“Hay que soñar con los ojos
abiertos,
hay que soñar con las manos
soñemos sueños activos de río
buscando su cauce,
sueños de sol soñando sus mundos.”
Octavio Paz.
El cambio de época que
vivimos está exigiendo que la educación se transforme radicalmente para que
como país podamos volver a soñar con las manos, a soñar sueños activos que
vayan reedificando el proyecto de nación que todos queremos construir.
Para descubrir y encabezar este proyecto que es
dinámico y se va construyendo con las manos de todos y con los sueños de todos,
es necesario contar con líderes, pero no con cualquier tipo de líderes. Se
requiere de una nueva concepción de liderazgo que se oriente desde el servicio
y que se asuma desde la complejidad de los procesos educativos y desde la
complejidad de la sociedad para la que hoy debemos educar a nuestros
estudiantes.
Muchos de los
líderes actuales no solamente no promueven este soñar en común sino que impiden
la realización de muchos de los sueños activos que los profesores, los
estudiantes, los directores, vamos descubriendo con los ojos abiertos y
queriendo vivir con las manos unidas.
Por ello es urgente en
nuestro país, una transformación educativa integral y profunda. Se necesitan
líderes distintos para lograrla. Líderes que tengan una perspectiva de
complejidad y una visión de esperanza razonable y comprometida.
Esta transformación
educativa debe empezar por las aulas, partir de cada profesor concreto y cada
alumno concreto, porque en lo educativo, dice Latapí “son las personas concretas las que
determinan el éxito del sistema”, pero no puede quedarse solamente allí.
Ciertamente es
necesario promover procesos por los cuales cada docente vaya reencontrando la
docencia como un camino de autorrealización a pesar de las condiciones adversas
en que a veces se desarrolla y de las razones que lo hicieron llegar a ser
docente. Procesos por los cuales cada docente vaya redescubriendo los desafíos
sociales y su tarea como un medio privilegiado para cumplir con un compromiso
social concreto de humanización.
Pero más allá y a
partir de la transformación de cada docente, es necesario ir impulsando la
transformación del ordenamiento de la institución educativa y del sistema
educativo en su conjunto. Para que la transformación educativa se realice tiene
que haber un salto cualitativo por el cual la operación del sistema educativo y
de cada uno de sus componentes se vaya volviendo cada vez más cooperación hacia
un fin común.
Esto no significa
solamente una transformación de las leyes, los reglamentos o los organigramas
que sin duda ayudan pero son abstractos, sino una transformación paulatina de
toda la serie de ciclos de relaciones y de decisiones concretas que hacen que
el sistema educativo opere tal como opera en lo cotidiano.
Esta sería la
verdadera transformación del ordenamiento educativo y tendría que hacerse a
partir de una actitud de búsqueda permanente desde una Secretaría de Educación
que se asumiera más como un “Ministerio del futuro” y una “instancia de
generación de pensamiento sobre ese futuro” (Latapí) que como una instancia de
control, administración, certificación y sanción de lo “educativo”.
La complejidad implica
un tercer paso: el cambio de nuestros significados y valores en lo educativo.
Este es un tercer nivel de transformación educativa que es imprescindible para
el cambio global.
Necesitamos ir paulatinamente incidiendo en el cambio
de lo que se entiende por educar, de lo que significa la docencia, de lo que se
considera una institución educativa, de lo que se entiende por un buen
profesor, por un buen director, por un buen alumno, por un buen sistema
educativo.
Este
cambio de nuestros significados y de la manera en que se valora lo que sucede
cotidianamente en la escuela debe partir de los docentes, pero debe sin duda llegar a los padres de
familia, a los alumnos y a la sociedad en general. Porque esta cultura de lo
educativo se transmite de generación en generación y muchas veces es la
resistencia más fuerte al cambio.
Es importante incorporar la visión de calidad a este
proceso de cambio cultural pero sin dejar de lado la visión de equidad que
había permeado nuestra educación históricamente y estando siempre pendientes de
lo que implica educar de una manera integral: ¿qué exigencias debe tener un
proceso educativo para que se pueda llamar de verdad EDUCATIVO? Esta es la
pregunta clave que debe ir reorientando permanentemente toda nuestra búsqueda
de transformación en los tres niveles ya descritos.
De manera que la transformación
educativa es una tarea triplemente compleja porque la educación y la sociedad
que nos han tocado vivir son también complejas.
*Publicado en Síntesis, 03/05/2005.
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