“No se puede aceptar la disolución de la ética en
la política,
que se torna entonces en puro cinismo; no se puede
soñar
con una
política al servicio de la ética. La complementariedad
dialógica
entre la ética y la política comporta dificultades,
incertidumbre, y algunas veces,
contradicción”.[1]
Edgar Morin.
Un
país prácticamente postrado ante la violencia, el abuso, la imposición de los
monopolios económicos, la dictadura de la partidocracia y de una clase política
cuya identidad generacional se define desde el inmovilismo y la falta de
voluntad para generar las reformas urgentes que necesita el país, un país en
crisis institucional severa es el México de la segunda década del siglo
veintiuno.
Pero
además de la crisis institucional, ya de por sí muy grave porque se traduce en
un mal estructural que se reproduce y ahonda cada día, vivimos en un país
caracterizado por una profunda crisis moral, un país en el que la “ética se ha
diluido en la política”, volviéndose puro cinismo que se exhibe en los
discursos, en las declaraciones, en las ruedas de prensa y en los spots que nos
invaden y nos invadirán cada vez más a partir de este fin de año y hasta que
termine el proceso electoral del 2012.
La
situación amerita una reflexión muy seria, puesto que es necesario pensar, -muy
probablemente desde movimientos ciudadanos como el de “Paz con justicia y
dignidad” que encabeza Javier Sicilia, el de los indignados
que está empezando a surgir a partir del ejemplo del 15M, los acampados en la
plaza del Sol y el “occupy Wall
Street”, en estrategias para
que la ética vuelva a la política, porque si bien es cierto que no pueden
confundirse, la ética y la política se requieren mutuamente en un círculo
dialógico como afirma Morin.
En
efecto, las grandes finalidades éticas necesitan de estrategias políticas para
lograr ser instrumentadas como la política necesita de un mínimo de ética para
poder con su finalidad de gestión del bienestar colectivo.
Es
así que una ética para el siglo XXI debe ser simultáneamente, como afirma el
mismo autor, una autoética –una ética del cuidado de uno mismo y de nuestros
seres cercanos-, una socioética –una ética de construcción política del
bienestar colectivo- y una antropoética -una ética del cuidado de la especie
humana como parte del ecosistema planetario-.
“Necesitamos crear instancias planetarias capaces
de enfrentar los problemas vitales y de trabajar para la confederación y la
democracia planetarias”[2] al mismo
tiempo que creamos instituciones sociales sólidas y democráticas al interior de
nuestro país y construimos responsablemente una existencia personal y familiar
que apunte hacia aquello que es verdaderamente humanizante.
Para
la creación de las instancias planetarias y de las instituciones sociales es
indispensable la relación ética-política, que también está presente sin duda en
la construcción personal y familiar si se entienden las personas y las familias
como partes inseparables de este todo social y planetario.
Pero
la escuela parece partir de una visión reduccionista y simplificadora en sus
esfuerzos de formación valoral. Si analizamos los programas de formación en
valores y los enfoques didácticos para la educación moral que se utilizan en
los planes de estudio de nuestras instituciones educativas, podemos comprobar
que la formación moral se entiende únicamente desde la autoética y
desafortunadamente, desde una perspectiva neoconservadora en que la autoética
consiste en el aprendizaje y la práctica de ciertas normas o valores
considerados como universales y enseñados de manera dogmática.
Es
muy escasa la formación de una socioética y de una antropoética en el sistema
educativo, porque implica una formación política de los educandos que quizá es
aún considerada como peligrosa para el mantenimiento del statu quo.
Sin
embargo la formación valoral desde una visión compleja que incluya las tres
dimensiones citadas y que apunte, desde una formación de conciencia política
–entendida esta formación en un sentido no partidista sino cívico y pluralista-
hacia la formación de ciudadanía planetaria para la democracia local y global,
resulta impostergable si queremos salir de esta profunda crisis ético-política
o político-ética que está llevando al país y al mundo entero hacia una
degradación cada vez más profunda del tejido social y a un deterioro progresivo
de la convivencia humana.
Ojalá
los educadores, directivos, investigadores, padres de familia y la sociedad
toda caminemos en la línea de generar un cambio de perspectiva en la formación
valoral desde una ética compleja y pongamos las condiciones para una reforma
profunda de la ética en la educación y de la educación ética confiando en que
como afirma también Edgar Morin: “En las situaciones de crisis hay al mismo
tiempo, degeneración y regeneración ética”[3].
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