Artículo publicado en El Columnista, con motivo del día del maestro (16 de mayo de 2010).
Para Joe
Flanagan S.J. (Maestro auténtico)
In Memoriam
En la experiencia de toda persona que haya pasado por
la escuela existe la generalidad de los
que han fungido –a veces incluso fingido- como nuestros docentes y existen dos,
tres, quizá cuatro profesores a los que consideramos auténticos maestros por el
impacto de su paso por nuestras vidas.
¿A qué profesores
recordamos con sincero cariño, admiración, respeto y agradecimiento? ¿A qué
maestros hacemos referencia cuando realizamos un recuento de lo que marcó
nuestro modo de ser, de pensar, de actuar y de relacionarnos con el mundo y con
los demás? Seguramente son pocos, un pequeño porcentaje del gran número de
rostros, nombres y anécdotas que llenan nuestra memoria de los tiempos
escolares y/o universitarios.
Sobre este tema
conversaba el Dr. Francisco Galán en una interesante conferencia sobre el papel
del conocimiento en la educación humanista, en una reciente visita a la Ibero
Puebla. ¿Qué es lo que hace que un profesor se vuelva realmente significativo y
podamos decir con estricto rigor que realizó una labor auténticamente
“educativa” en nosotros? Se preguntaba el Dr. Galán frente al público.
La respuesta que daba
me parece fundamental: La clave para que un profesor sea realmente un educador,
es decir, contribuya al desarrollo humano de sus estudiantes, es que ese
profesor viva y demuestre un genuino interés y compromiso con cada uno de sus
educandos.
El mejor profesor no es
entonces el que “más cosas sabe”, no es tampoco el que más altos grados
académicos tiene en su curriculum vitae o el que más cursos de actualización ha
tomado; el mejor profesor tampoco es el que “sabe enseñar mejor” como dicen
muchas veces nuestros alumnos; el mejor profesor no es el que domina las
técnicas y métodos didácticos más modernos o usa el material y la tecnología
más impactante y actualizada. El mejor profesor es ni más ni menos el que es
capaz de transmitir al estudiante el siguiente mensaje: “Tú realmente me
importas”.
Este interés genuino,
este compromiso auténtico con la historia, la búsqueda y el crecimiento de cada
estudiante, aunque parece algo sencillo es lo más complejo de lograr en el
proceso educativo.
Por una parte porque
cada estudiante es distinto. Cada estudiante tiene una historia única e
irrepetible, cada educando está viviendo su propia historia, tratando de
construir-se y de aportar algo a la construcción de la historia y por ello el
mensaje: “Tú realmente me importas” tiene que ver con una capacidad del docente
para comprender esta diversidad y para asumir con amor y respeto este ser único
de cada educando.
Por otro lado, porque
el “tú realmente me importas” no es un simple discurso ni puede quedarse en una
actitud de paternalismo, permisividad o complacencia del docente hacia los
estudiantes. El compromiso que nace del interés genuino por el crecimiento de
cada educando tiene que encarnarse en un nivel existencial profundo en el
docente y traducirse en un proceso continuo de reflexión-acción que, a partir
de la empatía que es mucho más que paternalismo, busque continuamente, en cada
situación del proceso, la respuesta a la pregunta: ¿Qué es realmente lo mejor,
lo que más conviene a este alumno o alumna para su verdadero crecimiento
humano?
Una tercera dimensión
que constituye esta característica fundamental que hace al buen profesor, es la
que mencionaba también el Dr. Galán citando al gran filósofo humanista Philip
Mc Shane: “El buen maestro es el que cuando enseña aritmética a Pablito, en
realidad le está enseñando Pablito a Pablito”. ¿Qué significa esto? Que el gran
profesor, el que realmente educa, es el que no importanto qué asignatura
imparte, lo que hace al facilitar el aprendizaje de esta asignatura es promover
el autodescubrimiento, el autoconocimiento y la autoapropiación de cada uno de
los educandos, es decir: hace que cada educando se vaya descubriendo,
conociendo y construyendo a sí mismo a través de las asignaturas que aprende.
Cuando Pablito aprende
aritmética, Pablito aprende Pablito porque aprende que él tiene en su propia
conciencia un deseo de conocer la Aritmética y un deseo de conocer el mundo, y
que tiene además ciertas habilidades que puede desarrollar para aprehender ese
conocimiento y que por encima de todo ello, tiene la capacidad para aprender lo
que el programa de Aritmética le está presentando. Sabe que puede aprender y
por tanto desarrolla una confianza básica en sí mismo que le ayudará a todos
sus aprendizajes formales e informales en el futuro.
Un gran maestro de
vocación, el prestigiado historiador Edmundo O´Gorman decía que “la docencia es
un acto de amor y si no lo es, es pura pedantería”. Esta es la base de la que
parte el mensaje educador fundamental que comunican todos los buenos
profesores. El mensaje que le dice a cada estudiante: “Tú realmente me
importas” es un mensaje que nace del amor genuino que el docente tiene por cada
uno de sus educandos, independientemente de que “le caiga bien o mal”, de que
simpatice o no con él o ella.
¿Cómo promover este
amor del docente por sus alumnos? ¿Cómo formar docentes que sean capaces de
vivir y comunicar el mensaje básico: “Tú realmente me importas” a cada uno de
sus educandos? Esta es sin duda una tarea muy compleja porque en lo fundamental
no es enseñable.
Es por ello que a pesar
de tantos recursos económicos, materiales, de tiempo y espacio que se invierten
en programas y estrategias de capacitación o formación docente, la calidad
educativa no muestra signos de una mejoría real.
Sin embargo, el proceso
no es totalmente misterioso, intangible o imposible de promover. Es posible
hacer esfuerzos institucionales y de política pública en esta línea. ¿Cómo
puede hacerse algo en esta línea?
La propuesta
fundamental tiene que ver con introducir en el nivel de formación docente el
mismo principio que estamos proponiendo como fundamental en la formación de los
estudiantes. Es decir, que desde el diseño de los programas de formación
docente y sobre todo en la instrumentación y evaluación de estos programas, los
formadores de docentes sean capaces de vivir y comunicar a cada docente en
formación el mensaje básico: “Tú realmente me importas”.
En el momento en que el
docente en formación –sea un profesor en servicio o sea un futuro profesor-
sienta que es realmente importante para el que diseñó el curso o programa de
formación y para el formador que está frente a él, en ese momento empezará un
proceso de apertura que puede sin duda cambiar su manera de entender –apertura
intelectual-, comprometerse y vivir –apertura moral- y de comunicar –apertura
pedagógica- su quehacer a los estudiantes.
Este sería el paso
fundamental: De una formación docente entendida como capacitación muchas veces
tampoco significativa para los docentes hacia una formación docente entendida
como transformación del docente –plenamente asumida por cada profesor porque
está dirigida a él en lo personal- que se sustente en la convicción de que cada
maestro es único e irrepetible y que tenemos que comprometernos con él y creer
en su capacidad de cambio.
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