*Publicado en Síntesis. 03/5/2005.
“Hay que
soñar con los ojos abiertos,
hay que
soñar con las manos
soñemos
sueños activos de río buscando su cauce,
sueños de
sol soñando sus mundos.”
Octavio
Paz.
El
cambio de época que vivimos está exigiendo que la educación se transforme
radicalmente para que como país podamos volver a soñar con las manos, a soñar
sueños activos que vayan reedificando el proyecto de nación que todos queremos
construir.
Para descubrir y encabezar este
proyecto que es dinámico y se va construyendo con las manos de todos y con los
sueños de todos, es necesario contar con líderes, pero no con cualquier tipo de
líderes. Se requiere de una nueva concepción de liderazgo que se oriente desde
el servicio y que se asuma desde la complejidad de los procesos educativos y
desde la complejidad de la sociedad para la que hoy debemos educar a nuestros
estudiantes.
Muchos de los líderes actuales no solamente no
promueven este soñar en común sino que impiden la realización de muchos de los
sueños activos que los profesores, los estudiantes, los directores, vamos
descubriendo con los ojos abiertos y queriendo vivir con las manos unidas.
Por
ello es urgente en nuestro país, una transformación educativa integral y
profunda. Se necesitan líderes distintos para lograrla. Líderes que tengan una
perspectiva de complejidad y una visión de esperanza razonable y comprometida.
Esta
transformación educativa debe empezar por las aulas, partir de cada profesor
concreto y cada alumno concreto, porque en lo educativo, dice Latapí “son las personas concretas las que
determinan el éxito del sistema”, pero no puede quedarse solamente allí.
Ciertamente
es necesario promover procesos por los cuales cada docente vaya reencontrando
la docencia como un camino de autorrealización a pesar de las condiciones
adversas en que a veces se desarrolla y de las razones que lo hicieron llegar a
ser docente. Procesos por los cuales cada docente vaya redescubriendo los
desafíos sociales y su tarea como un medio privilegiado para cumplir con un
compromiso social concreto de humanización.
Pero más
allá y a partir de la transformación de cada docente, es necesario ir
impulsando la transformación del ordenamiento de la institución educativa y del
sistema educativo en su conjunto. Para que la transformación educativa se realice
tiene que haber un salto cualitativo por el cual la operación del sistema
educativo y de cada uno de sus componentes se vaya volviendo cada vez más
cooperación hacia un fin común.
Esto
no significa solamente una transformación de las leyes, los reglamentos o los
organigramas que sin duda ayudan pero son abstractos, sino una transformación
paulatina de toda la serie de ciclos de relaciones y de decisiones concretas
que hacen que el sistema educativo opere tal como opera en lo cotidiano.
Esta sería la verdadera transformación del
ordenamiento educativo y tendría que hacerse a partir de una actitud de
búsqueda permanente desde una Secretaría de Educación que se asumiera más como
un “Ministerio del futuro” y una “instancia de generación de pensamiento sobre
ese futuro” (Latapí) que como una instancia de control, administración,
certificación y sanción de lo “educativo”.
La complejidad
implica un tercer paso: el cambio de nuestros significados y valores en lo
educativo. Este es un tercer nivel de transformación educativa que es
imprescindible para el cambio global.
Necesitamos ir paulatinamente
incidiendo en el cambio de lo que se entiende por educar, de lo que significa
la docencia, de lo que se considera una institución educativa, de lo que se
entiende por un buen profesor, por un buen director, por un buen alumno, por un
buen sistema educativo.
Este cambio de nuestros significados
y de la manera en que se valora lo que sucede cotidianamente en la escuela debe
partir de los docentes, pero debe sin
duda llegar a los padres de familia, a los alumnos y a la sociedad en general.
Porque esta cultura de lo educativo se transmite de generación en generación y
muchas veces es la resistencia más fuerte al cambio.
Es importante incorporar la visión
de calidad a este proceso de cambio cultural pero sin dejar de lado la visión
de equidad que había permeado nuestra educación históricamente y estando
siempre pendientes de lo que implica educar de una manera integral: ¿qué
exigencias debe tener un proceso educativo para que se pueda llamar de verdad
EDUCATIVO? Esta es la pregunta clave que debe ir reorientando permanentemente
toda nuestra búsqueda de transformación en los tres niveles ya descritos.
De
manera que la transformación educativa es una tarea triplemente compleja porque
la educación y la sociedad que nos han tocado vivir son también complejas.
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