PREP. Mucha gente pensaba y sigue pensando que son lo mismo. El IFE había explicado que el conteo rápido era un proceso muestral, estadísticamente válido, muy cuidadosamente diseñado y que aportaría resultados muy precisos y cercanos al conteo final porque iba a tomar, directamente de las actas de 7500 casillas elegidas científicamente en todo el país, los resultados para hacer una proyección estadística. El resultado que dio a conocer el consejero presidente no tenía nada que ver con el PREP, era el resultado del conteo rápido y tenía por tanto una alta confiabilidad.
            2.-¿Por qué durante la noche empezaron a disminuir los porcentajes de votos a favor de AMLO y a aumentar los de EPN? Esto también se manejó como parte del fraude –y AMLO mismo lo avaló en una conferencia de prensa el lunes 2- y es otro producto de la ignorancia. Resulta obvio que las primeras casillas en reportar resultados sean las de la ciudad de México y el centro del país donde AMLO tiene más seguidores y que las regiones apartadas y las poblaciones pequeñas que es históricamente donde el PRI tiene más simpatizantes, vayan llegando más tarde. Esto explica claramente el comportamiento del IFE.
            3.-¿Por qué “la prisa” del consejero presidente del IFE y del presidente Calderón para salir a anunciar al ganador cuando no se había terminado el conteo? En todo país democrático civilizado, cuando se tienen los resultados de proyecciones estadísticas serias y oficiales y estos resultados plantean una diferencia entre el primer lugar y los que siguen que es superior al margen de error estadístico, las autoridades electorales y las autoridades constituidas hacen anuncios sobre el resultado para evitar vacíos de información y generar certeza a nivel nacional e internacional. Esto ocurrió exactamente igual en el 2000 cuando los resultados de conteos rápidos daban una victoria para Fox más o menos igual en porcentaje que la de ahora para Peña. El presidente del IFE, José Woldenberg y el presidente de la república Ernesto Zedillo, salieron a dar mensajes con el resultado. Nadie en ese entonces reclamó fraude ni habló de “prisa” por dar a conocer el resultado. En 2006 en cambio, como la distancia entre primero y segundo lugar era tan corta, menor al margen de error, Luis Carlos Ugalde, cumpliendo un acuerdo del consejo general, no salió a dar la información. Esto generó el vacío que hizo que AMLO sacara públicamente la mentira de que iba 500,000 votos arriba con la consecuente crisis postelectoral. Hasta hoy se sigue criticando a Ugalde por no haber informado los resultados.
4.-¿Por qué JVM reconoció tan pronto su derrota electoral si todavía no había resultados oficiales? En todo país democrático civilizado, los perdedores reconocen su derrota el mismo día de la elección, si los resultados de conteos rápidos no les favorecen por una distancia mayor al margen de error. Esto hizo también Francisco Labastida en el 2000 y nadie habló de fraude. Obviamente AMLO no lo iba a hacer. Legalmente no tendría por qué hacerlo, pero esto no implica que haya que criticar a la candidata del PAN por haberlo hecho. Hay que reconocer su actitud democrática.
5.-Hubo muchas inconsistencias, detectamos que los resultados de las sábanas pegadas en las casillas no correspondían a los del PREP en muchos casos. Esta y otras inconsistencias son naturales en un proceso en el que son ciudadanos los que llenan las actas y personas imperfectas las que alimentan el sistema del PREP. Sin embargo para eso está contemplado legalmente el conteo distrital. Normalmente, como pasó esta vez y como sucedió en el 2006, el resultado del conteo distrital no arroja diferencias significativas respecto a lo que arroja el PREP y a lo que dice el conteo rápido. Es una muestra de transparencia que el PREP pueda consultarse por cualquier ciudadano vía internet y que se hayan escaneado y puesto también a disposición de todos las actas de todas las casillas. ¿Qué mejor candado para evitar el fraude que este? En esta ocasión, con una total flexibilidad se decidió abrir cerca de la mitad de los paquetes electorales y recontar los votos. Los resultados, como era previsible, no variaron casi en nada respecto a lo anunciado en el conteo rápido y el PREP.
            A partir de estos elementos mi postura ha sido y sigue siendo muy clara: como afirmó el ex consejero presidente José Woldenberg, académico de izquierda y miembro del IFE histórico de la transición democrática, el sistema electoral mexicano está tan bien organizado y normado y tiene tantos candados y auditorías que es prácticamente imposible un fraude electoral, en el sentido de lo que estrictamente es un fraude electoral: un acuerdo centralmente planificado y llevado a la práctica para alterar el proceso de emisión, conteo e información de los votos obtenidos para cada candidato. Lo digo con toda claridad: No hubo fraude.
            Alguno de mis amigos en FB me ha dicho que si tengo miedo de cuestionar a las instituciones. No. No tengo ningún miedo a cuestionar a las instituciones electorales o no electorales que sean cuestionables. Pero me produce un enojo muy grande que por la palabra de un candidato irresponsable y ambicioso (él dice que no es un ambicioso vulgar. Le creo, es un ambicioso bastante sofisticado) se esté por segunda vez dinamitando una institución confiable, transparente, bien construida y que ha hecho un trabajo profesional y honesto. Ninguna institución es perfecta, no estoy diciendo que el IFE sea una institución pura. Es una institución que está cruzada por el conflicto de intereses y búsqueda de poder de todas las fuerzas políticas del país. Pero es una institución con la normatividad y los candados suficientes para que este conflicto se pueda equilibrar y que hace que ninguna de estas fuerzas por si sola pueda controlar el proceso y mantiene fuera de las decisiones y acciones al gobierno. Esto no sucedía en el pasado donde la Secretaría de Gobernación era la que organizaba las elecciones y el gobierno en turno era juez y parte. Mucho hemos avanzado con este IFE que es la institución más adecuada que podemos tener aunque no sea la ideal ni pueda ser perfecta.
            Resulta cuando menos curioso que siendo la misma elección, se diga igual que en 2006 que la elección presidencial fue fraudulenta pero no las de senadores y diputados que favorecieron a la izquierda, no las de gobernadores que ganaron ellos.
            Cuando se aportan estos elementos, la gente entonces desvía la atención hacia la compra de votos, la coacción, la inequidad por la asociación medios o Televisa-EPN y llama a eso fraude.
            No hubo fraude. Hubo una profunda y clarísima inequidad. Inequidad por la construcción de una candidatura del PRI a partir de un claro contubernio con los medios. Inequidad por el muy posible rebase de tope de gastos de campaña por parte del PRI. Inequidad por la compra de votos que parece ser real en muchas ciudades del país, aunque resulta imposible de probar y sobre todo, de medir en su dimensión real. Lo que incidió fuertemente –no totalmente, puesto que creo firmemente que lo determinante fue el voto de castigo al PAN que hubiera tenido un cauce natural hacia la izquierda de no haber cometido los errores del 2006 y por ello se canalizó hacia el PRI- en el triunfo de EPN no fue lo que pasó en las urnas o en el conteo de los votos, no fue responsabilidad del IFE. Lo que influyó en la elección fue lo que pasó antes de la emisión de los votos por parte de los ciudadanos.
            Desperdiciar la energía social, la indignación social que se ha generado por esta inequidad, por el manejo no democrático de los medios, por la compra de votos, etc. en alegatos de fraude, es perder una enorme oportunidad de enfocarnos como sociedad hacia la exigencia de cambios profundos en la normatividad y en la práctica de los procesos electorales en lo que sigue siendo un lastre del sistema corporativo y del “ogro filantrópico” que creó una cultura de mezcla de miedo, conveniencia y dádivas.
            La inequidad en la contienda, el inmoral manejo de los medios, la compra de votos, etc. que son elementos que sin duda sesgaron la elección no son controlables por el IFE ni comprobables en el conteo de votos. En las urnas cuenta lo mismo un voto interesado, un voto comprado, un voto coaccionado que un voto libremente decidido. Esto es algo que tendríamos que asumir los ciudadanos que no simpatizamos con el PRI que hoy ha ganado la elección aunque no nos guste.
            Luchar por cambios legislativos para sancionar con mayor dureza y con más agilidad procesal los elementos de inequidad, la compra o coacción del voto, el exceso en gastos de campaña y otros elementos que se realizan antes de la emisión del voto e inciden en su sentido, es una prioridad que puede perderse de vista si el objetivo de las protestas es la invalidación de la elección por la derrota de AMLO.
            Trabajar por completar la reforma electoral pendiente y hacer que exista la segunda vuelta electoral para que el presidente llegue con mayor legitimidad al cargo, la reelección de legisladores y presidentes municipales, un mayor rigor para evitar en lo posible los partidos franquicia o parásitos, una reducción sensible de los diputados y senadores plurinominales que no son electos democráticamente y por tanto no rinden cuentas más que a sus partidos, es otra prioridad hacia donde debiera canalizarse la indignación social.

¿Volverán a convertir el triunfo en derrota?: fijando mi postura 1



            En estos días se ha intensificado el debate con algunos amigos y conocidos respecto a la limpieza o fraude en el proceso electoral que tuvo el domingo 1 de julio un momento culminante en la votación emitida por un 64% del padrón de ciudadanos y que, para la minoría que participamos en las redes sociales y tenemos acceso a información más analítica de la realidad nacional suscitó una reacción mezclada entre desánimo, indignación, temor y renacimiento del compromiso con este país que el domingo mostró todas sus carencias, pero también, según mi punto de vista y análisis limitado, toda su riqueza y sus avances históricos innegables.
            La fuerza y el tono del debate han escalado a tal grado que he tomado la decisión de escribir estas líneas fijando mi postura personal sobre el antes, el durante y el después de las votaciones y sobre la disyuntiva que veo a futuro para la izquierda mexicana, con el fin de dejar claro lo que pienso y me mueve para voluntariamente asumir mi decisión de salirme ya de este intercambio al menos por un tiempo.
            ¿Por qué escribir y compartir esto y salirme del debate? Por un lado porque me siento realmente agotado principalmente porque veo las redes sociales llenas de –perdonen la excesiva franqueza- basura postelectoral: fotos, videos, cartones y caricaturas supuestamente graciosos pero totalmente superficiales y hasta insultantes y opiniones ligeras que parecen sustentarse en que “una golondrina sí hace verano” porque a partir de un hecho o anécdota se atreven a descalificar lo que ha costado años de lucha construir y millones de horas-hombre y pesos edificar. Agotado también porque a los argumentos recibo muchas veces respuestas emotivas, actos de fe, simples “nolocreo” y no razones o evidencias sólidas para tratar de construir juntos algunos juicios cercanos a lo que realmente pasó. Agotado porque parece que no se quiere comprender y conocer la realidad sino imponer el propio punto de vista, o tal vez con más claridad, el punto de vista del candidato al que se sigue ciegamente y se ve como la “salvación del país”.
            Por otra parte porque el tono del diálogo ha llegado a extremos en los que leo entre líneas el riesgo de dañar relaciones de afecto con personas que estimo y para mí ningún proceso electoral, ningún tema político puede ni debe interferir en los vínculos humanos profundos que considero muchísimo más valiosos incluso que mi apuesta por la criticidad verdadera (sí, ese es el “verdadero cambio verdadero” que sigo viendo como urgente para que este país avance y no pierdo la esperanza de que se logre dentro de varias generaciones porque eso no se construye en seis años).
            De manera que cuando alguna persona a la que estimo empieza a insinuarme que quiero avalar “el fraude” (esa palabra que por haber mezclado tantas cosas ya significa todo y nada) y me imagino que el siguiente comentario dirá que soy parte de “la mafia en el poder”, “amigo de Salinas de Gortari” o “miembro del grupo Atlacomulco” –es broma, creo que también el humor puede salvarnos de la depresión postelectoral- pues ya veo claro que no debo continuar por ese camino porque no se me ha comprendido nada.

1.-Antes: crónica de un regreso anunciado.

            El proceso de polarización que hoy vivimos empezó desde hace seis años, por un lado con el mito del fraude que jamás pudo probar AMLO y que se basó en mentiras que por supuesto, sus seguidores jamás van a aceptar: la mentira de que “sus encuestas” lo ponían 10 puntos arriba de Calderón unos días antes de las elecciones cuando ya estaban en empate técnico, la mentira de la noche de la elección en que afirmó “que sus datos” le decían que había ganado por 500,000 votos de diferencia y que “con todo respeto” exigía al IFE que avalara ese triunfo, la mentira del “fraude cibernético” y el “algoritmo” maldito que también fue desmientida técnicamente, la mentira del “fraude a la antigüita” basado en el video de una casilla donde supuestamente se rellenaban votos ilegalmente y que también fue desmentida por su propio representante de partido en la casilla, etc. etc.
            Por este lado, la terquedad en sostener el supuesto fraude lo llevó a todo el asunto de la “presidencia legítima” y el desconocimiento del “espurio”, la tensión en la que apenas pudo tomar posesión Calderón, la negativa sistemática a reconocerlo y negociar desde la legitimidad de tantos millones de votos obtenidos y de ser la segunda fuerza en la cámara de diputados, una agenda de izquierda e incluso posiciones de gente de izquierda en el gabinete, en fin, lo llevó a forzar a la izquierda a desperdiciar su triunfo y convertirlo en derrota. Lo llevó a orillar a Calderón a pactar con el PRI con el consecuente fortalecimiento del partido de los dinosaurios que hoy regresará a gobernar el país, entre otras cosas, gracias a que la izquierda lo fortaleció y le dio el poder para “vender caro su amor” al gobierno hoy saliente.
            Pero por el otro lado, en el polo opuesto la historia también comenzó hace seis años cuando a Peña Nieto o a alguien del PRI se le ocurrió que él podría ser la figura –en el sentido más estricto de la palabra- que los llevara de regreso a Los Pinos y empezaron a construir la imagen del “rock star” que el domingo pasado ganó las elecciones y será el presidente de México los próximos seis años. En todo este período, el PRI se dedicó a presionar al gobierno federal panista para sumarse a algunos acuerdos e iniciativas que garantizaran la gobernabilidad y algunos avances –aunque insignificantes, mejores que la parálisis total- y a producir y vender, gracias a contratos millonarios con los medios, sobre todo con las televisoras y en especial con Televisa, un producto llamado “Enrique Peña Nieto”. Este producto-personaje tuvo la habilidad de ir reconstruyendo la unidad entre los “señores feudales” gobernadores de su partido que aún son mayoría en México, un gran porcentaje de los llamados “poderes fácticos” y los diferentes sectores de su partido que vieron en él la posibilidad de recuperar el poder a nivel federal.
            Al mismo tiempo, en el PAN se hizo realidad la maldición atribuida creo a Castillo Peraza, de “ganar el poder y perder al partido” debido a dos errores que considero fundamentales: por una parte, hacia su interior, se privilegió el pragmatismo de buscar la conservación del poder por encima de los principios democráticos que siempre habían caracterizado a acción nacional y por otro, en el ejercicio del gobierno, desde Fox hasta Calderón con estilos distintos, se evadió la responsabilidad de desmantelar el viejo sistema corporativo priista contra el que se había combatido y se trató de hacer una copia, una mala copia de este mismo sistema “empanizado”. Es así que el partido se dividió y no formó a los cuadros y liderazgos fuertes que pudieran garantizar los relevos y además se desgastó frente a una ciudadanía que esperaba que la alternancia trajera una verdadera alternativa de gobiernos distintos y que vio con desilusión repetirse la misma historia de siempre.
            En particular el gobierno de Calderón se cerró en privilegiar la lealtad y la incondicionalidad sobre la eficacia y  se empeñó en una estrategia equivocada contra el crimen organizado que generó una escalada de violencia  a la que aún no se le ve salida y que se posicionó como la principal prioridad y elemento de evaluación del sexenio, dejando de lado muchos otros frentes, incluyendo aquellos donde hubo avances y logros.
            Esta combinación explosiva no podía tener una llegada tersa al proceso electoral que se inició con un candidato empeñado en el mito del fraude, un candidato artificialmente construido y con el pecado original del despilfarro de recursos para su posicionamiento mediático y una candidata con la doble debilidad de ser, simultáneamente la oposición al candidato del presidente y al mismo tiempo, la representante de la continuidad de su muy cuestionado gobierno.

Tres imágenes para el día del maestro.

*De mi columna Educación personalizante. Lado B. Mayo de 2012. 1.-Preparar el futuro, “Qué lindo era el futuro...