*Este texto es una adaptación de un artículo periodístico que publiqué como parte del Círculo de escritores de la Ibero Puebla en el año 2010, conmemoración del bicentenario de la independencia.
El mes de
septiembre obliga a tocar el tema de la independencia que
estamos, el grito y las celebraciones que lo acompañan. Fechas
emblemática para el país que llega en momentos especialmente difíciles en los
que la violencia, la inseguridad, la crisis económica, la inmovilidad política
y el desánimo social parecen ser las constantes que definen el ambiente
nacional.
Un aspecto
central que domina año con año los medios de comunicación y las rede sociales es
el debate acerca de la celebración que organiza el gobierno federal y los gobiernos en los estados. La pregunta que aparece de manera recurrente cada 15 de septiembre es: ¿Hay realmente algo que
celebrar?
Abundan en los
periódicos y en los programas de radio y televisión e inundan los buzones de
correo electrónico y los TL de las redes sociales los mensajes a favor y en contra. La mayoría de estos
mensajes, columnas y mesas de debate oscilan entre el extremo optimista ingenuo
–quasi patriotero- que se pronuncia a favor de las celebraciones por motivos
sentimentales válidos pero superficiales o cuando menos insuficientes –“una
sopa caldosa, escuchar el himno nacional, una danza folklórica…”- y el extremo
“políticamente correcto” entre los “intelectuales de vanguardia y de izquierda”
que centran sus argumentos en contra de toda celebración en una visión que se
encierra en el estado actual de las cosas –la pobreza, la exclusión, la
violencia imperante, el retorno del PRI al poder y el rechazo absoluto al presidente Peña Nieto, etc.- y se enfoca en una visión catastrofista de nuestra
realidad.
Solamente
algunos de estos ejemplos de textos y reflexiones tratan de hacer un balance a
partir de un análisis más complejo y con un horizonte histórico que aporte
elementos para poner en la balanza los motivos y razones para sumarnos o no a
las celebraciones.
En estos pocos
ejercicios complejos y con visión de largo aliento parece predominar la postura
de un equilibrio entre una sana celebración que sirva como reconocimiento de
los indudables avances que como país se han vivido hasta hoy y como elemento de
cohesión social que reconstituya un poco el maltrecho tejido social y un
ejercicio de recapitulación histórica crítica que, reconociendo las deudas
pendientes y los severos problemas que aquejan al país en el presente, apunte
hacia la generación de acuerdos mínimos entre todas las fuerzas económicas,
políticas y sociales para construir un mejor futuro.
Independientemente
de que los eventos, monumentos, actividades conmemorativas y publicaciones
históricas programadas por el gobierno y las organizaciones de la sociedad
civil sean o no las adecuadas, sin renunciar a la crítica sobre la eficiencia y
pertinencia del presupuesto destinado para ello y su ejercicio, estos
planteamientos analíticos coinciden en invitarnos como mexicanos a celebrar con
orgullo todo lo que el país ha ido siendo y haciendo a lo largo de esta
historia conflictiva y difícil, para caer en la cuenta de los elementos que han
promovido los avances sociales, de los obstáculos que han impedido resolver de
fondo los problemas de desigualdad, injusticia y exclusión que padecemos y de
los elementos que hoy se requieren para afrontar con relativo éxito los
desafíos del siglo XXI que son distintos –aunque algunos de ellos tengan sus
raíces en el pasado- que los del inicio del siglo XIX o los del siglo XX.
Desde mi punto
de vista y tratando de pensar con perspectiva histórica, es indudable que hay
mucho que celebrar en estas fiestas patrias. México no es el mismo después de
estos doscientos tres años. El avance en la construcción de un estado más sustentado
en instituciones que en caudillos o héroes individuales, la construcción de una
sociedad civil incipiente pero crecientemente participativa, los enormes saltos
en cobertura educativa (basta comparar los porcentajes de cobertura en educación
básica durante el porfiriato y los actuales), en salud pública, servicios,
interrelación con el mundo, tecnología, expectativa de vida, equilibrio de
poderes, elecciones libres y observadas por organizaciones independientes,
sistema de partidos, libertad de expresión, etc. son más que evidentes a pesar
de que aún falte mucho por caminar en todos estos terrenos y existan nuevos
problemas.
En estas fechas históricas, ojalá podamos dar el salto
del falso patriotismo de mariachi y festejo efímero, pero no hacia el reino del
pesimismo y la desmoralización disfrazados de crítica y expresados en slogans
ideológicos, sino hacia una ciudadanía cada vez más reflexiva,
históricamente conciente y responsable, capaz de reconocer los enormes desafíos
que nos plantean los urgentes problemas nacionales sin regatearnos la
posibilidad de celebrar lo que somos hoy, que es producto imperfecto pero real
del sueño de nuestros antepasados: los que dieron su vida por una nación
independiente, justa y democrática y los que perdieron la vida en este empeño.
1 comentario:
Muy interesante Martín y estoy totalmente de acuerdo. Tere Calva M
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