I
“Estad siempre alegres…” repetía constantemente Don Bosco en
ese libro ilustrado que en varios tomos nos daban a leer en el colegio
salesiano. Esta frase sintetiza la formación en la fe que recibí en mi
educación básica, no solamente en aquéllos libritos ilustrados o en los
concursos sobre la vida de San Juan Bosco sino en la vida cotidiana de esa
escuela en la que el padre director y los maestros convivían en los recreos con
nosotros, platicaban, hacían bromas, ponían apodos y jugaban fútbol, Basket o Volley
con todos los alumnos.
Esa especie de lema o imperativo se basaba en una idea
Pascual. Si Jesús venció a la muerte y nos abrió las puertas de la vida eterna
con su resurrección, si el Evangelio es ante todo “buena noticia”, un cristiano
no puede, no debería estar triste nunca, sino comunicar con su testimonio de
alegría esta experiencia de resurrección.
II
En paralelo estuvo siempre la educación familiar, la de la
culpa y el sufrimiento como pasaportes de identidad católica, la de la “congoja
perpetua” y el “obituario semanal” como la llama mi hermano Pablo, la del
“deber sufrido y el dolor callado” como se atribuye –para mi gusto sin hacerle
justicia- a la abuela Jovita.
Esta educación centrada sólo en la cruz estuvo siempre en
tensión y creo que venció finalmente en mi ánimo hasta niveles subconscientes
que por lo mismo han sido muy difíciles de domar y manejar en mi vida adulta en
la que muy frecuentemente me revive esa sensación de que a uno no tiene porque
irle bien si a tantos otros les va mal o que uno no tiene derecho a disfrutar
de la vida si otros la están padeciendo.
Algo de positivo tiene esta parte también porque me ha hecho
capaz de compadecerme y solidarizarme con los crucificados de este mundo
injusto y en muchos aspectos cruel en que vivimos, algo de disfrute tuvo
también en algunos chispazos “de colores” en la etapa de mis papás en cursillos
de cristiandad que estoy casi seguro, mis hermanos menores ya no vivieron
conscientemente y no recuerdan o recuerdan muy poco. A ellos les tocó el lado
sufriente y les sigue tocando hoy como a mí.
III
Casi en la puerta del Centro Lonergan en la hermosa Bapts
Library de Boston College una mañana de viernes del otoño de 1997, justo al
terminar la sesión del seminario que durante casi cuarenta años han mantenido
vivo los discípulos del filósofo canadiense estoy presente en una conversación
informal en la que Sue Lawrence, la muy ejemplar y cálida esposa del profesor
Fred Lawrence, en ese entonces director del Instituto Lonergan, platica de una
experiencia de ejercicios espirituales ignacianos que si no recuerdo mal
acababa de hacer alguna amiga suya. En esta conversación ella resalta una frase
de la persona que terminó esta experiencia espiritual: “No me había dado cuenta
hasta ahora que el mundo es en technicolor…” Esta era una imagen personal para
describir lo que si no entiendo mal Ignacio llama: “Contemplación para alcanzar
amor” y que está en la última parte de los ejercicios. Una vez que uno ha
reconocido su propio ser pecador y ha identificado de manera personal a Jesús
como aquél que se sometió a la muerte de cruz por esos pecados personales,
cuando uno se ha podido experimentar libre de esta carga del mal gracias al
amor de Cristo crucificado y vivir la invitación a la vida renovada que se nos
plantea a partir de la resurrección, entonces empieza uno a ser capaz de
“descubrir a Dios en todas las cosas”, a ver en la realidad toda la huella del
creador que nos ama de manera personal. En ese momento puede uno caer en la
cuenta de que el mundo es en “technicolor”, o para decirlo en términos
actuales, en Hi Fi, en la más perfecta versión de la alta fidelidad. Cuando uno
se encuentra con Jesús resucitado puede vivir esta experiencia y apreciar el
brillo profundo y deslumbrante de la realidad toda.
IV
Cuando uno ha tenido que experimentar el dolor inevitable,
ese dolor injusto que la vida nos presenta a todos en algunos momentos y que
por ser algo común, inexplicable, no ligado a nuestras actitudes o capacidades
nos une con los demás y nos hace capaces de decir: “te comprendo”. Cuando la
línea entre la vida y la muerte se ha desdibujado muy cerca de nuestro corazón,
tan cerca y tan dentro que nos paraliza y nos golpea hasta postrarnos en el
piso como signo palpable de nuestra impotencia, cuando uno ya no entiende nada
y ora sin entender, con una mezcla de ruego, rebeldía, duda, incertidumbre y
aceptación, es posible llegar a mirar la cruz y lentamente, con el tiempo y
esfuerzo necesarios, comprender que Jesús no nos evita ese dolor pero nos
acompaña en él desde lo profundo de su propia experiencia, de su propio camino
de dolor injusto pero asumido con amor y en perspectiva de eternidad.
V
Una experiencia rara, un poco fuera de lugar tal vez…Es
viernes santo y pedaleo con fuerza, a un ritmo constante en un gimnasio lleno
de gente que se concentra en su propia salud física –la minoría- y en su
apariencia corporal –la inmensa mayoría- mientras escucha música ruidosa que
según los “expertos” en esto del entrenamiento motiva y llena de energía.
Mientras pedaleo tengo puestos mis audífonos y escucho en mi Ipod una obra
cumbre de la humanidad: La pasión según San Mateo de Johan Sebastian Bach.
Poco a poco el ritmo constante del pedalear y la profundidad
afectiva que comunica la música van creando un mundo aparte, una especie de
muralla que me separa de eso que sigo mirando a mi alrededor. Cierro los ojos
por momentos y hago un esfuerzo por seguir mi propio movimiento interior, voy
vibrando con la música y empiezo a meditar sobre el misterio de la Cruz, de esa
cruz que desgraciadamente se ha ido convirtiendo en una cultura del
sufrimiento, en una legitimación del dolor y de la injusticia en el mundo pero
que mirando en lo profundo y auténtico de su mensaje es más bien lo contrario,
es un signo de liberación no solamente interior sino también externa, un
símbolo del triunfo de la vida sobre la muerte y de la Justicia con mayúsculas
que se realiza en plenitud más allá de nuestros límites humanos y sociales pero
debe irse construyendo desde nuestra propia humanidad y en nuestra sociedad
concreta.
Despacio y sin estruendo logro entender algo, una cosa que
puede ser discursivamente muy trillada pero que no me ha sido fácil comprehender
desde el fondo de mi existencia: La Cruz me invita a cambiar el foco de mi mirada,
a dejar de ver todo en perspectiva de inmediatez, desde las limitaciones y
preocupaciones del día a día y a adquirir una mirada trascendente, una mirada
que ponga toda la existencia en clave de eternidad.
Mirar en clave de eternidad, plantear todo lo que hago en una
perspectiva de futuro que me trasciende y trasciende a todos, vivir conforme a
esta esperanza, a la esperanza de que la vida ha triunfado sobre la muerte y
aunque vivimos con la presencia de la muerte y en una cultura de muerte, este
triunfo es definitivo.
V
Ojalá los cristianos en lo personal y grupal, ojalá la
iglesia en su dimensión institucional y estructural, ojalá nuestra cultura
religiosa puedan cambiar el foco y asumir este triunfo de la vida sobre la
muerte como el eje que ilumina los modos concretos de actuar. Ojalá el mensaje
del Papa Francisco que ha insistido en este mensaje de Don Bosco diciendo que
un cristiano no puede estar triste ni amargado ni derrotado, que no puede vivir
padeciendo la realidad sino viendo el lado resplandeciente el mundo y
comunicando la buena noticia a todos –a TODOS, no solamente a los que piensan o
viven como nosotros- pueda llegar a instalarse en la mente y el corazón de la
iglesia que somos todos.
Porque este mensaje si se aprehende y se vive es
revolucionante y cambiaría toda nuestra existencia haciendo que dejáramos de
vivir una religiosidad basada en las tres Cs que mencionaba en alguna charla
Gabriel Anaya S. J.: Credo, Culto y Código; creer en ciertos dogmas sin esforzarnos
siquiera en comprender las verdades profundas, practicar una serie de ritos
muchas veces por convención social o costumbre más que por convencimiento
nacido del corazón y obedecer ciegamente una serie de leyes y normas que llevan
muchas veces a la moralina intolerante y excluyente y no a la vida que se guía
en la radicalidad de los nuevos mandamientos que planteó Jesús: Ama a Dios
sobre todas las cosas y ama a tu prójimo como a ti mismo.
Ojalá dejemos de buscar entre los muertos al que está vivo y
presente entre nosotros.
Domingo de Pascua de 2014.
1 comentario:
Ricardo Avilés nos decía. Felices Pascuas de Resurrección.
Felices Pascuas, Martín.
Gracias por compartir tus reflexiones.
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