*Texto publicado en el blog el 23 de diciembre de 2009.
Para Bumi, en su tránsito a la vida plena.
Para Marlleny, Germán, Carlos y Arlette.
Alguna vez en una clase de posgrado que impartí, uno de mis profesores-alumnos -que regularmente saben igual o más que yo- mencionó a un autor del campo de la Psicología que decía que nos hacemos adultos cuando accedemos a la comprensión cabal -aunque jamás completa ni exenta de miedo a lo desconocido- de que nos vamos a morir...
Durante
 mucho tiempo le he dado vueltas a esa idea que me parece muy sensata. 
La pensé aplicada a mí y creo que ese episodio no resuelto de la muerte 
de mi hermano Ray a los siete años en un absurdo accidente (ver el texto
 correspondiente en "Textos íntimos" de este blog) me había dejado un 
bloqueo que Lonergan llamaría "dramatic bias", un punto ciego 
inconciente que me impidió por mucho tiempo acceder a esta comprensión. 
Soy mortal, algún día, tarde o temprano me voy a morir, no soy eterno, 
soy indigente, prescindible, humano pues. Esta idea había sido un 
concepto abstracto que incluso es recurrente en mis cursos, conferencias
 y escritos, pero que no había sido comprendida a cabalidad, ni mucho 
menos llevada al nivel del juicio, es decir, a trascender la idea de que
 me voy a morir y llegar a la afirmación cierta: "Me he de morir un 
día..." y a la aceptación existencial de este juicio para llegar hasta 
mi tejido afectivo y reflejarse en mis actitudes ante la vida.
En
 ese sentido puedo decir que quizá Mariana, mi hija mayor, operada de un
 tumor cerebral en julio 16, que ha pasado cinco meses sin poder 
deglutir ningún alimento o bebida, que ha vivido milagro tras milagro 
hacia su recuperación para poder llegar a vivir para vivir, se volvió 
adulta antes que yo...
Diciembre 18, casi las nueve de la 
noche, en una charla donde según sus propias palabras "nos dijimos 
nuestras netas", Mariana me suelta de pronto: "Le dije hoy a mami que me
 acaba de caer el veinte de que me pude morir" ( en la operación o en el
 proceso postoperatorio, sobre todo en el paro cardio-respiratorio que 
vivió) "...y eso es algo muy duro de entender y aceptar". Después me 
confía enmedio del llanto: "¿Sabes?, el día de la misa de acción de 
gracias por mis veinte años, de lo que más le agradecí a Dios, es que no
 me morí...el llanto aumenta, refleja desesperación, impotencia, 
aceptación de la realidad central de la vida humana.
Ya he
 contado que algo de lo más duro que he vivido es la pregunta de 
Mariana: ¿Me voy a morir? en una visita a terapia intensiva unos días 
después de su operación. En ese momento yo le dije tajante: "!Por 
supuesto que no te vas a morir!" y salí con las piernas temblando, 
sabiendo que yo no podía asegurarle eso a mi propia hija y sintiendo que
 esa es la mayor impotencia que un ser humano puede vivir.
Sin
 embargo la charla con Mariana me hizo comentarle: "Fíjate que hoy 
estaba yo justamente pensando en eso y llegué a la conclusión de que no 
solamente tú te pudiste morir, sino que Pau, Daniela, mami o yo, estamos
 en la posibilidad constante de morir...todo el tiempo...en cualquier 
sitio...a cualquier hora y por cualquier motivo, desde el más serio 
hasta el más tonto...De manera que como tú dices, hay que aprender a 
vivir, a disfrutar cada minuto, sabiendo que no solamente quien está 
enferma en un hospital como tú ahora de nuevo, puede morirse, sino que 
todos nos vamos a morir en algún momento y por ello no se vale, no es de
 humanos, tenerle miedo a la vida como reacción a nuestro miedo a la 
muerte.
Creo que en ese momento, a los cuarentayocho años de edad, mi hija de veinte logró que yo me volviera adulto.

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