“Nuestra gran
equivocación es pensar que no necesitamos de Dios. Creer que nos basta con un
poco más de bienestar, un poco más de dinero, de salud, de suerte, de
seguridad. Y luchamos por tenerlo todo. Todo menos Dios”.
José Antonio Pagola.
Escuchando un podcast en el que entrevistan
al padre jesuita James Martin S.J. de quien mi familia y yo nos hemos vuelto
fans desde hace algún tiempo, me gustó un chiste que contó durante la
entrevista que le hacen y pensé que podría servir como pretexto para esta
reflexión que los invito a hacer con motivo de la Navidad que se acerca y del
fin de año que está a la vuelta de la esquina.
El
chiste es algo que le decía su director espiritual: “te tengo una noticia buena
y una mala. La buena es que hay un Mesías, la mala es que no eres tú”.
Me
quedé pensando mucho al escucharlo porque creo que la Navidad encierra ambas
noticias: la buena y la mala y creo que este año podemos centrar nuestra
reflexión en este simple par de noticias.
La
buena noticia es más clara y de hecho –si no hemos sucumbido aún a la avalancha
comercial, consumista y cursi de las fiestas navideñas- la celebramos cada
diciembre. Porque la Navidad es la buena noticia por excelencia, la gran
noticia de la Kenosis de la que habla Gianni Vattimo en su libro Creer que se
cree: la noticia de que Dios siendo tan grande se debilitó para hacerse persona
como nosotros y con-vivir en el mundo para invitarnos a con-vivir con él en la
plenitud de un horizonte que empieza aquí y ahora pero va mucho más allá de
este mundo.
La
buena noticia es que Dios se hace como nosotros, vive con nosotros y muere por
nosotros pero también –y sobre todo- resucita por y para nosotros, para
abrirnos las puertas hacia la eternidad. La buena noticia es que existe un
Mesías, un Salvador que ha dado la vida para que todos tengamos vida plena,
para que no nos conformemos con sobrevivir sino que aspiremos y trabajemos por
vivir.
Pero
normalmente no celebramos tanto la mala noticia. En este horizonte en el que la
mercadotecnia y la publicidad nos hacen creer que somos el centro, el principio
y el fin de todo el universo, resulta muy complicado para muchos aceptar que
nosotros no somos el Mesías, que nosotros no vamos a ser los salvadores, ni a
lograr solos la felicidad, la realización de nuestra existencia y la
transformación de esta sociedad injusta y excluyente.
“La
humildad es andar en verdad”, decía sabiamente Santa Teresa de Jesús y asumirnos
con la verdad que implica la humildad sería el fruto de la meditación en la
mala noticia de que nosotros no somos el Mesías, de que no somos
autosuficientes, de que no tenemos la fuerza y la sabiduría para poder decidir
con plenitud lo que realmente nos conviene y lo que conviene al mundo en que
vivimos y que por ello somos indigentes, necesitados de los demás, creados como
seres únicos e irrepetibles pero al mismo tiempo comunitarios, movidos por el
deseo de amar y ser amados.
Que
esta Navidad seamos capaces de meditar profundamente sobre el significado de la
buena noticia del nacimiento de Jesús, el Mesías, el Dios que se encarna y se
hace como nosotros, el camino trascendente, la auténtica verdad y la vida con
sentido y que a partir del mensaje que nos da el nacimiento de Cristo en
nosotros podamos también reflexionar seriamente sobre la “mala noticia” que
para ubicarnos en nuestra justa dimensión como seres imperfectos, necesitados,
errantes, siempre en camino, siempre “ya y todavía no”, para desterrar todas
nuestras actitudes de autosuficiencia, soberbia, superioridad y cerrazón a los
demás que son los principales obstáculos para experimentar el amor que nos
libera y nos construye, los muros que nos imposibilitan para ser capaces de
“encontrar a Dios en todas las cosas” como plantea San Ignacio en los
Ejercicios espirituales.
Muy
feliz Navidad a todos y un nuevo año lleno de
esperanza.
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