“Democracia:
Es una superstición muy difundida, un
abuso de la estadística”
Jorge
Luis Borges.
La
diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la
democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes.
(Charles Bukowski)
(Charles Bukowski)
En el ámbito escolar y universitario de nuestros días se habla mucho de la
necesidad de “educar en valores”, de que la moral “regrese a la escuela” –como
tituló Latapí uno de sus libros al respecto-, de que los niños y jóvenes
vuelvan a educarse en lo que es bueno y lo que es malo.
Sin embargo este clamor
por volver a incluir la formación valoral en las escuelas y universidades que
es compartido por autoridades, profesores, directores y padres de familia,
significa muchas veces una especie de indoctrinación en la que se enseñe a los
estudiantes “los valores” que se consideran como universales para vivir una
vida individual honesta, recta y responsable.
Muy rara vez se relaciona
educación en valores con formación social, con desarrollo de la conciencia de
vivir en sociedad y de las herramientas básicas para convivir de manera
democrática construyendo la justicia junto con los otros.
Sin embargo, desde una perspectiva ética compleja y
acorde a nuestros tiempos, es necesario asumir que todo lo valoral es social y
todo lo social es valoral.
Lo valoral es social desde
la perspectiva de que cada proceso de valoración y decisión de un sujeto humano
individual está siempre mediada e influida por los condicionamientos
económicos, políticos y culturales de la sociedad en la que vive.
También lo valoral es
social en tanto que toda valoración y decisión se hace de manera situada, es
decir, dentro de un contexto socio-cultural específico. No se puede hablar de
valoraciones o decisiones abstractas sino de procesos de valoración y decisión
en unas condiciones sociales concretas y siempre dinámicas.
Pero más allá de esto, lo
valoral es social en tanto que el ser humano, “estructuralmente moral”, es al
mismo tiempo “estructuralmente social”. La estructura valorativa del ser humano
es intersubjetiva y no puede realizarse ni potenciarse si no es en relación con
otros sujetos y en relación con la sociedad en la que se vive.
El fundamento de lo moral
o lo ético es precisamente, según afirma Edgar Morin, el hecho experimentable
en cada persona de que los seres humanos no vivimos para sobrevivir, sino que
sobrevivimos para vivir, vivimos para vivir. Este vivir para vivir significa vivir
para disfrutar de la vida y de un proyecto de felicidad personal, pero también
implica que este proyecto de vida se oriente a ayudar a vivir a otros, a dar
vida a los demás.
En este sentido, lo ético
o lo moral tiene que ver necesariamente con la convivencia y con la
construcción de una convivencia democrática en la que todos puedan aspirar a
este vivir para vivir a partir del compartir la vida, del ayudar a vivir a
otros.
Ningún proceso, estructura o institución social son
a-morales, es decir, no pueden estar al margen de lo moral. Tenemos así
sociedades, estructuras o instituciones humanas “más o menos morales” o “más o
menos inmorales” pero no podemos tener sociedades o instituciones a-morales, es
decir, que sean axiológicamente neutrales, que no tengan en su modo de
funcionamiento una carga valoral específica que puede ser humanizante o
deshumanizante, justa o injusta, libre o esclavizante.
Lo social tiene una carga
axiológica puesto que la sociedad funciona con base en ciertos valores
aceptados convencionalmente o impuestos por los grupos de poder formal o
fáctico. Lo axiológico tiene una carga social puesto que toda valoración afecta
de un modo u otro el funcionamiento social y por ello todo proceso de
valoración y decisión debe hacerse siempre pensando en el impacto que tendrá en
la sociedad.
Finalmente, lo social es
valoral en el sentido en que parecen inseparables la educación cívica y la
educación moral, es decir, toda educación para la convivencia ciudadana es una
educación moral en el sentido que forma para determinados modos de convivir en
sociedad, del mismo modo que toda educación en valores es una educación social.
Es por ello que actualmente muchos autores desarrollan el término “educación
para la ciudadanía” o “educación ciudadana” para hablar de educación valoral,
puesto que todo lo valoral tiene un componente político-social.
Es así que afirma la
filósofa española Montserrat Payà que es “preferible educar para la reflexión
que no para la sumisión; para la crítica que no para la aceptación pasiva: para
la participación que no para la abstención”.
Desde esta perspectiva, la
educación en valores tiene que contribuir a que la sociedad democrática deje de
ser una “superstición muy difundida”
como lo afirmaba Borges para tratar de formar personas capaces de convivir
dialógicamente con los demás y de comprometerse en la construcción de
instituciones que promuevan una organización social verdaderamente promotora de
la participación y la equidad.
Porque en la situación del
México de principios del siglo XXI en el que hemos logrado con mucho trabajo
construir procesos electorales más o menos limpios y más o menos equitativos,
instituciones electorales relativamente autónomas y una conciencia del voto
asumida por un buen porcentaje de la población, es mucho lo que todavía hay que
caminar para que podamos decir que estamos en un proceso de transición
democrática, que nuestro país avanza para dejar de ser un lugar donde los
ciudadanos votan y luego “obedecen las órdenes”.
En efecto, falta mucho
todavía para poder avanzar hacia una sociedad verdaderamente democrática donde
cada ciudadano entienda, desde una ética social y planetaria, que el voto es
solamente una de las fases y compromisos de la democracia y que un sistema
verdaderamente democrático tiene que ver con la participación activa y
propositiva de la sociedad civil en la vida cotidiana y respecto a todos los
ámbitos de la vida.
En este proceso que México
tiene que enfrentar, un aspecto muy relevante aunque no el único para lograr
esta transición efectiva hacia la democracia es el de la educación. Una
educación en valores verdaderamente efectiva tiene que contribuir a la formación
ciudadana más allá de reproducir los modos de convivencia pasiva o egoísta
vigentes.
De manera que como dicen
Escámez y Ortega, otros célebres especialistas en educación moral: “(…) si el
proceso educativo no consigue personas que tengan predisposiciones para
interrogar e interrogarse sobre la realidad que les rodea y sobre ellos mismos,
predisposiciones para enjuiciar críticamente la información recibida, habría
que suprimir lo de educativo”.
Resulta necesario cambiar
nuestra visión de la educación valoral
para poder contribuir de manera eficaz a la generación de un mejor país.
Toda educación genera la sociedad que la genera y si la sociedad pasiva e
individualista está generando una educación que no contribuye a la democracia,
es hora de asumir nuestro compromiso y tratar de luchar porque desde la
educación se rompa el círculo vicioso y se pueda contribuir a regenerar la
sociedad en crisis que está generando nuestra crisis educativa.
*Publicado en El Columnista. 14/02/2011.
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