*Publicado en Síntesis, 25 de marzo de 2012
“El futuro ya no es lo que antes
era, nos recuerda
Valéry. Ya no hay recetas ni rumbos
claros. Incierto,
Promisorio, inseguro, inquietante es
lo que viene para México.
Lo único cierto es que lo que
hagamos marcará la mitad del
Rostro futuro de México. El resto lo
definirá el azar.”
Jesús Silva-Herzog Márquez.
El futuro ya no es lo que antes era, ya no hay recetas, caminos ciertos,
seguridades a prueba de todo cuestionamiento. Estamos en una crisis de futuro y
esto puede significar muchas cosas
Crisis de futuro puede significar imposibilidad de futuro o puede
también significar, momento de toma de decisiones para posibilitar el futuro
que iremos construyendo nosotros y el azar pero que debemos tratar de que
dependa cada vez más de nosotros y menos del azar.
Diversas pueden ser las
reacciones ante la incertidumbre del futuro: hay quienes añoran ese antes
cuando el futuro era de otro modo y se podía predecir, prever, anticipar y
entonces pretenden negar la realidad y cerrarse a su complejidad intrínseca y
negar o pretender contraponerse a la realidad actual que se llama
globalización: son los “globalifóbicos”. Hay otros que, como los llamados
“tecnócratas”, muchos de ellos en el poder desde hace varios sexenios, más bien
creen que el futuro es como el presente , que la realidad es solamente lo que
tenemos hoy y que no hay otro camino posible. Llamémosles “globalifílicos”.
Sin embargo, creo que habría que añadir un tercer neologismo. Digámosles “globalicríticos” a los que intentan entender el fenómeno de la globalización sin prejuiciarse ideológicamente a favor o en contra y tratan de asumir una postura crítica para buscar la construcción de una mejor realidad a partir de la comprensión inteligente de la realidad en que nos movemos hoy. “
Porque lo más fácil sería, si se pretende el aplauso, “hablar fuerte” y ponerse a decir que la globalización es algo así como el demonio que llegó con el año 2000 y que es peor que el fin del mundo porque va a ser de poquito en poquito; o, si se tratara de otro público más “moderno”, hablar recio a favor del proceso globalizador viendo solamente sus virtudes y negando que tenga cualquier efecto nocivo para la humanidad o para las universidades.
Sin embargo es
necesario invitar al lector a un análisis más objetivo, más desprejuiciado,
porque de allí saldrán conclusiones para buscar un futuro mejor desde la
incertidumbre promisoria y aterradora de este “cambio de época”. Desde allí
podrá explorarse el nuevo papel de las universidades para el mundo complejo de
hoy y para la construcción responsable de un mejor mañana.
Aún desde análisis que
parten de aceptar la lógica de consumo y mercado como las que rigen la vida
moderna, se señala cada vez con mayor fuerza (el banco mundial ha hablado de
“humanizar la globalización”) la necesidad de incrementar los esfuerzos de
lucha contra la pobreza y la desigualdad. El problema está en la posibilidad de
hacerlo con un modelo tal como el que ahora rige la economía mundial. Esta es
una tarea profundamente universitaria. El estudio serio, la crítica razonable y
razonada, la búsqueda de mejoramiento y alternativas a este modelo económico es
una prioridad para nuestras universidades y en este campo de la equidad, sobre
todo de las universidades como instituciones públicas, sean de gestión estatal
o privada.
El ideal de equidad ha
sido uno de los pilares sobre los cuales se ha edificado históricamente la
universidad y la educación en general. Autores como Portela señalan como, ante
este proceso de globalización económica y de normas e ideales liberales, este
objetivo de equidad vía la educación se ha venido sustituyendo por el de la
calidad.
Sin profundizar en el
tema, parece necesario señalar que el objetivo de la equidad sigue siendo una
prioridad en nuestra educación de todos los niveles incluyendo el de la
educación universitaria. Analizar nuestra sociedad nos hace caer en la cuenta
de que esta es una meta necesaria para aspirar a cualquier desarrollo hacia la
humanización del planeta.
Sin embargo el valor de
la calidad en la educación universitaria no puede ser desdeñado y mucho menos
si tenemos conciencia de que el proceso de globalización implicará la
competencia y el flujo de profesionales de un país a otro tarde o temprano. El
problema no está entonces en que existe un dilema real entre equidad o calidad
sino en cómo asumir el reto de dar una educación universitaria de calidad para
la equidad, es decir, de la definición de una idea de calidad acorde a nuestra
realidad y del planteamiento de estrategias adecuadas para ir alcanzando esta
calidad que vaya intrínsecamente ligada a la construcción de un país más
equitativo.
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