-Artículo publicado en E-Consulta el 3 de marzo de 2014.
“El conocimiento es
reflexión sobre la información, es capacidad
de discernimiento y de
discriminación respecto a la información que se
tiene, es capacidad de
jerarquizar, de ordenar, de maximizar, etc., la
información que se
recibe. Y esa capacidad no se recibe como información.
Es decir, todo es
información menos el conocimiento que nos permite
aprovechar la
información”.
Fernando Savater.
Potenciar la razón.
La reciente
captura de Joaquín “el chapo” Guzmán, el más buscado y poderoso narcotraficante
sinaloense suscitó una enorme ola de escepticismo que sigue circulando por las
redes sociales a pesar de todas las evidencias que se han venido presentando
por parte de las autoridades a la sociedad.
Comentarios,
chistes, fotografías comparativas e incluso reportajes con información falsa o
tendenciosamente sesgada o exagerada expresaron la incredulidad respecto a que
la persona capturada por la Marina fuera realmente el capo del cártel del
Pacífico.
Pasando por alto
que la fisonomía de todas las personas cambia con los años circulan fotografías
del Chapo hace quince o veinte años y de la persona capturada señalando los
rasgos que supuestamente no coinciden y a partir de estas fotografías algunos
medios de dudoso prestigio señalaron incluso el nombre de la persona inocente
que supuestamente habría sido detenida para simular la aprehensión del
millonario líder delincuencial.
Los comentarios y
reacciones frente a esta lluvia de información que cuestionaba la identidad del
personaje hoy encarcelado coincidían en una idea que podría sintetizarse de la
siguiente forma: “Digan lo que digan y presenten las pruebas que presenten, yo
no creo que se haya capturado al Chapo Guzmán”.
El argumento más
socorrido para explicar este fenómeno que no es nuevo, puesto que se presenta
en la opinión pública cada vez que hay un caso de esta magnitud –el asesinato
de Colosio o el de Ruiz Massieu, las muertes de los dos Secretarios de
Gobernación durante el sexenio de Calderón por mencionar algunos- es el que se
basa en el dicho popular: “la mula no era arisca…” y afirma que lo que pasa es
que por la forma en que históricamente han procedido las autoridades, los
mexicanos ya no creemos en nada.
Esta respuesta es
parcialmente cierta, porque sin duda es verdad que la falta de transparencia y
rendición de cuentas de las autoridades, la incapacidad para resolver clara y
contundentemente los procesos de investigación, el alto índice de corrupción y
de ineptitud que se combinan para que la impunidad siga predominando en lugar
de la impartición de una justicia pronta y expedita, han contribuido y siguen
contribuyendo a que los mexicanos tengamos la tendencia a “no creer” en las
versiones oficiales –como si se tratara de un asunto de fe- a pesar de las
evidencias que puedan ser presentadas.
Esta incredulidad
generalizada resulta contraproducente en términos del derecho a la verdad por
parte de la sociedad puesto que si el gobierno sabe que diga lo que diga no
será creído, tenderá a dar la respuesta más conveniente políticamente aunque
sea falsa.
Pero al mismo
tiempo que los mexicanos no creemos nada, podemos afirmar también con razón que
creemos todo.
Porque a la par
de este escepticismo que nos lleva a la descalificación sin análisis de toda
respuesta emanada del gobierno, los mexicanos hemos desarrollado una actitud de
credulidad total a las versiones que contradigan lo que se afirma de manera
oficial.
De manera que al mismo tiempo que nos
cerramos a aceptar cualquier cosa que diga la autoridad y se presente en los
medios de comunicación que consideramos “vendidos” o “cómplices del sistema”, estamos
siempre abiertos a creer ciegamente y sin necesidad de ninguna prueba en todo
aquello que digan los líderes de oposición y los periodistas o los medios que
consideramos “críticos” o “no sujetos a intereses”.
Es así que aceptamos sin analizar
teorías del complot, conspiraciones malévolas contra el pueblo, “cortinas de
humo”, versiones inverosímiles y simplistas de hechos complejos y todo tipo de
declaraciones y opiniones que, si son en contra de lo que afirman quienes
detentan el poder económico o político, por ese simple hecho adquieren el
estatus de verdades incuestionables.
Tenemos una educación que no desarrolla
la capacidad de razonar, es decir, de entender, reflexionar, discernir y
discriminar la información, una educación que se concreta a transmitir
información y que supone erróneamente, como señala Savater, que tener acceso a
mucha información va a desarrollar la razón.
Por eso se piensa que el problema es
pasar del acceso a la información desde los medios, periodistas o políticos “oficialistas”
al acceso a la información desde medios de oposición y “críticos” de las
posturas gubernamentales. De manera que por eso llegamos a la situación en la
que no creemos nada porque creemos todo.
La verdadera educación tiene que
potenciar la razón. Capacitar a los estudiantes para cuestionar, analizar,
reflexionar, discriminar, discernir y tomar postura frente a la información
oficial y la no oficial. Desarrollar las competencias necesarias para buscar
pruebas y ponderar las evidencias de aquello que se quiere saber con certeza.
Esta es la única manera de aspirar a la
formación de ciudadanos libres, de hombres y mujeres verdaderamente autónomos
para construir una sociedad racional y razonable.
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