* Artículo levemente modificado basado en el texto publicado en E-Consulta 08/09/2008.
“Lo que haces habla tan fuerte
que no puedo escuchar lo que dices”
Proverbio de una tribu india
norteamericana
Desafortunadamente día con día se incrementan las manifestaciones en contra de la violencia que hemos vivido en las últimos años
en México. Los medios y las redes sociales están mostrando el alto nivel de indignación ciudadana ante la
escalada del crimen organizado que no parece tener final a pesar del supuesto cambio de estrategia del gobierno actual. En la discusión sobre el tema han surgido
propuestas en la línea de endurecer las penas –cadena perpetua e incluso pena
de muerte- contra los secuestradores, narcotraficantes y personas que cometan
otros delitos graves.
Sin embargo en estas
mismas discusiones se ha dejado claro que el hecho de que las penas sean más
duras contra los delincuentes no va a resolver el problema de la violencia,
porque lo que está haciendo que esta ola de terror vaya incrementándose es la
impunidad.
En efecto, la ola de
violencia se incrementa cuando un delincuente encuentra que puede cometer
cualquier tipo de ilícito sin que vaya a recibir la sanción correspondiente porque
la autoridad es ineficiente en el mejor de los casos o corrupta y cómplice en
el peor. Esto se vuelve un incentivo perverso que hace que el delito se
multiplique.
Mientras no se
solucione la impunidad en nuestro país, el problema de la descomposición social
manifiesta en el delito y la violencia seguirá siendo una realidad terrible, a
la que desgraciadamente –esto es más terrible aún- nos estamos acostumbrando.
Es evidente que este
incremento de la violencia no es solamente causado por decisiones individuales
–la existencia de personas sin escrúpulos que cometen delitos- sino por todo un sistema que muestra
estructuras policíacas y gubernamentales en descomposición y lo más grave de
todo, por una distorsión progresiva de la cultura nacional que hace que veamos
como natural esta corrupción e impunidad y que pensemos que no hay modo de cambiar
las cosas.
Esta descomposición de
nuestra cultura ciudadana se muestra desde los detalles más simples de la vida
cotidiana y va generando un deterioro progresivo de la situación social que
transmitimos a las nuevas generaciones.
¿Cuántos de los que
marchamos o escribimos en las redes sociales para decir ¡Ya basta de violencia e impunidad! somos los primeros que
agredimos con el claxon, con insultos o aún con violencia física al conductor
de un auto que se nos cerró? ¿Cuántos de los que gritamos que queremos que se
aplique la ley somos los que nos estacionamos en los lugares reservados para
las personas con discapacidad en el estacionamiento de un centro comercial?
¿Cuántos de nosotros transitamos impunemente en sentido contrario en la calle
que sea, simplemente porque no queremos molestarnos en hacer las cosas
correctamente? ¿Quiénes de los que estabamos marchando en las calles para pedir
que se haga realidad el “estado de derecho” somos los que estacionamos nuestros
autos en doble o triple fila al llevar o recoger a nuestros hijos en su
escuela?
La educación tiene
mucho que ver con la impunidad. Si mostramos a nuestros hijos que estamos en
contra de que se viole la ley pero somos nosotros los primeros que la violamos con
cualquier pretexto, estaremos educando en y para la impunidad. Poco efecto
tendrán nuestros discursos sobre los valores si ellos nos ven actuar
diariamente en sentido contrario a los principios de convivencia que decimos
profesar.
Los que trabajamos en
instituciones de educación formal hemos sido testigos seguramente de más de un
caso en el que los padres de familia llegan indignados a defender a sus hijos
ante una sanción que se les aplicó por romper con principios de convivencia,
comportarse violentamente o con indisciplina o hacer trampa en un examen. ¿No
estamos entonces defendiendo la impunidad y educando en la impunidad a nuestros
hijos que se sentirán siempre protegidos actúen como actúen?
¿Cómo podemos los
educadores hablar en contra de la impunidad si se muestran cotidianamente en
los medios de comunicación a grupos de profesores cerrando calles, clausurando
escuelas o incluso tomando casetas de cobro en autopistas o generando destrozos
y violencia? ¿Cómo podemos desde el sistema educativo atacar la impunidad si
son evidentes las manipulaciones, los excesos y la riqueza inexplicable de
quienes dicen representar los intereses de los profesores y buscar una
educación de calidad?
Mientras los adultos de
este país, padres de familia, autoridades educativas o sindicales y maestros no
hagamos conciencia de que para acabar con la impunidad tenemos que empezar por
educar con el ejemplo, la descomposición social seguirá en aumento.
Porque en efecto: Lo
que hacemos habla tan fuerte, que nuestros hijos y alumnos no pueden escuchar
lo que decimos.
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