“Y tú me llevas ciego de la mano…
como un fulgor que se congela en hacha…
como el cadalso para el condenado…”
Octavio Paz. Piedra de sol.
Tiempos de confusión,
desilusión, tensión y desencuentro parecen marcar este proceso de “eterna”
transición a la democracia que vive nuestro país.
Tiempos en los
que es cada vez más difícil encontrar la lógica o la coherencia al proceso
político y a la vida social, tiempos de oscuridad y cuestionamiento creciente o
descrédito creciente de los líderes que toman las decisiones trascendentes en
México.
Vivimos tiempos
oscuros, tiempos donde parece que un grupo de ciegos –la llamada clase política
y los medios de comunicación- está guiando a otros ciegos- los ciudadanos-
hacia ningún lado o al menos, no hacia donde parece estar el auténtico
desarrollo de una sociedad realmente democrática y justa, plural y abierta, respetuosa
de las instituciones y de la ley pero ocupada y preocupada por la equidad y el
respeto a todos los mexicanos.
Los tiempos que
corren parecen apuntar a ciertos escenarios de retroceso hacia al autoritarismo
que parecía ya superado más que a la consolidación de una vida democrática por
la que tantos y tantas han apostado su vida.
Ante este panorama
oscuro e incierto es importante hacernos las preguntas: ¿Qué puede aportar la
universidad a la construcción de la democracia? ¿Cuál es el papel de los
universitarios en este proceso de construcción colectiva y estructural?
La respuesta sobre el
aporte de la universidad tiene mucho que ver con tres elementos centrales: la
inteligencia, la crítica y la responsabilidad social.
La inteligencia es un
elemento fundamental para la construcción de una sociedad auténticamente
democrática. La buena inteligencia, la inteligencia de calidad que trasciende
el sentido común es un componente básico de la vida universitaria.
En un momento donde el
debate político está guiado por los intereses particulares y de grupo, en un
país en el que la opinión pública está definida e incluso manipulada por lo que
los medios de comunicación masiva de cualquier tendencia deciden que es
importante, el papel de la inteligencia se vuelve un elemento fundamental que
puede y debe aportar la universidad y cada uno de los universitarios.
¿Qué papel estamos
jugando los universitarios en la promoción de análisis inteligente más allá del
sentido común, para comprender la situación política actual de nuestro estado y
de nuestro país? ¿Qué papel real y simbólico están jugando las universidades en
el contexto de la sociedad local y regional como promotoras de comprensión y
análisis desapasionado de la realidad de nuestra democracia con sus avances y
sus retos?
La ausencia de
inteligencia objetiva y desapasionada sobre la realidad de nuestro proceso
político está obviamente impidiendo también el ejercicio de una criticidad
auténtica que trascienda la simple queja, el cuestionamiento sesgado, la
destrucción visceral de todo lo que sea distinto al propio pensar.
En un momento de
confusión en el que “ciegos guían a otros ciegos”, la universidad no puede
entrar al juego de la crítica fácil y sin fundamento ni matiz o de las posturas
absolutas a favor o en contra de determinados personajes, grupos, partidos,
procesos o tendencias mundiales.
El papel de la universidad es el de la promoción de la
crítica inteligente y sustentada en análisis riguroso y evidencia sólida, es el
de abrir espacios para el diálogo y el cuestionamiento que lleve a construir
mejores juicios sobre la realidad de nuestra incipiente democracia y los desafíos
que se le presentan.
¿Qué tanto estamos los
universitarios ejercitando nuestra criticidad de manera real y sustentada? ¿Hasta
dónde las universidades están cumpliendo su tarea como conciencia crítica de la
cultura dominante desde posiciones argumentadas y sustentadas sólidamente?
Además de lo anterior, la universidad debe ser, a
partir del ejercicio permanente de la inteligencia y la crítica, una promotora
permanente de responsabilidad y compromiso social. En estos tiempos de
confusión y descomposición social y política, la universidad debe promover una
“solidaridad bien informada” y una actitud de responsabilidad hacia la
reconstrucción del tejido social y de las estructuras políticas que sean
adecuadas a los tiempos democráticos que nuestro país está empezando a vivir.
Ante las evidencias de descomposición política a nivel
estatal y nacional, cabe preguntarnos: ¿Qué tanto estamos actuando los
universitarios con verdadera responsabilidad social? ¿Qué papel están jugando
nuestras universidades como promotoras de responsabilidad social a nivel de su
presencia y su voz en la sociedad local y regional?
*Publicado en el diario Síntesis, Noviembre 2004.
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