El sistema educativo mexicano está ahora en tiempo de
cambios, cambios que tendrían que implicar -y se ha hecho un anuncio ya al respecto- modificaciones a nivel curricular de los distintos niveles educativos como una parte central de la reforma educativa emprendida a partir de los cambios constitucionales realizados el año pasado.
Existen algunos antecedentes recientes que convendría no descartar sino tomar como base para los nuevos cambios que se piensen emprender: la reforma de la educación secundaria (RES), la Reforma integral de la educación media superior (RIEMS), la Reforma integral de la educación básica (RIEB) y
numerosos cambios curriculares en escuelas y universidades que persiguen
mejorar la calidad y adecuar la educación a los nuevos tiempos.
Sin embargo, a lo largo de los años hemos visto
innumerables cambios curriculares que no han modificado la realidad que podría
calificarse como de fracaso educativo en nuestro país. ¿Cuál puede ser el
problema? ¿Cómo enfrentarlo?
Dos
riesgos
“Está
muy extendido cierto fatalismo que asume
como
un mal necesario que la enseñanza escolar…
fracasa
siempre”
Fernando
Savater. El valor de educar.
El primer riesgo de fracaso de un proceso de renovación
curricular está en este fatalismo del que habla Savater. Es considerable el
número de profesores y de administradores de lo académico que viven
cotidianamente su trabajo desde esta perspectiva que sostiene que la educación
escolarizada es un mal necesario y que está destinada a fracasar.
Es por ello que muchos esfuerzos serios y aún apasionados
de renovación curricular, acaban siendo presentados en congresos y publicados
como excelentes propuestas teóricas que sin embargo, no resultan en la práctica
porque son saboteadas desde dentro, por esta cultura del “mal necesario” y esta
actitud de que cualquier propuesta de cambio está de antemano condenada al
fracaso.
“Si
queremos que todo siga como está,
es
preciso que todo cambie.”
Giuseppe
Tomasso di Lampedusa. El gatopardo
Un segundo riesgo se deriva del gatopardismo que
padecemos como cultura nacional y como cultura educativa. La idea de que es
necesario que todo cambie para que todo siga igual está muy extendida en
nuestras instituciones educativas.
En muchas ocasiones, las intenciones de fondo, no
explícitas, de los procesos de renovación curricular que son propuestos por
autoridades, son precisamente las de mantener la situación como está, sabiendo
que para sostenerla, es necesario un cambio radical… de formas.
En otros casos, la recta intención de los que proponen
las renovaciones curriculares se ve obstaculizada por los educadores y los
administradores del proceso, que partiendo de la idea de que la forma de
proceder actual ha dado resultado y por ello “no es necesario cambiar” van aceptando
en apariencia la renovación pero la van asimilando de tal manera que no pase
nada relevante en los hechos.
La
reorganización de la esperanza.
Toda renovación
curricular auténtica, a pesar de estos riesgos y a pesar de que está condenada
de antemano a sucumbir en alguna medida a ellos, es una apuesta por el futuro,
por un mejor futuro para los educandos, para la sociedad y para la humanidad.
Desde esta visión
compleja, un proceso de renovación curricular es un camino que pretende
reorganizar la esperanza y aportar a una sociedad que necesita cambiar, ciudadanos
comprometidos y preparados para este cambio. Por ello una renovación curricular
auténtica ofrece más que conocimientos, esperanza.
Para lograrlo debe
empeñarse en poner las condiciones para lograr tres niveles de transformación
sin los cuales no se podrá hacer realidad esta oferta de esperanza: el cambio
en la conciencia de los educadores, el cambio en las estructuras escolares y el
cambio en la cultura educativa.
Como todo proceso humano, ninguna renovación
curricular se hará realidad al cien por ciento. Todo cambio curricular tendrá
un porcentaje de fracaso y un porcentaje de cambios “para seguir igual”. Sin
embargo, de la conciencia que se genere acerca de esta apuesta por el futuro y
de las condiciones de transformación que se pongan en los tres niveles mencionados,
dependerá que la renovación curricular pueda tener mucho más de reorganización
de la esperanza y de cambio educativo real hacia un mejor futuro, que de
fracaso o gatopardismo.
*Este artículo -con pequeñas modificaciones en la introducción para actualizarlo un poco- fue publicado en el diario Síntesis el 13 de febrero de 2006.
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