lunes, 15 de abril de 2013

Educación y tolerancia: ser intolerantes con la intolerancia

Publicado en Lado B. 

9 abril, 2013 

Martín López Calva*

@M_Lopezcalva
El 22 de mayo del año pasado publiqué en esta columna una reflexión titulada: Excluir la exclusión: educación incluyente para una sociedad democrática.
En ese texto partía de la frase de Robert Antelme: “No suprimir a nadie de la humanidad” para plantear la necesidad –en ese momento justificada por la enorme polarización que alcanzaban las campañas presidenciales- de construir una sociedad mexicana en la que hubiera espacio para todos, independientemente de sus tendencias políticas o ideológicas, sus creencias religiosas o sus formas de vida.
Mucho camino hay que recorrer aún en nuestra sociedad mexicana para dar ese paso entre el discurso que plantean las declaraciones universales y que suscribimos quienes nos decimos personas ilustradas y modernas y las prácticas individuales y colectivas que se expresan en  la casa, en la escuela, en la calle, en los medios y en las redes sociales.
Porque en efecto, como se mencionaba en el artículo referido, existe en nuestra comunidad el riesgo doble de la intolerancia que implica la exclusión y el maltrato a los diferentes –discapacitados, mujeres, indígenas, grupos minoritarios- y el de la “tolerancia selectiva”, es decir, la de la tolerancia que se promueve y defiende en determinados casos en que las situaciones de exclusión nos parecen inaceptables desde nuestros marcos valorativos pero que se omite o aún se deja de lado explícitamente cuando los casos de exclusión se dan hacia personas, grupos o culturas que son contrarias a nuestro modo de pensar o nos parecen inferiores o atrasadas, fuera de lo que la vanguardia intelectual considera “políticamente correcto”.
De este modo, se dan muchas expresiones de defensa de la tolerancia y de protesta contra la exclusión cuando aquéllos que se “autoproclaman normales, buenos, poseedores de la verdad o de los valores universales…” son los grupos que se consideran conservadores. En estos casos podemos encontrar en las redes sociales y en los medios de comunicación expresiones de indignación cuando se discrimina a alguien con ideas de extrema izquierda o con preferencias sexuales distintas o rasgos raciales indígenas.
Sin embargo, estos mismos individuos y grupos defensores de la tolerancia no solamente admiten impávidos sino muchas veces son parte de manifestaciones públicas de intolerancia hacia grupos raciales que se consideran dominantes en lo económico o político –“gringos”, judíos, “gachupines”, chinos, etc.- o hacia personas o comunidades que profesan creencias religiosas y a las que se considera por ese hecho retrógradas, fanáticas o culturalmente atrasadas.
En nuestro país hemos visto recientemente dos ejemplos de esta “tolerancia selectiva” que desde mi punto de vista es un tipo específico de intolerancia disfrazada de pensamiento vanguardista.
Uno de ellos fue la reciente campaña antisemita que se manifestó en las redes sociales hace un par de meses y creció viralmente a pesar de los cuestionamientos, reflexiones, oposición  y llamados de atención por parte de algunos miembros de esta comunidad, algunos de ellos parte importante de la vida intelectual del país como Enrique Krauze.
Krauze escribió un texto muy lúcido en el blog de la revista Letras libres, advirtiendo el riesgo de esta manifestación de intolerancia antisemita titulado: Racismos convergentes, en el que señala: “En las semanas recientes hemos atestiguado la reaparición de un antiquísimo prejuicio que, al menos en México, creíamos desacreditado. Me refiero al antisemitismo que –como casi todo mundo sabe y entiende– es un término acuñado en Alemania en 1879 y que se refiere al odio contra los judíos. El hecho ocurrió en ambos extremos del espectro ideológico. Por una parte, Reporte Índigo, Carmen Aristegui y Reforma destaparon la cloaca de una secta filonazi llamada “México despierta” incrustada en las altas esferas del gobierno de Calderón. Y, paralelamente, en el Twitter, una campaña denominada #EsDeJudíos se volvió trending topic”.
El otro ejemplo es más sistemático y permanente pero se manifestó de manera más clara y virulenta en las semanas recientes a raíz de la reciente elección del cardenal Bergoglio como sumo pontífice de la iglesia católica y la posterior celebración de la semana santa.
Se trata de las muestras de intolerancia de muchos de los defensores de la tolerancia, cuando se trata de temas que atañen a la iglesia católica y a sus miembros. Una gran cantidad de tuits y entradas de Facebook durante los días del cónclave y en el transcurso de la semana santa manifestaron burlas y hasta insultos hacia al Papa, los cardenales, obispos y sacerdotes, hacia la iglesia en general y hacia los católicos.
El que hayan aumentado en la cantidad y en el tono parece ser producto de los recientes y totalmente condenables casos de pederastia que se han descubierto y denunciado en los que un buen número de sacerdotes han sido protagonistas y varios miembros de la jerarquía han pretendido ocultar o no han actuado con la firmeza que estos casos requerían.
Sin embargo, la existencia de estos hechos moralmente inaceptables y legalmente delictivos en el seno de la iglesia y la crisis que esto ha provocado no justifican la ola de intolerancia y descalificación, no en contra de estos casos específicos sino hacia toda la iglesia y hacia todos los creyentes.
Para dejarlo más claramente asentado, cuando me refiero a manifestaciones de intolerancia  y exclusión de muchos miembros de la sociedad mexicana hacia la iglesia católica y los católicos no estoy hablando de los artículos o reportajes que investigan hechos o elementos negativos que sin duda existen en la iglesia como en toda institución humana, tampoco estoy hablando de artículos de opinión, editoriales o aún imágenes, comentarios, tuits o entradas de Facebook en quede manera crítica y objetiva se expresan cuestionamientos o condena a estas cuestiones.
Me refiero a muchas manifestaciones que sin ningún rigor ni fundamento equiparan el término sacerdote a pederasta, descalifican la creencia de la gente tachándola de fanática o manipulada y se burlan de manera clara y muchas veces ofensiva de la religiosidad de millones de mexicanos.
Este tipo de campañas contra los judíos, contra los católicos o contra cualquier grupo social que se considera “opresor”, “manipulador” o “intolerante”, resultan -paradójicamente- profundamente intolerantes porque excluyen de manera infundada y basada en prejuicios a otros seres humanos por su raza –así sea dominante o “superior” en lo económico o político- o por sus creencias –así resulten “retrógradas” o “conservadoras” para los que se autodefinen como progresistas- y generan resentimiento, odio e incomprensión entre los mexicanos.
  Dice una expresión anónima que “tolerancia es esa sensación molesta de que al final el otro pudiera tener razón”. Tal parece que los mexicanos no estamos dispuestos a experimentarla porque exigimos tolerancia a los demás para poder pensar, decir y vivir como creamos más conveniente, defendemos la tolerancia cuando alguien excluye a los que piensan como nosotros o a quienes nosotros pensamos que no se debería excluir, pero dejamos pasar sin decir nada o incluso participamos de las manifestaciones de exclusión hacia las personas o grupos que piensan, se expresan o viven de manera distinta a nosotros.
La educación democrática a la que aspiramos tendría que buscar formar a los futuros ciudadanos en la tolerancia auténtica. Esta tolerancia según Morin tiene tres niveles: el que implica aceptar lo que digan los demás aunque no estemos de acuerdo, el que supone que tenemos la convicción de que para que exista democracia es deseable que haya diversidad de creencias y opiniones y por último, el que estamos dispuestos a asumir que como afirmaba Niels Bohr: “muchas veces lo contrario a una verdad profunda es otra verdad profunda”.

En los márgenes estrechos: la formación de élites responsables para la construcción de un México más justo.



Para Don Carlos Muñoz Izquierdo, por su testimonio de vida y
 obra nacidas de la convicción profunda.



Filosofía educativa e impacto educativo: contexto.

            En la primera conferencia de Cincinatti de 1956, cuya compilación fue publicada con el título Topics in Education  y traducida al español como Filosofía de la Educación (1998), Bernard Lonergan analiza la postura de John Dewey acerca de la relación entre filosofía y educación y plantea que en la visión del pedagogo estadounidense de mayor influencia, “educar es hacer operativa una filosofía”.
            En efecto, Lonergan afirma que según Dewey, la filosofía es el componente reflexivo y la educación el componente operativo del proceso por el cual los seres humanos promueven la formación de las nuevas generaciones. De manera que detrás de todo conjunto de prácticas educativas existe siempre una filosofía explícita e implícita.
            El problema está ahí precisamente, en que este componente reflexivo –la filosofía que sustenta a una educación determinada- puede ser explícitamente definida y promovida o bien, estar implícita y no ser clara para los sujetos que protagonizan estas prácticas educacionales.
            De manera que no resulta ocioso sino todo lo contrario en un sistema de universidades como el jesuita de México, preguntarse cuál es la filosofía que se está haciendo operativa a partir de los procesos formativos realmente vividos por sus estudiantes y qué impacto y permanencia tiene esta filosofía en la vida profesional y ciudadana de estos estudiantes una vez que egresan de la universidad.
            Esta es mi interpretación personal del objetivo y sentido de la investigación que aquí se comenta. No se trata, desde mi punto de vista, de una investigación convencional de seguimiento de egresados sino de un ejercicio de autoanálisis, de auto revisión y en el fondo de autoevaluación del impacto de su filosofía educativa explícita en la cosmovisión que guía la vida profesional de sus egresados.
            Para el Sistema Universitario Jesuita (SUJ), que tiene claramente definidos un ideario, una filosofía educativa, unas orientaciones fundamentales que afirman como una de sus prioridades formativas la “el fomento de una conciencia viva y operante de la justicia social” (cfr. Ideario UIA, 2.3) resulta fundamental el planteamiento de la pregunta: ¿Cuál es la filosofía que se está haciendo realmente operante entre nuestros estudiantes y cómo se manifiesta esta filosofía en su vida profesional al egresar de la universidad? ¿Es la filosofía explícita que quiere “contribuir a la construcción de cambios acordes con la justicia social” en el país o es la filosofía implícita –la del curriculum oculto- que privilegia el éxito, el poder y el dinero como elementos centrales orientadores de la vida de un buen profesional?
            Este es el sentido que yo encuentro a este proyecto y la validez y pertinencia que tiene “replicar” la investigación coordinada por el Dr. Muñoz Izquierdo en 1992, “réplica” –así entre comillas por lo que más delante se abordará- que debería realizarse periódicamente con fines de mejora, ajuste y reorientación de las estrategias formativas.
           
¿Una réplica o una inspiración? : Antecedentes.

            Para realizar este comentario he recibido como insumos: el protocolo de la investigación, el cuestionario y la guía de entrevista propuestas, así como un informe sintético preliminar realizado por el equipo de investigadores con información al 30 de septiembre de 2012 y una ponencia de la Dra. Isabel Royo Sorrosal, coordinadora del proyecto en la Ibero Puebla.
            En el protocolo del proyecto se hace un planteamiento del antecedente directo de este trabajo, que es la muy conocida y consultada investigación realizada por Muñoz Izquierdo en 1992, que fue replicada en Ibero Puebla e Ibero León y se hace una justificación de las razones por las cuales se considera pertinente hacer una réplica de esta investigación.
            Entre las razones que se mencionan están: los cambios curriculares y la creación de nuevas carreras en el SUJ, el cambio en las condiciones socioeconómicas de los estudiantes, la conveniencia de conocer cómo evolucionan los valores sociales y profesionales en los egresados al pasar un tiempo en el que ya consolidaron su estabilidad económica familiar y la oportunidad de conocer diversos factores de la trayectoria como estudiantes de los sujetos a estudiar.
            Sin embargo, aunque se plantea como réplica, al revisar los documentos citados se cae en la cuenta de que no es una réplica convencional en la que se realiza nuevamente la misma investigación ajustando algunos detalles de los instrumentos aplicados y del método de análisis a realizar, a partir de la experiencia previa.
            El caso que comentamos es el de una investigación que se inspira en las finalidades y estrategias de la que realizaron Muñoz Izquierdo y su equipo en los noventas pero a partir de esa inspiración y de la visión del mismo Muñoz Izquierdo y del nuevo equipo de investigación, en esta nueva ocasión, interinstitucional, se diseña prácticamente un proyecto nuevo, cuidando que tenga elementos de comparación con el trabajo anterior y simultáneamente pueda ser comparable en sus resultados con una investigación externa internacional como es la European Social Survey. Esta doble posibilidad de comparación de resultados es un gran acierto de este segundo ejercicio, lo mismo que su carácter interinstitucional desde el diseño y la participación de prácticamente todas las universidades del SUJ.
            En el informe de septiembre se detalla también un cambio en el marco teórico que sustenta el proyecto que en el original de 1992 era predominantemente sociológico y desde las teorías de la reproducción propuestas por autores franceses como Pierre Bordieu (1977) y que ahora se sustenta esencialmente en la teoría psicosocial de los Valores humanos básicos de Shalom H. Schwartz, profesor de la Univeridad Hebrea de Jerusalem. Lo anterior muestra también una reestructuración profunda del trabajo a partir de la puesta al día de los enfoque teóricos que resultan más pertinentes para una adecuada comprensión del tema de los valores en la sociedad actual.

El lugar desde donde los egresados leen la realidad: la meta del proyecto.

“Hay un lugar en la conciencia, un locus implícito desde donde cada persona lee la realidad. Está definido por los propios valores, intereses y expectativas; la educación, la familia, las amistades, el carácter personal y sobre todo la posición social confluyen en él…”
(Latapí, 2009; 143)

            La meta del proyecto es en esencia el estudio de ese locus implícito desde donde los egresados leen la realidad. Ese lugar que se va conformando a partir de la familia, las amistades, la educación, el carácter personal y SOBRE TODO, la posición social.
            Ya el estudio de 1992 mostraba que los egresados leían la realidad desde la dinámica de la consolidación de su posición económica personal y familiar y el estudio cualitativo de historias de vida realizado por Bazdresch en el ambiente generado por esta investigación, daba cuenta de que la posición social resultaba inversamente proporcional a ese lugar desde donde se lee la realidad, de manera que los egresados con mejor posición social tenían una visión más individualista y los de posición social menos favorecida tenían una mayor afinidad con la visión del solidarismo cristiano (Bazdresch, s/f).
            El estudio de 1992 que por cierto despertó una interesante polémica al interior de la UIA México, no contemplaba sin embargo elementos como la familia, las personas cercanas que influyeron para bien o para mal en esta visión del mundo ni exploraba explícitamente los elementos del proceso de formación universitaria que pudieran haber sido determinantes en la conformación, consolidación o aún cambio de este locus valorativo de la realidad social.
            La propuesta actualizada sí considera explícitamente estos elementos, cosa que despierta un interés especial porque desde mi punto de vista permitirá construir una comprensión más amplia y detallada de todos los elementos tanto relacionados con el tránsito por la universidad como los ajenos a ella que inciden en la formación de una conciencia social más o menos operante.
            Una novedad importante en este proyecto respecto al que lo inspira es el diseño de una segunda etapa cualitativa en la que con base en entrevistas a una muestra más pequeña, obviamente no representativa estadísticamente, se profundizará en los resultados de la encuesta para tener un panorama más amplio de explicación del fenómeno.
La formación en valores sociales y profesionales como proceso práctico.

            “Ser profundamente prácticos renunciando a lo que se considera lo práctico” dice Lonergan para sintetizar su invitación al compromiso con la Cosmópolis, es decir, al compromiso con la transformación humanizante del mundo a partir del ejercicio de la inteligencia directa, reflexiva y existencial. Ser profundamente prácticos abriéndonos a la búsqueda constante, permanente, sin cuartel de lo que resulta más inteligente, más razonable y más responsable para construir una sociedad humana, es decir, justa, equilibrada y fraterna.
            Este es un elemento que se extraña o que yo personalmente extraño en el protocolo y en el cuestionario donde parece predominar implícitamente la idea de que los valores sociales se forman exclusivamente en espacios curriculares o extra curriculares de carácter práctico: el servicio social, las prácticas profesionales o la pertenencia a organizaciones o agrupaciones con causas diversas o bien que se forjan también en la dimensión práctica de las relaciones interpersonales con sujetos que resultan significativos para la vida de cada sujeto.
            Sin negar la relevancia que tiene la experiencia de contacto directo con realidades de pobreza y exclusión o de comunicación interpersonal de significados con personas cercanas, profesores, directivos, compañeros, etc. que inciden principalmente en las dimensiones afectiva y operativa o de acción de los valores, es notoria la ausencia de preguntas que indaguen acerca del impacto de la reflexión teórica realizada en asignaturas específicas o en actividades de carácter intelectual, propias de la vida universitaria en la conformación de los marcos valorales desde donde los egresados interpretan la realidad en la que viven.
            Aún cuando en el protocolo se menciona que se han reforzado en los años que van desde el primer estudio de egresados a la fecha las materias de formación humanista –integración antes, hoy reflexión universitaria- estas asignaturas diseñadas específicamente para la formación de los valores humanos básicos y de la conciencia social operante en los estudiantes no se incluyen como una experiencia significativa posible en la formación valoral. No se diga ya, las asignaturas propias de cada profesión, que bien planeadas y vividas pueden ser fundamentales para la construcción de un marco conceptual sólido y crítico sobre la realidad social que se vive y sobre el ejercicio ético de la profesión con miras a transformarla.
            En su muy conocido discurso Educación y valores, pronunciado en la UIA México en 1990, Kolvenbach señalaba ya que los valores se construyen y asimilan en tres dimensiones: la de los conocimientos y la razón, la de los sentimientos y la de la acción. La concepción que parece imperar en la investigación enfatiza las dos últimas dimensiones y olvida la primera. La valoración adecuada de la teoría y la reflexión en el currículo de ARU y en el de las materias profesionales y el diseño de experiencias que no solamente sensibilicen sino que promuevan la recuperación, el análisis y la contrastación con teorías sólidas de las realidades socio profesionales es un elemento fundamental que tendría que destacarse.   
En los límites estrechos: educación y justicia.
“…los límites en los que la educación puede inducir cambios estructurales a favor de la justicia son muy estrechos…”
(Latapí, 2009; 61)

            Si bien es cierto lo que afirma Latapí respecto a las enormes limitaciones de la educación y según muchos autores en especial la educación superior en la modificación de los valores que la sociedad dominante imprime en los educandos, resulta indispensable, sobre todo en un país que sigue viviendo enormes injusticias y padece una desigualdad históricamente lacerante y en un mundo que tiende a sobre valorar la cultura del éxito, la eficiencia y la competencia, que existan instituciones que persistan en la misión de promover una conciencia social viva en sus estudiantes y generar valores sociales y profesionales que apunten hacia el respeto a la dignidad de todas las personas y hacia la convivencia justa y armónica en democracia real.
            En tiempos de crisis civilizatoria son indispensables las instituciones educativas comprometidas con modelos que operen en esos límites estrechos que tratan de operativizar la filosofía que relaciona educación y justicia como elementos inseparables.
            Para persistir en el esfuerzo y hacerlo con alguna probabilidad de incidencia real se requiere investigar y generar conocimiento sobre los elementos que están ayudando y los que están obstruyendo la operativización de esa filosofía para a partir de ese conocimiento generar creativamente procesos de mejora continua.

La formación de élites responsables.

“Hoy me sigo preguntando si México cuenta con los recursos para orientar debidamente a sus élites; lo comparo con otros países de tradiciones más maduras y concluyo que no. Me temo que seguiremos a la deriva y nuestra patria seguirá siendo un proyecto colectivo fallido, un país “que no la hizo” y perdió sus oportunidades históricas”.
(Latapí, 2009; 42)

            Así como los sueños y los ideales juveniles muchas veces desbordados e inviables se van matizando con los años, así podría ser que el SUJ, que las universidades jesuitas vayan acotando sus finalidades educativas respecto al tema de la justicia social y los valores sociales.
            Tal vez después de más de cuarenta años del mítico sesenta y ocho la idea de formar líderes sociales contraculturales que se inserten en los sectores más pobres y oprimidos del país y desde ahí promuevan el cambio social necesario se ha ido modificando ante los cabios que la misma realidad ha venido sufriendo y ante las evidencias de estudios como el de 1992 y otros.
            Quizá sea el momento de decir, a partir de lo que muestra la investigación, que las universidades jesuitas en particular y las universidades de inspiración cristiana en general deberían dirigir sus esfuerzos a ser eficientes en la tarea de orientar debidamente a las élites del país (aún los alumnos de clase media, que predominan hoy en nuestras universidades son parte de las élites que tienen acceso a los satisfactores básicos) para que a partir de valores sociales y profesionales humanistas orienten su práctica hacia la promoción de cambios graduales pero firmes hacia la equidad y la justicia. Tal vez investigaciones como la que hoy comentamos nos muestren que avanzamos en ese camino o tal vez nos indiquen que, como afirma Latapí, tenemos que ser más bien pesimistas y constatar que seguimos a la deriva, siendo un proyecto colectivo fallido y perdiendo oportunidades históricas.
            Ojalá no sea así. Ojalá los resultados de este estudio muestren que la educación superior humanista de inspiración cristiana no ha sucumbido del todo a los embates del sistema economicista de consumo deshumanizante y que está logrando tener algún impacto en sus egresados en la línea de construcción de un lugar desde donde mirar la realidad que se ubique cerca de los que padecen la historia en lugar de protagonizarla.
            Sea cual sea el resultado, el conocimiento que esta investigación va a aportar puede servir para afinar las estrategias, hacer una reflexión profunda y seria sobre la distancia entre el discurso humanista y de compromiso social y las prácticas educativas cotidianas, la filosofía implícita en las estructuras organizacionales y las prioridades de gestión, la cultura universitaria que muchas veces, al modo de Penélope globalizada teje por un lado lo que desteje por otro.
            Cualquiera que sea el resultado, resulta deseable que el conocimiento que de él se obtenga no sea interpretado institucionalmente como una evaluación en blanco y negro acerca de la pertinencia de la educación universitaria con sello jesuita sino desde el análisis complejo que permita probar que la universidad es capaz de inteligencia superior y por ende de aceptar –como afirma Scott Fitzgerald- dos ideas contrarias y seguir funcionando, que cuenta con la madurez necesaria para “aceptar que las cosas no tienen remedio y continuar, sin embargo, dispuesta a cambiarlas”.

REFERENCIAS.

Bordieu, P. & Passeron, J.C. (1977). Reproduction in education, society and culture. Beverly Hills, CA. Ed. Sage.
Kolvenbach, P. H. (1990). “Educación y valores”. En Cuadernos del sistema UIA: Peter Hans Kolvenbach S. J. en México. México. Sistema Educativo Universidad Iberoamericana.
Latapí, P. (2009). Finale prestissimo. Pensamientos, vivencias y testimonios. México. Fondo de Cultura Económica.
Lonergan, B. (1998). Filosofía de la educación, México, Universidad Iberoamericana.
Muñoz Izquierdo, Carlos y Maura Rubio (1993). Formación universitaria y compromiso social: algunas evidencias derivadas de la investigación. México: Universidad Iberoamericana Ciudad de México.
Muñoz Izquierdo, Carlos y Joaquina Palomar (1994) Un acercamiento cualitativo al estudio de la formación valoral de los egresados de una universidad privada de la ciudad de México. Revista Latinoamericana de Estudios Educativos (México) vol. XXIV, núms.1 y 2, pp.39-82.



Tres imágenes para el día del maestro.

*De mi columna Educación personalizante. Lado B. Mayo de 2012. 1.-Preparar el futuro, “Qué lindo era el futuro...