*Publicado en Síntesis, Mayo 2005.
Aproximarnos
de manera crítica a cualquier salón de clases en un día normal de actividad podría
sin duda dejarnos con la pregunta: ¿Cómo: es que los alumnos aprenden algo
aquí? En uno de sus célebres cartones, Quino pone al papá de Mafalda
preguntándole: ¿Qué aprendiste hoy en la escuela? Y ella con su característica
ironía responde: “A irme acostumbrando”.
Costumbre y pasividad, falta de curiosidad,
carencia de significado parecen ser los elementos que siguen
caracterizando lo que pasa en las aulas.
Este rasgo es un factor determinante en los pésimos resultados de nuestro país
en los estudios mundiales de calidad educativa.
Indudablemente, a nivel de teorías
educativas y de discursos institucionales y magisteriales se ha ido dando un
cambio, pero todavía falta mucho en las concreciones que lleven a construir una
educación que responda a las necesidades del ser humano del tercer milenio.
Un
cambio de mirada se ha ido dando en la educación y ha ido llegando hasta las
instituciones y los directivos y profesores. Un cambio de mirada que es
necesario y constituye la base sobre la cual se construirán los nuevos modos de
hacer en cada una de las aulas. ¿Cuál es este cambio de mirada?
Si
se analiza el discurso de la Educación de nuestros días, ya sea al nivel de los
grandes documentos orientadores o de las teorías y autores actuales, ya sea al
nivel de las instituciones educativas y de los profesores, se podrá sin duda
constatar lo que ya parece evidente pero quizá no ha acabado de llegar a
hacerse realidad en las aulas: el giro de un proceso centrado en la enseñanza
hacia un proceso centrado en el aprendizaje, de un proceso centrado en el
profesor hacia un proceso centrado en el alumno.
Este
cambio de enfoque en la educación escolar ha precisado de muchas décadas de
reflexión pedagógica y de traducción a modelos o enfoques educativos.
El
hecho es que hoy está muy generalizada la idea de que el alumno es el sujeto de
su propio aprendizaje y encontramos muchas formulaciones que expresan esta
centralidad del educando para que se realice eficazmente el proceso educativo.
Una
de ellas es la de los “Cuatro pilares de la Educación para el siglo XXI” que plantea el informe Delors de la UNESCO:
aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a ser, aprender a convivir. Sin
embargo, la pregunta que se sigue lógicamente de estos imperativos en el caso
de su traducción a las aulas es: ¿Cómo aprende el alumno a conocer, a hacer, a
ser y a convivir?
“Ser
humano es también un deber” decía Graham Greene y el aprendizaje sucede
solamente cuando contribuye a apoyar el cumplimiento de este deber de toda
persona, de irse convirtiendo en un mejor ser humano en las circunstancias de
realidad que le han tocado vivir.
Pero
este deber, este reto de humanización, se va cumpliendo de manera distinta y en
diferente medida en cada persona concreta.
Cada estudiante va construyendo
su propio horizonte dependiendo de hacia dónde se dirija su corazón, es decir,
dependiendo de sus intereses y preocupaciones dominantes.
Lonergan
plantea que el horizonte de cada persona está formado básicamente por dos
grandes “mundos”: el mundo de lo conocido como conocido y el mundo de lo
conocido como desconocido.
En
el primero se está, es el mundo de todas las experiencias, los conceptos, los
significados, los valores que ya se conoce que se conocen, el mundo de las
propias seguridades y certezas, de todo aquello que ya no se cuestiona.
Hacia el segundo se tiende,
hacia todo ese mundo de experiencias, de ideas, de conceptos, de juicios, de
significados y valores que se sabe que se desconocen es hacia donde se dirige
siempre la búsqueda, hacia donde van orientadas las preguntas, hacia donde se
siente la necesidad de ir.
Fuera
de este horizonte esta el mundo de todo lo que ni siquiera se sabe que se
ignora. Un mundo totalmente carente de significado para el sujeto. El horizonte está siempre constituido
a partir de los intereses y las preocupaciones de los sujetos. Nada hay dentro
del horizonte de un estudiante que no tenga que ver con sus intereses,
preocupaciones y motivaciones.
Los
alumnos aprenderán de aquello sobre lo que tengan preguntas, de todo lo que les
presente un reto o les mueva afectiva e intelectualmente. Lo demás no les
preocupa, no les es significativo, no les interesa y por lo tanto no lo
aprenderán, solamente “se lo aprenderán” (en el sentido de memorizarlo
temporalmente para pasar un examen o una materia).
El
reto actual del docente entonces, es acercarse y conocer un poco del horizonte
de los estudiantes: ¿Qué es lo que saben que saben, lo que entienden, dominan,
hablan, piensan o viven? ¿Qué es lo que saben que ignoran y entonces andan
buscando saber? ¿Sobre qué se preguntan cosas? ¿Qué retos tienen? ¿Qué les
gustaría conocer? ¿Qué es lo que les “afecta” –lo que mueve sus afectos-? ¿Qué
lenguajes entienden o se esforzarían por entender?
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