lunes, 15 de agosto de 2016

Treinta años de cambio y permanencia



*Texto leído en la Eucaristía de acción de gracias por mis 30 años de matrimonio, el día 13 de agosto de 2016.


“En estos veintitantos años hemos luchado por cambiar al mundo y lo único que hemos logrado es que el mundo no nos cambie a nosotros”.
Ana Belén y Víctor Manuel

Esa frase la hubiera suscrito hace unas décadas, cuando aún estaba marcado por el idealismo de la juventud en el que se piensa que la congruencia personal significa inamovilidad respecto de ciertas ideas, posturas, pasiones e incluso ideologías. No he logrado cambiar al mundo pero estoy orgulloso de que el mundo no me haya cambiado…soy el mismo que hace veinte o treinta años, diría si siguiera pensando así. Y tengo conocidos y amigos queridos que me dan esa impresión, que se quedaron anclados en sus ideas juveniles y siguen pensando que eso es lo correcto aunque tengan poco que ver ya con la realidad actual: Peor para la realidad, dirán.
            Pero yo creo que en estos treinta años hay un fenómeno paradójico e interesante por el que debo dar gracias. Se trata de un proceso, una aventura, un camino en el que ciertamente he ido luchando con todo lo que tengo y desde mi trinchera por cambiar este mundo injusto, excluyente, opresor, materialista y violento en el que vivimos, pero aunque no he logrado cambiar ese mundo y a veces veo que las cosas se ponen peor, tampoco puedo decir que el mundo no me haya cambiado, porque creo que afortunadamente he ido tratando de estar lo más abierto posible a leer los procesos de transformación de la realidad y a tratar de cambiar y seguir vigente y a tono con las nuevas realidades que van surgiendo.
            Esto no quiere decir que aplique la frase de Groucho Marx: “Estos son mis principios y si no les gustan, tengo otros”. Explorando en mi interior no veo –ojalá sea así- que en estos años hayan cambiado mis convicciones profundas, mis principios fundamentales o mi fe y mi esperanza. Lo que se ha ido transformando por una parte es el mundo en el que estas convicciones tienen que ser vividas y por eso mismo, se ha ido renovando o tratando de renovar la persona que soy, que voy siendo y por tanto, la forma en que esos principios son interpretados por mí, vividos y aplicados, comunicados a los demás.
            Cuando nos casamos el mundo era otro: no había todavía computadoras personales, al menos accesibles a casi todo el mundo y por ello nuestras invitaciones y las hojitas de la misa fueron hechas a máquina como nuestra tesis de licenciatura, no había por supuesto internet, ¡Ni Facebook para compartir las fotos y los sentires de estos momentos tan significativos! Vivíamos en un mundo menos interconectado, más firme en muchas cosas –para bien y para mal, porque la solidez del mundo hace que seamos más duros, rígidos, inflexibles e incluso intolerantes con los diferentes- y más cierto que el de hoy que está marcado por la constante incertidumbre respecto del futuro.
            En estos treinta años el mundo ha cambiado mucho y yo, nosotros, hemos cambiado también mucho. Somos otros en muchas cosas, pero también somos los mismos chavos idealistas y rebeldes –aunque con otras formas de expresión de la rebeldía- que quisieron romper paradigmas sobre lo que era una “pedida de mano” o una boda, para sorpresa, desconcierto y no sé si un poco de decepción de nuestros papás.
            En estos treinta años de ser una pareja corriente que ha compartido como dice Benedetti, “una vida en común y en extraordinario”, hemos luchado por cambiar el mundo tratando de dejarnos cambiar por el mundo y también, por la gracia de Dios, dejándonos cambiar uno al otro y dejándonos cambiar por Mariana, Pau y Daniels, los tres mayores regalos con los que Dios ha bendecido nuestra vida en común y se muestra a nosotros diariamente hasta hoy que celebramos nuestras bodas de perlas.
            En la homilía de la misa de nuestra boda, Juan Ignacio –cuántas cosas han cambiado, él mismo ya no es sacerdote desde hace un buen tiempo y hoy es esposo y papá- nos dijo que el matrimonio nos entregaba el compromiso y el regalo de ser espejo de Cristo el uno para el otro. Y Cristo es mensaje que permanece, pero es mensaje siempre nuevo, es la síntesis de esto que he querido decir respecto a la continuidad y el cambio en toda vida humana.
            Hoy quiero dar gracias a Dios por los treinta años de felicidad –entendida como una forma de enfrentar la vida con sus altas y bajas-, por todos nuestros amigos bautizados como “escudo de amor” por Gaby en los momentos de dolor que la vida nos puso en el camino y en los que Dios se mostró cercano y compasivo a pesar de nuestras crisis y nuestra poca fe, por Mariana, Pau y Daniela que son maestras de vida y espejos también de ese Cristo que ama y confronta, que acoge pero desafía y sobre todo por Gaby, que ha sido y sigue siendo para mí un espejo fiel de ese Jesús liberador, camino a seguir, verdad por descubrir y vida por construir, de ese Jesús eterno que me invita a la eternidad pero desde un aquí y ahora siempre nuevo, de ese Jesús que me invita a seguir tratando de cambiar el mundo, pero también a estar abierto siempre a que el mundo me cambie a mí.


Tres imágenes para el día del maestro.

*De mi columna Educación personalizante. Lado B. Mayo de 2012. 1.-Preparar el futuro, “Qué lindo era el futuro...