*Publicado en Síntesis: Noviembre de 2005.
Una mirada a nuestro sistema educativo y a los desafíos
que enfrenta ante el escenario de la crisis contemporánea o el “cambio de
época” en que vivimos, nos lleva a constatar que nos enfrentamos a una
situación compleja.
Tratando de hacer un análisis de esta complejidad, habría
que tener en cuenta algunas fuentes que la generan.
La primera fuente de complejidad que enfrentamos al
tratar de analizar los procesos educativos contemporáneos, es que nuestra educación
se encuentra cruzada por la coexistencia de un arraigado pasado positivista con
un nuevo y arrasador ambiente relativista y light.
Esto implica grandes tensiones que cruzan el día a día de
nuestras aulas. Mientras la cultura positivista es racionalista y
cientificista, basada en una ética humana laica muy fuerte, con visión del
progreso lineal a partir del desarrollo científico y tecnológico y con
identidades fuertes y una mentalidad dialéctica dominante que tiende al debate,
el mundo posmoderno es un mundo fundamentalmente emotivista y artístico,
sustentado en una búsqueda estética y no en una ética, con un claro rechazo
hacia las utopías y una visión centrada en el presente que se expresa en
identidades débiles y una mentalidad histórica y relativista que más que
debatir, exalta las posturas diversas.
La segunda fuente de complejidad tiene que ver con la
relación pedagógica en la que coexisten en nuestros días, básicamente un
autoritarismo paternalista con un amiguismo pseudodemocrático, frente a tímidas
o marginales búsquedas de diálogo realmente democrático y abierto.
Encontramos entonces, en la educación de nuestros días,
tres tipos de relación pedagógica dominante: la relación de temor, la relación
de dependencia y la relación de codependencia.
La primera relación la constituye una visión tradicional
de la autoridad en la que el profesor se
impone con base en el saber y el poder más que el estudiante. La segunda
relación se construye a partir de la visión del profesor como guía o modelo y
se manifiesta en un paternalismo en que el profesor trata el estudiante como
inferior, como alguien que no sabe y no puede y por tanto necesita ser ayudado,
guiado, iluminado, etc. La tercera relación nace a partir de las exigencias de
democratización y diálogo que se ve fuertemente reforzada con una cultura que
exagera hasta el extremo la postura de que no se puede violentar al educando ni
imponerle nada. Esto genera una relación de codependencia y amiguismo en la que
el centro es la preocupación por el ambiente y el afecto, más que el
cumplimiento de responsabilidades.
La tercera fuente de complejidad está en el sentido del
acto pedagógico y se aprecia en que los procesos educativos contemporáneos están
cruzados por la vivencia de un mundo en el que, como dijera Santos Discépolo en
su tango “Cambalache”: “nada es mejor, todo es igual…”
El círculo vicioso que se genera en este proceso es el de
considerar que el educador y el educando son parte del mundo plural, que cada
persona o grupo elige libremente su postura frente a la vida y que todas las
posturas son igualmente válidas para una buena vida humana.
La cuarta fuente de complejidad es la de los medios
pedagógicos. Esta consiste en la
coexistencia en los procesos educativos de nuestros días, de tecnologías de
información y comunicación cada vez más necesarias y obligadas por el entorno,
sobre todo por demanda de nuestros estudiantes con la cultura pretecnológica y
aún en muchos casos antitecnológica de nuestros educadores.
La quinta fuente de complejidad es la del sujeto de la
Pedagogía, se deriva de la coexistencia de “profesores del siglo XX, Alumnos
del siglo XXI y contenidos del siglo XIX”, es decir, de la interacción
cotidiana de personas de culturas, mentalidades y momentos históricos distintos
que se refleja en modos de ver el mundo y procesar el conocimiento que son
muchas veces difíciles de comprenderse y acercarse.
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