“Lo
que haces habla tan fuerte que no puedo escuchar lo que dices”
Proverbio
de una tribu india norteamericana
Las
marchas y declaraciones en contra de la violencia que hemos vivido en los últimos tiempos en México están mostrando el alto nivel de indignación
ciudadana ante la escalada del crimen organizado. En la discusión sobre el tema
han surgido propuestas en la línea de endurecer las penas –cadena perpetua e incluso
pena de muerte- contra los secuestradores, narcotraficantes y personas que
cometan otros delitos graves.
Sin
embargo en estas mismas discusiones se ha dejado claro que el hecho de que las
penas sean más duras contra los delincuentes no va a resolver el problema de la
violencia, porque lo que está haciendo que esta ola de terror vaya
incrementándose es la impunidad.
En
efecto, la ola de violencia se incrementa cuando un delincuente encuentra que
puede cometer cualquier tipo de ilícito sin que vaya a recibir la sanción
correspondiente porque la autoridad es ineficiente en el mejor de los casos o
corrupta y cómplice en el peor. Esto se vuelve un incentivo perverso que hace
que el delito se multiplique.
Mientras
no se solucione la impunidad en nuestro país, el problema de la descomposición
social manifiesta en el delito y la violencia seguirá siendo una realidad
terrible, a la que desgraciadamente –esto es más terrible aún- nos estamos
acostumbrando.
Es
evidente que este incremento de la violencia no es solamente causado por
decisiones individuales –la existencia de personas sin escrúpulos que cometen delitos- sino por todo un sistema que muestra
estructuras policíacas y gubernamentales en descomposición y lo más grave de
todo, por una distorsión progresiva de la cultura nacional que hace que veamos
como natural esta corrupción e impunidad y que pensemos que no hay modo de cambiar
las cosas.
Esta
descomposición de nuestra cultura ciudadana se muestra desde los detalles más
simples de la vida cotidiana y va generando un deterioro progresivo de la
situación social que transmitimos a las nuevas generaciones.
¿Cuántos
de los que marchamos para decir ¡Ya basta de violencia e impunidad! somos los
primeros que agredimos con el claxon, con insultos o aún con violencia física
al conductor de un auto que se nos cerró? ¿Cuántos de los que gritamos que
queremos que se aplique la ley somos los que nos estacionamos en los lugares
reservados para las personas con discapacidad en el estacionamiento de un
centro comercial? ¿Cuántos de nosotros transitamos impunemente en sentido
contrario en la calle que sea, simplemente porque no queremos molestarnos en hacer
las cosas correctamente? ¿Quiénes de los que estabamos marchando en las calles
para pedir que se haga realidad el “estado de derecho” somos los que
estacionamos nuestros autos en doble o triple fila al llevar o recoger a
nuestros hijos en su escuela?
La
educación tiene mucho que ver con la impunidad. Si mostramos a nuestros hijos
que estamos en contra de que se viole la ley pero somos nosotros los primeros
que la violamos con cualquier pretexto, estaremos educando en y para la
impunidad. Poco efecto tendrán nuestros discursos sobre los valores si ellos
nos ven actuar diariamente en sentido contrario a los principios de convivencia
que decimos profesar.
Los
que trabajamos en instituciones de educación formal hemos sido testigos
seguramente de más de un caso en el que los padres de familia llegan indignados
a defender a sus hijos ante una sanción que se les aplicó por romper con
principios de convivencia, comportarse violentamente o con indisciplina o hacer
trampa en un examen. ¿No estamos entonces defendiendo la impunidad y educando
en la impunidad a nuestros hijos que se sentirán siempre protegidos actúen como
actúen?
¿Cómo
podemos los educadores hablar en contra de la impunidad si se muestran
cotidianamente en los medios de comunicación a grupos de profesores cerrando
calles, clausurando escuelas o incluso tomando casetas de cobro en autopistas o
generando destrozos y violencia? ¿Cómo podemos desde el sistema educativo
atacar la impunidad si son evidentes las manipulaciones, los excesos y la
riqueza inexplicable de quienes dicen representar los intereses de los
profesores y buscar una educación de calidad?
Mientras
los adultos de este país, padres de familia, autoridades educativas o
sindicales y maestros no hagamos conciencia de que para acabar con la impunidad
tenemos que empezar por educar con el ejemplo, la descomposición social seguirá
en aumento.
Porque
en efecto: Lo que hacemos habla tan fuerte, que nuestros hijos y alumnos no
pueden escuchar lo que decimos.
Publicado en E-Consulta el lunes 8 de septiembre de 2008.
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