* Artículo publicado en la revista Mirada en 2007.
“Un profesor afecta la eternidad.
Nunca
sabe hasta dónde llegará
su
influencia”.
John
Henry Adams.
"Nada está edificado sobre la piedra,
todo está edificado sobre la arena,
pero
nuestro deber es edificar como
si
fuera piedra la arena".
Jorge Luis Borges
Jorge Luis Borges
1.-“El
futuro ya no es como antes era”[1].
La educación es una actividad que
construye futuro, apunta siempre hacia el futuro. Se educa a las “futuras
generaciones”, en la escuela y la universidad se forman los “futuros
ciudadanos”.
La sociedad confía al sistema
educativo la formación de las personas que constituirán su porvenir. Es por
ello que se ha dicho que la educación “es la profesión de la esperanza[2]”
o que para ser educador “es necesario ser optimista”[3].
Mirando
esta situación con una perspectiva de
mayor alcance, diríamos que la educación es una actividad que apunta hacia la
trascendencia, que busca generar los elementos indispensables para que la
especie humana no solamente pueda sobrevivir, sino que se desarrolle y
trascienda. La educación ha sido, es y será, una actividad que apunta al futuro
con visión de “siempre”, con pretensiones de eternidad.
Sin
embargo, la sociedad actual es una sociedad que se encuentra encerrada en el hoy,
una sociedad que por estar en una severa crisis de futuro, es incapaz de pensar
en lo permanente, en lo trascendente, en el “siempre” y se conforma con la
diaria supervivencia.
¿Qué pasa con la educación cuando la
sociedad se encuentra en una crisis de
futuro como la actual? ¿Cuál es la
perspectiva que puede ayudar a que la educación aporte elementos de nueva
esperanza y una visión renovada de futuro y
permanencia?
¿Cuáles son los retos educativos que enfrentamos hoy
para formar personas con visión de futuro y capacidad de “siempre”?
De
estas preguntas tratará de ocuparse nuestra reflexión. Intentaremos señalar una
perspectiva que podría destrabar el proceso de búsqueda de lo permanente y
recuperar la visión de “siempre” en la educación. Procuraremos también plantear
los desafíos educativos que esta realidad presenta y formularlos como líneas de
trabajo que la familia, la escuela y la universidad tienen que emprender si
quieren contribuir a la construcción de un cambio de mentalidad, de ánimo y de
acción en la sociedad actual.
Hace
algún tiempo, en la revista semanal del periódico español “El País”, apareció
un artículo que se titulaba: “¿Cómo sería la tierra sin los seres
humanos?”. El planteamiento inicial del autor
era que hace algunas décadas, hubiese sido impensable escribir un artículo con
esa pregunta como título. Pero el periodista sostenía que hoy por hoy, no es
improbable que pueda darse este fenómeno de un planeta tierra sin seres
humanos, dada la crisis ecológica en curso y el potencial de armamentos de
destrucción masiva existentes en el planeta.
El
ejemplo del artículo es pertinente para ilustrar que vivimos hoy en un mundo
marcado por la incertidumbre. “El futuro se llama incertidumbre” dice el
pensador francés Edgar Morin[4]
y por ello es cierta la afirmación de que “el futuro ya no es como era antes”.
El futuro del mundo de nuestros antepasados era un futuro cierto, predecible,
de algún modo estable y esperable.
El
futuro de la humanidad del siglo XXI es por el contrario, un futuro incierto,
inseguro, impredecible, dinámico y cambiante. Este futuro no es necesariamente
esperable, puesto que no solamente es incierto el tipo de futuro que vendrá,
sino que es igualmente incierto el hecho de saber si habrá un futuro para la
humanidad en el planeta, tal como lo plantea el artículo citado.
Este
mundo incierto es al mismo tiempo un mundo del exceso y de la carencia. Mundo de exceso de
información y de estímulos que llegan por los medios y las tecnologías de información y
comunicación, mundo de exceso de violencia, de posibilidades de escape o
evasión de la realidad. Mundo de exceso de lujo y bienes materiales para unos
cuantos. Mundo sobreinformado y sobreestimulado.
Pero
también es un mundo de carencia de comprensión de toda la información disponible,
de carencia de asimilación de los estímulos múltiples, de carencia de afecto y
solidaridad, de carencia de compasión, de carencia de esperanza y deseo de
vivir, de carencia de los mínimos para una vida humana en muchos millones de
personas excluídas del desarrollo. Mundo subhumanizado y desmoralizado.
2.-“El
mundo me da miedo”.
Geografía.
Con estos cubos de colores
yo puedo construir un altar y una casa,
una torre y un túnel,
y puedo derribarlos.
Pero en la escuela
querrán que yo haga un mapa con un lápiz,
querrán que yo trace el mundo
y el mundo me da miedo.
Dios creó el mundo,
yo sólo puedo
construir un altar y una casa.
Salvador Novo.
Con estos cubos de colores
yo puedo construir un altar y una casa,
una torre y un túnel,
y puedo derribarlos.
Pero en la escuela
querrán que yo haga un mapa con un lápiz,
querrán que yo trace el mundo
y el mundo me da miedo.
Dios creó el mundo,
yo sólo puedo
construir un altar y una casa.
Salvador Novo.
El
resultado de esta situación social marcada por la incertidumbre es el miedo. La
educación que recibimos es una educación de certezas, de respuestas, de normas
y valores fijos y estables, una educación que viene “desde siempre” –de la
tradición cultural a menudo rígida- y enseña cosas “para siempre” –valores,
normas, conceptos, que se supone serán aplicables a cualquier situación y en
cualquier tiempo- y por ello es una educación que ya no responde a las
necesidades de una sociedad incierta, plural, cambiante.
En
la escuela, como dice el poema, nos enseñan a trazar el mundo –algo que es
demasiado grande para nuestra capacidad de comprensión y valoración-, nos
plantean leyes inmutables, valores universales, conceptos eternos, y todo eso
nos da miedo, porque el mundo de hoy es incierto, cambiante, plural, demasiado
complejo para poder ser atrapado en esos conceptos, leyes y valores, demasiado
extenso para poder ser dibujado con un lápiz.
Por
eso nos refugiamos en construir nuestros propios altares y nuestra propia casa,
nuestros mundos privados que se pintan de respeto y tolerancia pero contienen a
menudo indiferencia hacia el sufrimiento de los demás. Porque “bastante tenemos
nosotros, con nuestras propias angustias…” como para “complicarnos la vida” pensando en la
situación mundial o nacional, o incluso para ocuparnos de las necesidades del
vecino cercano.
Nos
educan en las certezas, nos brindan respuestas, nos enseñan “verdades”
absolutas y el mundo de hoy es el de la incertidumbre, el de las preguntas, el
del derrumbre de las “verdades” absolutas. Este es el problema central por el
que, desde mi punto de vista, estamos hoy generando personas incapaces de
“siempre”, imposibilitadas de ver hacia el futuro, de establecer compromisos
duraderos, de generar proyectos de vida “para toda la vida”.
Porque
el “desde siempre” del que provienen las verdades, los valores y las certezas
que nos enseñan en nuestro proceso educativo es abstracto, rígido y
deshumanizado. Se ha convertido en una especie de museo de cera. La tradición
cultural desde la que nos llegan esas certezas es presentada sin la profundidad, la intensidad y la pasión
humana que le dieron origen y la han mantenido viva durante siglos. Es un
siempre que se nos impone como rígida losa que hay que cargar y no un siempre que
no se nos propone como una rica herencia que hay que comprender, conservar y
transformar.
Del
mismo modo, el “para siempre” de las leyes, conceptos, verdades y valores que
se nos enseñan en la casa y en la escuela, también es un “para siempre”
abstacto y desencarnado, un “para siempre” también rígido y deshumanizado,
porque se encuentra referido a un “mundo ideal” que no existe, a una “utopía”
que se ha derrumbado y en la que ya nadie cree.
La posteridad para la que se nos educa es una
posteridad también vacía, porque nos habla de un “progreso automático” que no
es viable, de un “desarrollo” que es incalcanzable e insustentable para todo el
planeta. Es un siempre también impuesto y no propuesto, un siempre predefinido,
cerrado, al que hay que tender obedientemente y no un siempre incierto, abierto
a nuestra participación, necesitado de nuestra creatividad.
3.-
¿Es posible hoy hablar de siempre?
“Murió mi eternidad y estoy velándola”.
César Vallejo. La violencia de las horas
Si como decíamos al principio, la
educación es una actividad que construye futuro, si consiste en la “organización
de la esperanza”, tenemos que responder afirmativamente. Sí, es posible hoy, en
la sociedad de la incertidumbre y la inmediatez hablar de siempre. Es posible
hacerlo, pero para ello es necesario que se transforme de manera radical la
manera en que concebimos y presentamos el siempre, es decir: el modo en que
entendemos y comunicamos el “desde siempre”, y la manera en que entendemos y
comunicamos el “para siempre”.
El problema de la educación es,
como ya hemos dicho, que se ha concebido al “siempre” como algo impuesto de
arriba hacia abajo, como algo ya escrito, algo que no puede cambiar. En un
mundo estable como el del pasado, esto no implicaba problema. Pero en un mundo
cambiante e incierto, esta concepción cerrada, predefinida y sustentada en el
orden inmutable y en la perfección alcanzable, son imposibles de sostener.
Es por ello que para poder educar
“para siempre” en el mundo de hoy, es necesario generar un cambio radical en la
visión de los dos vectores de trascendencia que constituyen todo proceso educativo:
el vector de la herencia (el “desde siempre”) y el vector del descubrimiento
(el “para siempre”).
El cambio en el vector de la
herencia tiene que ver con la re-humanización de la visión del “desde siempre”
del que procedemos como especie humana. Es imprescindible replantear y reforzar
en la educación el aprendizaje de la tradición cultural como un fruto de la
cooperación y de la creación de seres humanos en búsqueda, como un patrimonio
rico y lleno de misterios por descubrir, como respuesta a preguntas que
personas y grupos concretos de tiempos y lugares concretos se plantearon para
construir desde su presente y su deseo
de trascendencia, un mejor futuro.
El cambio en el vector del
descubrimiento se sustenta fundamentalmente en la perspectiva de que somos
continuadores de esta herencia viva y que necesitamos apuntar hacia un
“siempre” que no está garantizado ni predeterminado, sino que debe ser
progresiva y dinámicamente definido por todos los seres humanos a partir del
esfuerzo y la creatividad del día a día. Un siempre que no es “punto de
llegada” o “mapa acabado” sino “camino por ser abierto” o “brújula” que orienta
el esfuerzo cotidiano.
Para este doble cambio, es
necesario trascender las visiones de perfección que generan deshumanización y
frustración, que nos encierran en la desilusión y la impotencia. Reencontrarnos
con nuestra imperfección[5]
y nuestra indigencia como seres humanos y aceptarla, para poder, a partir de
ella, recomenzar diariamente el camino hacia un siempre que se va definiendo y
alcanzando de manera parcial y limitada desde cada hoy sucesivo.
De esta manera, podremos hablar
de siempre en una educación que acepte que no es posible –ni humano- hablar de
perfeccionar a los educandos sino de acompañarlos en su camino permanente de humanización
y que tampoco es viable –ni humanamente deseable- hablar de educar para la
construcción del “mejor de los mundos”, pero que es urgente educar para el
compromiso con la edificación cotidiana de “un mundo mejor”[6].
Este paso necesario podría sintetizarse
diciendo que se trata de un camino desde “el siempre” como ley al “siempre”
como horizonte.
De esta manera, como la “Ítaca” del poema de Kavafis[7],
el “siempre” nos sirve para seguir caminando. Esta es la noción fundamental a promover en
los sujetos que se educan, la idea de que es humanamente posible buscar el siempre, entendido como un desafío permanente
y no escrito que nos lanza hacia la construcción de futuro, no porque podamos
alcanzarlo, sino porque esta búsqueda nos hará más humanos.
El paso del “siempre como ley” al
“siempre como horizonte” es el cambio desde la imposición del “deber ser” rígido y preestablecido, al
encuentro con nuestro “deseo de siempre” que es el más profundo rostro de
nuestro humano “deseo de vivir”.
4.-
Los retos educativos del mundo de hoy.
"La
mejor forma de predecir el futuro es inventarlo".
Alan Kay
Alan Kay
"Materialistas: Prohibido estacionarse en
lo absoluto".
Letrero en una calle del DF
La
idea central que puede caracterizar el cambio que aquí proponemos es que necesitamos
educar para inventar juntos el futuro, por lo que la “educación para siempre”
no se puede sustentar en una visión estática que “se estacione en lo absoluto”,
sino en una perspectiva dinámica que se conecte en lo profundo con el deseo de
trascendencia que todo ser humano experimenta en su interior y lo dinamice
hacia la búsqueda permamente de una mejor vida individual y comunitaria.
Muchos
son los desafíos que este cambio de perspectiva educativa nos presenta. Vamos a
describir a continuación los tres que consideramos más importantes.
Para
la construcción de una nueva “educación para siempre” es indispensable educar
desde, en y para la imperfección. Los procesos educativos solamente podrán
regenerar la visión de futuro y la posibilidad de establecer proyectos de
vida y compromisos “para siempre” si
dejan de lado la perspectiva de perfección que los ha sustentado
tradicionalmente y que fundamenta la visión del “siempre” como ley, como
conjunto de normas rígidas a cumplir y como visión predeterminada de un mundo
ideal o una utopía por construir.
Lo
anterior implica que en la formación debe asumirse el conocimiento como un
proceso autocorrectivo permanentemente inacabado, sujeto al error y a la
ilusión, necesitado por ello de una continua revisión y reconstrucción crítica
por parte de todos, puesto que “todo lo que sabemos lo sabemos entre todos”[8].
Implica
también educar en la idea de que el bien humano es igualmente un proceso
autocorrectivo y permanentemente en construcción, sujeto también al error y
a la desviación por la prevalencia de
intereses personales o de grupo y por la misma indigencia humana, y por ello
también necesitado de revisión permanente, pero sobre todo, de capacidad de
comprensión, perdón y compasión.
Porque
la educación desde y para la imperfección conduce a la autoaceptación y a la aceptación de los demás
como seres capaces de cometer errores, como seres necesitados de los demás.
Esto requiere de una educación de la compasión, entendida no como un
sentimiento sino como un “hábito operativo”[9]
que nos lleva a la colaboración y la solidaridad.
En
segundo lugar, la “educación para siempre” implica una educación de la
disciplina, entendida de un modo constructivo. La educación de la disciplina
implica la formación de personas que sean capaces de posponer la gratificación,
de actuar asumiendo responsabilidades, de dedicarse a
la realidad y de buscar el equilibrio en la tensión de la vida.[10]
La
generación de ambientes, presencias y encuentros –los tres elementos básicos en
toda educación- que formen en una sana
disciplina es indispensable en un mundo en el que la incertidumbre se refleja en ausencia de límites para la actuación de los
niños y adolescentes, en incapacidad para responder por las consecuencias de
las propias acciones ante una falsa comprensión justificatoria, en evasión de
la realidad por la construcción de “realidades” ficticias protectoras y en
incapacidad de asumir las tensiones de la vida.
Posponer
la gratificación implica enseñar a los niños desde pequeños a realizar primero
las tareas necesarias pero desagradables y dejar para el final las que más
satisfacción les producen –hacer la tarea antes que ver la televisión, por
ejemplo-, con lo que estaremos construyendo el hábito de concluir los proyectos
que inician, que a menudo son abandonados precisamente por dejar lo más desagradable
al final.
Este
elemento está ligado a la educación de la responsabilidad. Comprender y aceptar
a un hijo o a un estudiante, no implica cobijarlo para evitarle que responda
por las consecuencias de sus actos. Por el contrario, el amor verdadero al otro
implica ayudarle a crecer en esta capacidad de respuesta.
Dedicarse
a la realidad implica desarrollar el pensamiento crítico, la búsqueda de lo que
es verdadero más allá de las apariencias, aunque lo verdadero –siempre
provisional, frágil pero verdadero al fin- sea menos agradable que lo que se ha
imaginado, aunque la realidad sea menos armónica y menos justa o cómoda que
nuestras ideas acerca de ella.
Estos
elementos ayudarán a nuestros hijos y a nuestros educandos a ir descubriendo la
tensión permanente e inevitable de la vida y a desarrollar estrategias de
búsqueda de equilibrio dentro de esta tensión, sabiendo que no existen la
armonía perfecta, la felicidad perfecta o la sociedad perfecta.
El
tercer elemento básico en una “educación para siempre” es la educación en la
esperanza razonable. La educación de la esperanza es un elemento inherente a
todo proceso formativo auténtico que sin embargo, se ha venido perdiendo ante
la desmoralización social, producto de la frustración vivida ante el derrumbe
de una esperanza sustentada en visiones ideales y en propuestas de “felicidad
perfecta” o de “sociedad perfecta”, imposibles de realizar en el mundo humano
real.
Educar
en la esperanza razonable implica superar estas visiones utópicas y formar en
la idea de que es posible un mundo mejor en el que siempre habrá problemas,
diferencias y conflictos, pero en el que siempre habrá también probabilidades
de construir fraternidad, solidaridad y equidad.
Educar
en la esperanza razonable significa pensar, como Morin, que aunque la “misión
(de un mundo mejor, de un futuro humano) parezca imposible, la dimisión resulta
aún más imposible”.
Educar
es para siempre porque educar implica creer en las posibilidades reales aunque
imperfectas de humanización de la humanidad. Conservar esta misión trascendente
de la educación implica pasar de la visión del “siempre como ley” a la del
“siempre como horizonte” y transformar el sistema educativo para que forme desde,
en y para la imperfección, en la sana
disciplina y en la esperanza razonable.
Esto exige la renovación
permanente de la convicción educativa que nos lleve a “edificar como si fuera piedra la arena”, a
pesar de que en el mundo de hoy sepamos que “todo está edificado sobre la
arena”.
[1] Frase de Paul Valéry.
[2] Esta idea es de Xabier Gorostiaga S.J. (1937-2003) sacerdote jesuita,
economista, de origen vasco y nacionalizado nicaragüense. Fue rector de la
Universidad Centroamericana de Managua,
Ministro de Planificación en la primera etapa del gobierno sandinista
después de la revolución y Secretario Ejecutivo de AUSJAL, la asociación de
universidades jesuitas de américa latina.
[3] Esta idea la sostiene el filósofo vasco Fernando Savater en su libro:
“El valor de educar”.
[4] Morin, E. (2001). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Buenos
Aires. Ed. Nueva visión.
[5] Para quien se interese en revisar algo más sobre esta visión de la
imperfección humana, se recomienda consulta el libro de Ricardo Peter citado en
la bibliografía recomendada.
[6] Este concepto está tomado de Edgar Morin. Al final se recomienda uno
de sus libros sobre el tema educativo.
[7] Konstantino Kavafis, poeta griego.(1836-1933). En su poema “Ítaca”,
plantea que lo importante no es llegar a esa isla deseada, sino que el viaje
“sea largo” y “lleno de experiencias”, pues lo que nos va a enriquecer no es la
llegada sino el camino en el que nos haremos más sabios.
[8] Esta frase la escuché de algún conferencista y fue atribuida por él al
poeta español Antonio Machado (1875-1939).
[9] Esta idea de la compasión como hábito operativo es tratada por Marina,
en el libro que se recomienda al final.
[10] Esta visión de la disciplina está tratada en el libro de Scott Peck
que se recomienda al final.
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