miércoles, 27 de julio de 2011

MAESTRO SOLO HAY UNO.

Exposición de motivos.


Durante los días que siguieron al fallecimiento de Ricardo Avilés Espejel, nuestro querido Pop, tuve la experiencia al mismo tiempo extraña pero natural de que varias personas de distintos contextos en los que Ricardo se desenvolvió, me dieran a mí el pésame. En la misa celebrada la noche del miércoles 13 de julio en la funeraria, una persona del grupo TACH (taller que coordinó Ricardo hasta el final de su vida) me pidió que yo dirigiera unas palabras al terminar la homilía del padre Escandón y al finalizar la liturgia que se realizó en la capilla de la Ibero Puebla con las cenizas de Ricardo que llegaron al terminar la misa celebrada para él, una de sus amigas me dijo: “Tú debiste decir algo. Eras su discípulo”. Pocos días después recibí un mensaje de mi querido amigo Paco Galán, amigo también de Pop, donde me decía que lamentaba mucho la pérdida de un gran amigo y maestro y me enviaba un abrazo como su “mayor discípulo”.

Debo confesar por qué digo que la experiencia fue extraña pero natural. Lo extraño tiene que ver con que por naturaleza me incomodan los elogios y aún más la presunción o la soberbia y cuando me daban el pésame o me decían: “habla tú”, sentía que no tenía merecimientos especiales para hablar yo o para que la gente se dirigiera a mí como alguien especial para Ricardo cuando hay muchos otros que también le eran muy cercanos. Sin embargo, esta sensación se combinaba con la naturalidad que me da el hecho de que yo, desde hace muchos años me he sentido discípulo de Ricardo y en mi fuero interno me llena de orgullo y satisfacción sentirme como ese “mayor discípulo” al que aludía el mensaje que recibí.

Si a esto se añade la antigüedad, porque desde 1990 seguí a Ricardo y lo invité a incorporarse a la ibero para tenerlo más cerca y enriquecer a la gente de mi propia universidad. Si se toma en cuenta que Ricardo me dio clases en la maestría, me dirigió la tesis doctoral y compartió conmigo muchos espacios de seminarios, reuniones, reflexiones y diálogos informales en Tlaxcala, en Puebla e incluso en Boston College, se puede entender esta visión de discípulo-maestro que era además y sobre todo una relación de amistad cercana y profunda.

Por otra parte, visto desde otro ángulo esto es algo que yo en vida le dije varias veces a Ricardo: en la formación de una persona hay muchos profesores buenos, regulares y malos que intervienen pero muy pocos maestros, quizá uno o dos. En ese sentido Ricardo es mi maestro y yo con esa confianza me sentí siempre su discípulo durante los veintiún años que conviví y aprendí de él (en la universidad, fuera de la universidad e incluso a pesar de la universidad como a él le gustaba decir de la educación).

1.-Encuentro.

Es enero de 1990 y estamos en una aula de un grupo de segundo semestre de maestrías en Educación (administración educativa, orientación educativa y educación superior, mezclados). Llega el profesor que nos dará el curso de Epistemología. Su misma apariencia es muy llamativa e interesante: su barba larga, su cara bondadosa, su andar y su hablar pausado, la sabiduría que emana. En su presentación hay algo que me impacta. Nos dice: “Soy Ricardo Avilés, me dicen Pop y soy transjesuita, es decir, soy un jesuita que está ahora fuera de la Compañía de Jesús”. En el contexto de una universidad pública y de esa universidad pública en especial donde el laicismo llega a extremos de anti-religión, esto me parece muy valiente y además me deja pensando mucho esa categoría de transjesuita, que no es lo mismo que ex-jesuita.

Sin embargo esa presentación valiente para mí, le sale muy natural a él, lo dice con un convencimiento y una seguridad que no generan ninguna reticencia en los alumnos.

Este fue el primer encuentro con Ricardo. Un encuentro que ya desde el principio dejó huella y que se fue extendiendo en cada sesión de clase, en cada lectura y conversación fuera del aula. Era un gusto bajar en el receso a los tacos y encontrar ahí a Ricardo y empezar la conversación que ya era una clase desde antes de iniciar la clase. Era muy interesante encontrar debajo de una densidad propia del tema de la materia (Epistemología ese semestre, Filosofía de la Educación el siguiente) y del conocimiento riguroso de Pop, una riqueza que al principio era solamente una intuición de que algo valioso había detrás e este discurso que a veces llegaba a sonar hasta como “new age”. Creo que incluso varios docentes y hasta coordinadores del posgrado tenían esta sensación y apoyaban a Ricardo porque intuían algo muy valioso en su filosofía aún cuando no la entendieran del todo o les pareciera incluso rara o fuera de contexto.

2.-Presencia

Pero algo que me fue quedando muy claro con Ricardo es que este encuentro con su persona y su invitación filosófica –siempre era una invitación a filosofar y no a aprender a un filósofo o una filosofía- nunca o casi nunca era efímero. Una vez que sucedía, este encuentro se convertía en una presencia continua y significativa, una presencia que uno buscaba y trataba de prolongar cuando se daba la oportunidad porque había siempre algo con lo que uno se iba después de dialogar con él, algo no solamente conceptual sino humano profundo.

Ricardo era y es una presencia significativa en mi vida y en muchas vidas, podría decir que en la mayoría de las vidas que tocó con su autenticidad y enriqueció con testimonio de búsqueda de humanización.

Justamente en la mañana en que me enteré de su muerte, me causó extrañeza que si bien me sentí muy triste por la noticia, al mismo tiempo me sentí muy en paz y experimentando la presencia de Ricardo muy vivamente. Esta sensación no se ha ido de mí a pesar de los días que han pasado desde entonces. Al darme el pésame una compañera de la ibero me dijo: “Cuando se murió mi maestro y guía espiritual, yo siempre lo sentí presente, nunca sentí que se fue…” y esa expresión me aclaró lo que estaba sintiendo. Por la tarde, al llegar al a funeraria la segunda vez, cuando ya estaba la familia de Ricardo presente, a la primera persona que encontré fue a Ana, su hija mayor y lo primero que ella me dijo al abrazarla fue: “aquí está. No se ha ido”.

Por eso en la misa de cuerpo presente en la funeraria me hizo mucho sentido lo que dijo el P. Escandón de que la presencia de Ricardo seguía viva y que simplemente había pasado a “otro nivel de consciencia”, de esa consciencia que fue su tema de estudio, de búsqueda y de enseñanza. Por eso ahí mismo, al terminar la homilía y ante la petición de que hablara, narré esta experiencia de presencia de Ricardo y reforcé esta que no es una idea sino una experiencia en mí, de que Ricardo Avilés sigue siendo presencia aunque físicamente ya no esté con nosotros.

3.-Autoapropiación.

“Yo creo que Ricardo era una de las personas que mejor entendía a Lonergan”, me dijo Eduardo de la Garza al final de la liturgia del jueves por la noche. “Indudablemente. Contesté yo. Y esto lo decía incluso gente de Boston College, de los expertos que conocieron a Lonergan en persona y lo han estudiado toda su vida”. En efecto, tengo muy presentes las palabras de Fred Lawrence en una de las sesiones del seminario de Lonergan durante mi segunda estancia de un año en BC. En una conversación al terminar la sesión, Fred me dijo precisamente que nosotros en México teníamos a Ricardo que era alguien que entendía muy bien a Lonergan.

Estoy seguro que era así. Sin sus enseñanzas que me brindaron las claves fundamentales para comprender la búsqueda que se expresa en la obra de Lonergan me hubiera sido muchísimo más difícil entender la invitación filosófica de este autor nada sencillo a pesar de que llevé dos semestres de Insight con un magnífico profesor por su conocimiento de Lonergan como por su capacidad didáctica, el padre Joseph Flanagan S.J. (QEPD) que fue director del Lonergan Institute y que pude recibir clases también de gente como Patrick Byrne y enriquecerme en el seminario de los expertos en Lonergan cada viernes durante dos años discontinuos.

El grado de comprensión de Ricardo sobre la propuesta de Lonergan se reflejaba en que no era un repetidor de sus palabras sino un gran intérprete de su búsqueda, alguien capaz de tejer diversos ángulos de su filosofía y hacer su propia síntesis personalísima de lo que este jesuita canadiense escribió. Pero lo más importante de todo es que Ricardo hizo suya la propuesta lonerganiana, es decir, que la llevó a su vida cotidiana y no solamente a su discurso académico, sabiendo integrar su propia búsqueda existencial y espiritual desde la visión de esa humanización que parte de que somos “una búsqueda encerrada en un pellejo” –de acuerdo a sus propias palabras parafraseando a Mc Shane-.

En efecto, Ricardo Avilés se convirtió en “encarnate meaning”, en significado personificado para todos los que lo conocimos porque hizo suya esta búsqueda de autenticidad y de autoapropiación que son centrales en la obra de Lonergan y supo aplicar a su historia y a su comprensión de la historia de la humanidad esta búsqueda.

4.-Libertad

Paradójicamente Ricardo siempre fue un crítico de la educación formal e institucional pero pasó muchos años de su vida en espacios de educación formal e institucional. Paradójica pero no contradictoriamente porque a pesar de que Ricardo trabajó dentro de estas estructuras universitarias y enseñó dentro de currículos formales de licenciatura y posgrado (en Filosofía en la UATlax, en Ciencias de la Educación ahí mismo y en la maestría en Educación humanista en la Ibero Puebla), nunca fue esclavo de estas estructuras ni de los formalismos y rituales universitarios.

De manera que Ricardo fue un académico dentro de la organización universitaria pero siempre libre frente a esta organización y siempre innovador dentro de los márgenes de maniobra que la educación formal permitía.

5.-Amistad

El dilema entre ser profesor o ser amigo nunca fue tal para Ricardo que fue siempre capaz de vivir simultáneamente ambos papeles y de construir armónicamente estas relaciones sin mezclar nunca una con la otra pero sin separarlas o hacer que parecieran artificialmente ajenas una de otra.

De manera que el Dr. Avilés, maestro, era al mismo tiempo Pop, amigo sin que hubiera ninguna barrera ni límite formal entre ambas cosas. De hecho cada vez que lo presentaba como mi maestro o como mi director de tesis doctoral, él aclaraba que ante todo era amigo y así era sin que por ello su huella como maestro o como director de tesis se viera disminuida.

De Pop el amigo cariñoso, incondicionalmente solidario hay muchas anécdotas y ejemplos como el que mi familia siempre se acuerde que empezamos a gustar de la comida India gracias a él porque había un restaurant indio en Boston, por el rumbo de la Simphony Hall al que le encantaba ir y con él fuimos ahí por primera vez. Pero la huella imborrable para mí será siempre su genuina preocupación por la salud de mi hija Mariana desde la primera cirugía hace dos años hasta su último correo, la tarde en que se internó en la clínica en Tlaxcala. Eran muy frecuentes sus mensajes cariñosos, llenos de ánimo y esperanza y deseando que nuestra experiencia pascual culminara por fin en resurrección. Con sus grupos de reflexión compartía esta preocupación y generó en ellos una corriente de solidaridad hacia nosotros que siempre vamos a agradecer. Todavía tuve tiempo de escribirle que había salido muy bien de esta operación reciente y a él le alegró mucho la noticia.

6.-Fe

Finalmente, porque resulta imposible abarcar toda la riqueza de mi experiencia de relación con Ricardo, tengo que decir, porque esto era central en su vida, que su labor filosófica y educativa fue siempre una labor de apostolado intelectual. Porque ese abrir caminos, preguntas, inquietudes en las búsquedas de tanta gente, esa incesante preocupación por la humanización –la distinción fundamental entre lo humano que todos poseemos y lo humanizante que debemos buscar y construir- era una preocupación por la historia de salvación de la humanidad, por una historia entendida como misterio y revelación que se está dando en la historia, en el drama de la humanidad que se desarrolla “en el instante de su ser que es todo el tiempo” como gustaba citar a Lonergan.

Tomo como ejemplo una cita de una traducción esquemática de Voegelin que hizo para sus sesiones de reflexión:

El proceso de la historia, y tal orden como puede ser discernido en ella, no es un relato para ser contado desde el principio hasta su final, feliz o infeliz; es un misterio en proceso de revelación. (“Epifánico”).

Conclusión-invitación

Como ya he dicho, resulta imposible tratar de abarcar todos los ángulos de mi experiencia de relación con mi maestro Ricardo, con mi amigo Pop. Creo que ante su separación física pero su presencia significativa aún operante lo que me nace finalmente es agradecer a Dios por su vida fructífera, plena y feliz y por la gran familia y la enorme comunidad de amigos que construyó, decir que la mejor manera de mantenerlo con nosotros es seguir su ejemplo y tratar de vivir hasta lo más profundo la búsqueda de autenticidad y humanización personal y social en las circunstancias y espacios en los que podemos influir y no dejar nunca de plantearnos seriamente estas preguntas que Pop dejó escritas en su última participación pública durante el 1er. Taller latinoamericano de Lonergan en el que estuvo tan contento y nosotros tan felices de verlo feliz y de escuchar su magnífica participación:

Preguntas básicas desde esta perspectiva:

¿Para qué estamos aquí, ahora ...?

¿Qué Realidad-Bien buscamos alcanzar en la vida?

¿A qué, o a quién, estamos entregando la Vida ... ?

¿QUÉ IMPLICA y QUÉ EXIGE tal DESARROLLO del SER HUMANO como ‘HUMANIZACIÓN’?

Por mi parte, desde la trinchera del campo educativo seguiré asumiendo como misión esta hermosa tarea que nos dejó al final de su ponencia escrita: "EDUCAR para avanzar en Esperanza hacia COSMÓPOLIS"



martes, 26 de julio de 2011

Bodas de plata.

"Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,

se besan los primeros pobladores del mundo"

Hace un cuarto de siglo decidimos formalizar un compromiso para empezar a andar “en verso y vida tintos…matando al egoísmo y sumando a los demás” como dice Silvio Rodríguez en la canción que hizo las veces de marcha nupcial en la misa de nuestra boda. Hace un cuarto de siglo que andamos pues, siendo uno sin dejar de ser dos, haciendo de nuestro camino uno solo sin renunciar al camino personal de cada quien.

Veinticinco años más cuatro de noviazgo suman ya más de la mitad de nuestras vidas, de manera que nuestra historia compartida es ya más extensa que nuestras historias individuales. Nuestras historias están marcadas de manera indeleble por nuestra historia, una historia sustentada en el amor que no es un sentimiento pasajero sino una decisión sostenida, fundada en un sentimiento más profundo y estable que el simple agrado momentáneo o las diferencias cotidianas que van surgiendo del desgaste natural de toda convivencia.

En un cuarto de siglo el amor madura, va siendo probado por las “facturas que nos presenta la vida”, reforzado por los encuentros profundos y los momentos existenciales de comunión y cultivado día a día, hora a hora por la libre elección de cada uno.

En un cuarto de siglo también se va refrescando el amor continuamente, no solo por la creatividad individual o como pareja sino también por la experiencia creativa fundamental de ser papá y mamá y la renovación cotidiana que significa el milagro de ver crecer a cada una de nuestras hijas. Mariana, Paulina y Daniela han sido tres fuentes inagotables de renovación de nuestros votos matrimoniales, tres manantiales de fuerza creativa, tres espejos donde vernos el uno al otro en estos años.

Si pusiera en la balanza estos veinticinco años yo afirmaría sin duda que han sido un misterio gozoso, una celebración continua, un verdadero sacramento de vida. Esto no quiere decir que todo haya sido “miel sobre hojuelas” ni que no hayan existido crisis, momentos de tensión y desacuerdo, pleitos o discusiones, momentos y etapas dolorosas.

No es necesario ahondar en estas cosas porque son naturales a todo matrimonio y porque nosotros y los que nos conocen y quieren saben de nuestra historia. Sin embargo la imagen que domina, el cuadro que está de fondo en todos estos momentos fáciles y difíciles, alegres o tristes es un hermoso óleo multicolor que comunica alegría profunda, vida saboreada, días luminosos, un retablo que dice que somos mucho más que dos, mucho más que cinco, mucho más que nuestras penas y nuestros problemas cotidianos, mucho más que nuestras limitaciones humanas.

Si quemaran mis huesos con la llama del hierro,

verían que grabada llevo allí tu figura.

Cuando uno convive tanto tiempo con otra persona, cuando el amor convoca y funde dos vidas, de muchas maneras va quedando una marca que no se borra, un sello que permanece y trasciende. Así ha sido en mi caso y puedo decir con alegría que todo el mundo, sin necesidad de quemar mis huesos con la llama del hierro, puede ver tu figura grabada en mi rostro, en mi cuerpo, en mi voz, en mi actuar y en mi corazón.

Tu amor me ha educado y me ha hecho ser una mejor persona, aunque yo a veces me resista y sea poco dúctil y rechace este crecimiento y me rebele contra el espejo que eres de aquél que soy, de aquél que quiero ser.

Veinticinco años son un camino que hoy vemos hacia atrás como los cimientos de nuestra esperanza compartida hacia el mañana. Pero ese camino andado ha tenido muchos protagonistas, toda una red de amor tejida alrededor nuestro que nos ha sostenido en los momentos en que sentimos que podemos caer. Esta red la han ido tejiendo los que podemos llamar nuestros otros significativos, pero de algún modo también ha sido construida por nosotros y en gran medida por ti, que eres quien trabaja, convoca, riega, cultiva y hace florecer todo un mundo alrededor de nosotros.

En este tiempo vivido en común hemos también sido, de manera consciente y premeditada, un testimonio sencillo para otros que emprenden la aventura de con-vivir. Esto es algo que nos ha comprometido más porque lo hemos platicado y si bien fue algo que se fue dando de manera natural en un principio, lo hemos tratado de hacer explícito y claro hacia los otros. Construir una pareja que con la vida y no con las palabras diga muy fuerte que sí se puede vivir en-amor y enamorándose de manera más o menos duradera, construir una familia que diga con los hechos que sí se puede educar personas de bien, personas que hagan el bien en un contexto complicado como el que vivimos hoy en el mundo. Decir que sí es posible educar la libertad más que educar en la falta de límites que confunde paternidad con amistad o en la fallida exigencia autoritaria que ante la incertidumbre opta por el refugio en una imposible fortaleza aislada del contexto.

Eres la noche, esposa: la noche en el instante
mayor de su potencia lunar y femenina.
Eres la medianoche: la sombra culminante
donde culmina el sueño, donde el amor culmina.

Veinticinco años después puedo decir que por todo esto ha valido la pena aquél “vamos a andar con todas las banderas trenzadas de manera que no haya soledad”. Pero a veinticinco años de distancia puedo además alegrarme y celebrar que hoy, aquí, con todas nuestras circunstancias sigues siendo para mí “la medianoche, la sombra culminante donde culmina el sueño, donde el amor culmina”, porque no sé aún cómo, pero sigues llenando de magia mi existencia. Tú eres la noche, esposa. Yo soy el mediodía.

19 de julio de 2011.

*Todas las citas están tomadas de: Miguel Hernández. Hijo de la luz y de la sombra.




lunes, 25 de julio de 2011

Volver a los diecisiete…

Para Fernando, triple compadre.


“Volver a los diecisiete

Después de vivir un siglo…”

Violeta Parra.

El sábado dieciséis de julio por la mañana me levanté cansado de un viaje relámpago bastante desgastante, un viaje de trabajo de esos que no se pueden evitar a pesar de que nuestro cuerpo se rebela y nos grita de muchos modos que no lo hagamos. Era un día doblemente especial: se cumplían dos años justos de la primera operación de Mariana, dos años de la “batalla” que ella ha ido ganando y en la que la hemos acompañado junto con ese “escudo de amor” que la protege, pero además era el cumpleaños número cincuenta de uno de mis mejores amigos, de esos amigos que hoy –porque ya estamos en esas edades- con toda justicia puedo llamar “de toda la vida”.

Antes de ir a la comida organizada por su familia –familia también amiga de toda la vida- para celebrar la ocasión, me dieron ganas de poner algo en mi muro de facebook que no dejara que esta ocasión especial pasara inadvertida o más bien, que subrayara que para mí, en un natural ejemplo de empatía afectiva, esta era una fecha muy relevante.

Lo que se me ocurrió fue buscar una canción que tuviera algo que ver con la celebración y después de pensar un poco y dar vuelta a varias opciones, esta canción terminó siendo “A mis amigos” de aquél Alberto Cortez al que tanto escuché en mi etapa de bachillerato y parte de la universidad y que aunque no ha resistido la “prueba del tiempo” al menos en mi gusto personal, es representativo de aquéllos tiempos de sueños juveniles y tiene algunas canciones, entre ellas esta, que me siguen pareciendo bellas.

“A mis amigos les adeudo la ternura y las palabras de aliento y el abrazo, el compartir con todos ellos la factura, que nos presenta la vida paso a paso…” dice Cortez en la canción y me parece que en el caso de Fernando, estas palabras describen perfectamente lo que ha sido la amistad construida en las aulas de la prepa y forjada después con palabras de aliento que han ido y venido en ambos sentidos y también con un continuo compartir esas facturas que la vida nos ha ido presentando paso a paso.

Sin embargo la primera canción que vino a mi mente no fue esta sino la de Violeta Parra que cito en el epígrafe: “Volver a los diecisiete, después de vivir un siglo…” que no describe tanto la amistad sino la sensación de llegar a los cincuenta con la añoranza de esos tiempos felices de la preparatoria, de esos diecisiete años en los que todo o casi todo está por escribirse en nuestras vidas y en los que se construyen quizá, al menos es en mucho mi caso, las amistades duraderas, las que acompañan toda la vida.

Volver a los diecisiete y estar otra vez estudiando matemáticas en la casa de Don Pedro y doña Lola, estudiando un rato pero haciendo las pausas obligadas para un taco árabe en el Oasis del final de la Avenida Juárez –en la época de los drive inn- en la Brasilia verde o en “la playa” –la vieja Dodge Mónaco que mi mamá me prestaba sin saber todas las aventuras que en ella se desarrollaban-. Estudiar un rato antes de tomarnos unas cubas que terminaban platicadas y tranquilas en la madrugada, cuando María y Marilupe ya habían regresado de la salida con sus novios respectivos y la casa estaba silenciosa salvo por nuestra sesión de “estudio”.

Volver a los diecisiete para saborear de nuevo la vida sin ninguna responsabilidad mayor que el sacar calificaciones razonables o llegar no tan tarde a casa. Volver a ese mundo mágico que era el Oriente de aquéllos tiempos, nuestros tiempos, como debe serlo para cada generación en sus propios tiempos.

Después de vivir un siglo o medio siglo que se dice fácil y de hecho se va “como agua” porque cuando uno voltea la cara resulta que ese adolescente de diecisiete con todos sus sueños y utopías se ha convertido en un adulto de cincuenta, casi sin percibirlo, como si la vida se colara entre los dedos como el agua cuando queremos atraparla pero también como si diez, veinte, treinta años fueran un siglo porque son tantas las experiencias vividas, tantas las facturas acumuladas que es imposible dejar constancia de todas o simplemente recordarlas.

Volver a los diecisiete después de vivir un siglo, pero volver tan solo para retomar la frescura que sigue siendo necesaria para enfrentar la vida hoy que ya tenemos hijos mayores o menores, para revitalizarnos con esa energía de los que fuimos y de manera distinta hoy seguimos siendo.

En el caso concreto de Fernando, he sido testigo y destinatario privilegiado de su “terquedad bondadosa” y de su “inocente madurez” con la que me he enriquecido en estos años. Esa terquedad y esa bondad combinadas, que son como un sello genético, una especia de marca familiar que se comunica siempre con una sonrisa, una invitación a la alegría, un compartir la esperanza y un darse al otro al grado de a veces olvidarse de uno mismo.

El más claro ejemplo de esto vino a mi mente esa mañana del dieciséis de julio, recordando que dos años antes, en esa misma fecha, Fernando decidió pasar su cumpleaños número 48 en el hospital, acompañando todo el día la angustia y el nerviosismo, la esperanza y la ansiedad de unos amigos que tenían a su hija en el quirófano en una intervención muy delicada. “El mejor regalo de cumpleaños para mí este día, es que mi ahijada haya salido bien de la operación”, me dijo aquella noche después de alrededor de diez horas de tensión. Ese es el sello con el que se imprimen en el corazón y en la mente los amigos “de toda la vida”. Esos son los gestos que hacen que no baste una vida para agradecer la amistad.

Volver a los diecisiete, después de vivir un siglo.

Tres imágenes para el día del maestro.

*De mi columna Educación personalizante. Lado B. Mayo de 2012. 1.-Preparar el futuro, “Qué lindo era el futuro...