Publicado en: E-consulta, 8 de abril,
2008
La profunda crisis del mundo actual está exigiendo un cambio en la visión ética de le educación. Este cambio tiene que traducirse, a partir de una adecuada y renovada trans-formación de los educadores, en prácticas educativas totalmente nuevas y distintas que respondan a las exigencias de la reforma del espíritu y de la reforma del pensamiento que piden los tiempos.
Porque más que requerirse la enseñanza de contenidos morales, se está planteando la necesidad de que las prácticas educativas capaciten a los educandos para comprender la complejidad del conocimiento, entender la incertidumbre del mundo y saber moverse en ella, arraigarse críticamente en su propia herencia histórica y cultural, ser capaces de vivir una ciudadanía planetaria y de comprender a los seres humanos empezando por comprender su propio misterio como seres humanos.
Lo anterior conduce a visualizar prácticas educativas que deben centrarse más que en contenidos, en procesos, operaciones estructuradas, métodos de trabajo, de pensamiento y de toma de decisiones.
Esto requiere una preparación totalmente distinta de los docentes que se forman para transmitir conocimientos pero no para lograr generar estos procesos humanos complejos. Pero esta formación no puede consistir en la mera enseñanza de métodos didácticos para la incertidumbre, métodos de pensamiento complejo, etc.
Moira Carley -investigadora educativa norteamericana- dice bien que cuando sucede que la formación docente se convierte en enseñanza de métodos, se produce una “apropiación acrítica de métodos de enseñanza” como resultado de la falla en los procesos de reflexión crítica de los profesores que no tienen el hábito de preguntar siempre ¿por qué? ¿Realmente es así? ¿Es bueno que así se enseñe? y terminan aprendiendo métodos como recetas de cocina que se aplican tajantemente y generalmente sin buenos resultados.
Un profesor que tiene un horizonte limitado a partir de una experiencia no reflexionada, seguramente va a generar un horizonte igualmente limitado en los estudiantes. Se requiere entonces que el profesor viva una experiencia de auto-reflexión, de autoanálisis, que se capacite en el hábito de la introspección y en la toma de decisiones, pues como dice Shavelson: “Todo acto de docencia es el resultado de una decisión, sea consciente o inconsciente…” por tanto “la habilidad docente básica es la toma de decisiones”.
A partir de esta capacitación en la toma de decisiones y en el hábito de introspección, los docentes tendrían que vivir un proceso de auténtica transformación intelectual y moral que los llevara a reconceptualizar su misión y a replantear todas las estrategias que utilizan para llevarla a cabo.
Desde esta nueva visión, las sesiones de clase deberían ser planteadas como espacios para vivir experiencias de aprendizaje conjunto e integrado en el que se plantearan los contenidos en forma de problemas complejos que requirieran del concurso de conocimientos de distintas disciplinas puestos en juego en torno a preguntas generadas en el mismo proceso.
Estos problemas tendrían que contemplar, tanto la parte cognoscitiva en la que los estudiantes llegaran a la comprensión y la reflexión crítica que los llevara a afirmar como juicios de hecho los conocimientos básicos del curso, pero también tendrían que incorporar cuestiones sobre las implicaciones éticas, humanas, sociales y ambientales que tendría cada solución posible del problema para orillar al grupo a la deliberación y al planteamiento de jucios de valor y a la toma de decisiones –reales o supuestas- respecto al problema estudiado.
Estos procesos serían concebidos ya no como intercambios exclusivamente intelectuales, sino como procesos humanos en los que la dimensión afectiva está integrada al proceso de aprendizaje. Una educación emocional adecuada, el cultivo de una cultura psíquica, es indispensable para que exista un proceso de desarrollo ético pertinente.
Solamente una real transformación de las prácticas educativas desde un cambio de visión ética podría ayudar a que la educación se convirtiera en una auténtica formación moral que aportara elementos para construir una sociedad más humana y más justa, tal como se está requiriendo en este cambio de época en México y en el mundo.
La profunda crisis del mundo actual está exigiendo un cambio en la visión ética de le educación. Este cambio tiene que traducirse, a partir de una adecuada y renovada trans-formación de los educadores, en prácticas educativas totalmente nuevas y distintas que respondan a las exigencias de la reforma del espíritu y de la reforma del pensamiento que piden los tiempos.
Porque más que requerirse la enseñanza de contenidos morales, se está planteando la necesidad de que las prácticas educativas capaciten a los educandos para comprender la complejidad del conocimiento, entender la incertidumbre del mundo y saber moverse en ella, arraigarse críticamente en su propia herencia histórica y cultural, ser capaces de vivir una ciudadanía planetaria y de comprender a los seres humanos empezando por comprender su propio misterio como seres humanos.
Lo anterior conduce a visualizar prácticas educativas que deben centrarse más que en contenidos, en procesos, operaciones estructuradas, métodos de trabajo, de pensamiento y de toma de decisiones.
Esto requiere una preparación totalmente distinta de los docentes que se forman para transmitir conocimientos pero no para lograr generar estos procesos humanos complejos. Pero esta formación no puede consistir en la mera enseñanza de métodos didácticos para la incertidumbre, métodos de pensamiento complejo, etc.
Moira Carley -investigadora educativa norteamericana- dice bien que cuando sucede que la formación docente se convierte en enseñanza de métodos, se produce una “apropiación acrítica de métodos de enseñanza” como resultado de la falla en los procesos de reflexión crítica de los profesores que no tienen el hábito de preguntar siempre ¿por qué? ¿Realmente es así? ¿Es bueno que así se enseñe? y terminan aprendiendo métodos como recetas de cocina que se aplican tajantemente y generalmente sin buenos resultados.
Un profesor que tiene un horizonte limitado a partir de una experiencia no reflexionada, seguramente va a generar un horizonte igualmente limitado en los estudiantes. Se requiere entonces que el profesor viva una experiencia de auto-reflexión, de autoanálisis, que se capacite en el hábito de la introspección y en la toma de decisiones, pues como dice Shavelson: “Todo acto de docencia es el resultado de una decisión, sea consciente o inconsciente…” por tanto “la habilidad docente básica es la toma de decisiones”.
A partir de esta capacitación en la toma de decisiones y en el hábito de introspección, los docentes tendrían que vivir un proceso de auténtica transformación intelectual y moral que los llevara a reconceptualizar su misión y a replantear todas las estrategias que utilizan para llevarla a cabo.
Desde esta nueva visión, las sesiones de clase deberían ser planteadas como espacios para vivir experiencias de aprendizaje conjunto e integrado en el que se plantearan los contenidos en forma de problemas complejos que requirieran del concurso de conocimientos de distintas disciplinas puestos en juego en torno a preguntas generadas en el mismo proceso.
Estos problemas tendrían que contemplar, tanto la parte cognoscitiva en la que los estudiantes llegaran a la comprensión y la reflexión crítica que los llevara a afirmar como juicios de hecho los conocimientos básicos del curso, pero también tendrían que incorporar cuestiones sobre las implicaciones éticas, humanas, sociales y ambientales que tendría cada solución posible del problema para orillar al grupo a la deliberación y al planteamiento de jucios de valor y a la toma de decisiones –reales o supuestas- respecto al problema estudiado.
Estos procesos serían concebidos ya no como intercambios exclusivamente intelectuales, sino como procesos humanos en los que la dimensión afectiva está integrada al proceso de aprendizaje. Una educación emocional adecuada, el cultivo de una cultura psíquica, es indispensable para que exista un proceso de desarrollo ético pertinente.
Solamente una real transformación de las prácticas educativas desde un cambio de visión ética podría ayudar a que la educación se convirtiera en una auténtica formación moral que aportara elementos para construir una sociedad más humana y más justa, tal como se está requiriendo en este cambio de época en México y en el mundo.
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