Uno de los grandes
valores emergentes en la sociedad del siglo XXI
es sin duda el de la tolerancia. La búsqueda de una ética global, de la
“Etica planetaria” que plantea Edgar Morin, parece dejar claro que uno de los
pilares sobre los que se debe sustentar la convivencia humana en un mundo cada vez
más plural es precisamente el valor de la tolerancia.
Los tiempos que corren
en México y en el mundo, tiempos de polarización y de una fuerte tendencia a reducir los fenómenos
y guiar los comportamientos por criterios de simplicidad y maniqueísmo – “buenos
contra malos”, “libertarios contra terroristas”, “izquierda contra derecha” -
parecen subrayar contundentemente la centralidad de la tolerancia para promover
una convivencia humana ya no digamos constructiva y fraterna sino simplemente
sostenible y no autodestructiva.
Si aceptamos lo
anterior, podemos estar de acuerdo también en que su progresiva instauración en
el imaginario colectivo y en la vivencia social requiere de un esfuerzo serio y
decidido por educar a las nuevas generaciones en la tolerancia y para la
tolerancia.
En efecto, se escucha y
se lee cada vez más en el medio educativo internacional, nacional y local que
las instituciones educativas y los profesores deben enfocar sus esfuerzos hacia
la educación para la tolerancia con miras a un mejor comportamiento moral
individual y una convivencia cívica constructiva.
Sin embargo, si
queremos realmente educar en la tolerancia y educar para la tolerancia,
tendríamos antes que nada que construir un significado más o menos claro y más
o menos compartido sobre ¿Qué significa la tolerancia? ?
Porque como todo valor
emergente, la tolerancia es un término que se acepta y se promueve pero que no
tiene aún un significado claro entre nuestros profesores o padres de familia.
Por ejemplo, se puede
entender fácilmente de manera equívoca, que tolerar a alguien es soportarlo
pasivamente, es decir, dejarlo ser y dejarlo expresarse con cierta molestia
resignada de nuestra parte y sin interesarse realmente en escucharlo o en poner
atención a sus ideas y acciones. Otra manera posible pero también falsa de
entender la tolerancia consiste en pensar que tolerar es ser indiferente frente
al otro, frente al que es o piensa distinto. En esta concepción cae muchas
veces nuestro comportamiento ciudadano en el que el individualismo parece estar
a la orden del día: yo tolero al otro, quiere decir muchas veces, dejo que
actúe y piense cómo le dé la gana siempre y cuando no me afecte y me deje
también a mí, pensar y actuar como yo quiera. Tolerar se vuelve entonces una
actitud cerrada y evasiva que podría sintetizarse en la frase: “Ni ellos se
meten connmigo ni yo me meto con ellos”.
Pero si pensamos en la
tolerancia como un valor: ¿Podríamos decir que la tolerancia puede ser
entendida como simple resignación o como indiferencia hacia el otro? ¿Cómo
podría la tolerancia entendida de esta manera, ayudarnos a construir una mejor
sociedad?
Retomemos a Morin[1]
y veamos cómo una ética planetaria tendría que construirse sobre una base de
tolerancia entendida de una manera radicalmente distinta. Este influyente
pensador francés contemporáneo nos plantea una definición de tres niveles:
-La primera tolerancia
consiste en estar plenamente convencidos del derecho del otro a ser, pensar y
actuar de manera distinta a la mía, a la manera en que Voltaire afirmaba:
“puedo no estar de acuerdo con tus ideas, pero defenderé hasta la muerte el
derecho que tienes de expresarlas”.
-La segunda tolerancia es la que debe estructurar la vida democrática
y trasciende la definición anterior, porque no solamente acepta el derecho a la
diferencia sino que tiene la convicción de que para que exista una sociedad verdaderamente
democrática “es deseable que existan”
grupos y sectores que piensen y vivan de distinta manera y que sean capaces de
poner en diálogo estas diferencias.
-La tercera tolerancia,
que es todavía más retadora, es aquella en que no solamente se acepta el
derecho a la diferencia y se busca este disenso dialogado para construir una
sociedad democrática sino que se está plena y profundamente convencido de que
“hay una verdad en la idea antagónica a la nuestra y esa verdad debe
respetarse”, al modo en que Niels Böhr afirmaba que: “lo contrario de una idea
profunda es otra idea profunda”.
Una educación en y para
la tolerancia que nos lleve a construir un mejor país en medio de la
polarización actual, tiene que partir de la reflexión seria y el convencimiento
profundo de estas tres tolerancias. Pero esto implica un esfuerzo serio de
apertura generosa al otro: ¿Estaremos dispuestos a hacerlo?
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