domingo, 12 de julio de 2015

LA EDUCACIÓN: ¿ZONA DE CONFLICTO O COMPLEJO ESPACIO DE SINERGIA?



*Publicado en Síntesis. 30 de agosto de 2007.
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            El regreso a clases se presenta como una oportunidad para reflexionar acerca de los elementos y condiciones que contribuirían a que la educación se convirtiera en uno de los motores del desarrollo de un país más democrático, justo, moderno, democrático, plural e incluyente.
  La coyuntura parece ser más propicia en estos momentos en que, como cada inicio de sexenio, se habla de la búsqueda de una reforma educativa profunda y en los que se manifiestan tensiones como las que reflejan las recientes declaraciones de la lideresa -ahora vitalicia- del magisterio descalificando a la titular de la secretaría de Educación Pública federal.
            ¿Por qué la educación vive permanentemente en el desacuerdo y la desconfianza entre sus diversos actores? ¿Es inevitable que las tensiones, la diversidad de perspectivas y aún los intereses particulares o de grupo bloqueen  el camino hacia una verdadera reforma educativa que trascienda el discurso, los documentos y las formas y cambie verdaderamente lo importante del proceso educativo, es decir, lo que sucede cotidianamente en las aulas?
            En alguna conferencia de un congreso de educación, escuché a un pedagogo colombiano hablar acerca del enorme potencial de transformación social que tiene la educación escolarizada. En su argumentación hubo una idea que me dejó una marca imborrable cuando afirmó más o menos lo siguiente: ”En este momento hay varios millones de estudiantes y profesores trabajando en las aulas de las escuelas del país. Si en este trabajo ocurriera que los educandos aprendieran lo que tienen que aprender, del modo en que lo tienen que aprender y lo aprendieran con profundidad y felicidad, nuestros países latinoamericanos podrían mejorar radicalmente”.
            Lograr que los millones de estudiantes que reiniciarán sus clases en este mes de agosto en todo el territorio nacional aprendan en este nuevo ciclo escolar “lo que tienen que aprender, del modo en que lo tienen que aprender” y lo aprendan con “profundidad y felicidad” no es una tarea que dependa exclusivamente de los profesores o de los mismos niños y adolescentes, ni es un reto que se logre solamente a través de buenos planes de estudio o de libros de texto de buena calidad.
            Porque aunque nuestra sociedad mexicana no termine aún de entenderlo, la educación no depende de uno o dos factores vistos aisladamente. Ni siquiera es algo que tenga que ver prioritariamente, como muchas veces se maneja ante la opinión pública, con la cantidad de recursos económicos que se destinen al sistema educativo.
            La educación es una tarea compleja, lo cual, como afirma el pensador francés Edgar Morin, no significa lo mismo que complicada. Lo complejo es, etimológicamente hablando: “lo que está tejido junto”, es decir, lo que conjunta en una red más o menos armónica y equilibrada aunque siempre en tensión, múltiples elementos.
            En la educación se requiere lograr la conjunción y armonización de muchos factores que deben trabajar conjuntamente, aunque esta armonía esté siempre sujeta a desacuerdos, desequilibrios y tensiones.
            En uno de los artículos que publicó en la revista Proceso a lo largo de muchos años, don Pablo Latapí Sarre, uno de los pilares de la investigación educativa en nuestro país, afirma que la educación es siempre una “zona de conflicto” porque en ella confluyen y entran en choque los intereses de muchos sectores sociales: padres de familia, maestros, gobierno, grupos intermedios, directivos, etc.
            Esta es la realidad estructural de lo educativo y tiene que asumirse no solamente evitando ver como indeseable este posible conflicto para cambiar la perspectiva y aceptar  que esta confluencia de intereses, sueños e ideas –más o menos legítimas, más o menos interesadas- es lo que constituye y da vida al sistema complejo que constituye la educación de las nuevas generaciones, sino además tratando de cambiar la visión de simplicidad que lleva a analizar y gestionar estas realidades diversas aisladamente, para pasar a una visión de complejidad que concibe la gestión de lo educativo desde la articulación de estos elementos distintos, de manera que, como afirma Morin: “cada parte está en el todo y el todo está en cada una de las partes”.
            Un cambio de visión hacia la complejidad tendría que partir de una nueva visión que enfrente el reto de que la educación no se construye de manera aislada, sino desde la articulación más o menos armónica de los diversos elementos en un sistema complejo
gobierno-sociedad -sindicato magisterial-profesores-padres de familia-estudiantes
que tienen que articularse y gestionarse de manera dialógica para poder transformar esta “zona de conflicto” en un “complejo espacio de sinergia” que contribuya a formar a los nuevos ciudadanos y a construir un país como el que necesitamos en el mundo globalizado del siglo XXI.

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Tres imágenes para el día del maestro.

*De mi columna Educación personalizante. Lado B. Mayo de 2012. 1.-Preparar el futuro, “Qué lindo era el futuro...