*Publicado en Síntesis, 7 de julio de 2008.
“Muere
lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días
los mismos trayectos, quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color
nuevo y no le habla a quien no conoce”.
Pablo
Neruda.
El fin de cursos además de ser momento para festejar a
quienes culminan alguna etapa de su formación y preámbulo para un descanso
necesario después de meses de trabajo, debería ser una oportunidad para evaluar
la calidad de lo que hacemos todos los actores de la educación.
De otra manera, el término de un ciclo escolar y el
inicio de otro puede ser simplemente la repetición de una rutina que nos va
haciendo “esclavos del hábito” con lo
que la auténtica educación va muriendo lentamente.
En estos tiempos en que el mejoramiento de la calidad de
la educación está en el discurso oficial y en la opinión pública como uno de
los temas fundamentales para lograr el desarrollo y la transformación social,
los protagonistas de la educación –maestros, alumnos, directivos, funcionarios,
padres de familia- tendríamos que preguntarnos seriamente sobre el sentido de
lo que sucede diariamente en los salones de clase.
¿Qué tanto avanzamos en este ciclo escolar en la
construcción de un sentido verdaderamente educativo en las actividades de
aprendizaje que diseñamos, instrumentamos y evaluamos? ¿Avanzamos en el logro de una formación
significativa e integral de nuestros estudiantes? ¿Qué debilidades tendríamos
que ir tratando de superar para lograr verdadera educación? ¿Cuál es el sentido
educativo que deben tener las actividades escolares para responder a los retos
de una sociedad globalizada, incierta y plural y a las necesidades de justicia
y democracia de un país como el nuestro?
El planteamiento y la exploración de estas y otras
preguntas ayudaría a que nuestro sistema educativo creciera en una cultura de
la evaluación.
Porque si los millones de niños, adolescentes y jóvenes
que terminan en estos días un año escolar más salieran de este ciclo habiendo
aprendido lo que debieron aprender, con la profundidad y el sentido requeridos
y habiendo disfrutado este aprendizaje incorporándolo a su vida, México podría
realmente empezar a cambiar.
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