*Texto leído en la presentación del libro:
Pérez Fragoso, A.C. y M. Bazdresch (2010). Las voces del aula. Conversar en la escuela. Colección “Somos Maestros”. Convivencia escolar. México. Ed. SM. En la Ibero León, Febrero 2013.
Pérez Fragoso, A.C. y M. Bazdresch (2010). Las voces del aula. Conversar en la escuela. Colección “Somos Maestros”. Convivencia escolar. México. Ed. SM. En la Ibero León, Febrero 2013.
“Vivir para vivir
Sólo vale la pena
vivir para vivir”
J. M. Serrat
Cuando
el llamado profundo, la verdadera vocación humana es vivir para vivir, se vive
hoy en día, se ha vivido mucho tiempo, muchos sujetos humanos se han tenido y
se tienen que conformar con vivir para sobrevivir. Las condiciones
socioeconómicas, las desigualdades ancestrales, el abuso, la explotación siguen
hoy poniendo al ser humano en condiciones que le impiden cumplir con este deseo
fundamental: el de vivir para vivir que significa vivir para la realización,
vivir para gozar la vida, vivir para dar vida y ayudar a que otros tengan
verdadera vida humana, es decir, “vivir para convivir y convivir para vivir”.
Pero
estas condiciones estructurales que impiden a tantas personas cumplir con la
vocación humana fundamental de “vivir para convivir y convivir para vivir”
porque se arraigan y se institucionalizan generando que todo el sistema social
funcione para que se viva para sobrevivir y se conviva para sobrevivir, tienen
su máximo impacto negativo, deshumanizante cuando se convierten en cultura. Es
entonces cuando no solamente los individuos viven para sobrevivir y el sistema
social se organiza para que todos vivan para sobrevivir, para que la
convivencia sea en función de la mera supervivencia, sino que este estado
existencial individual y colectivo se empieza a mirar como “lo natural”, “lo
lógico”, “lo único posible” y hasta como “lo deseable”…y llega el momento en
que también se instituye a través de la educación formal e informal: los padres
y madres educan a sus hijos para aspirar a la supervivencia, para convivir en
función de una guerra por sobrevivir que hay que ganar día a día.
Las escuelas reciben, reproducen y refuerzan
este tipo de educación porque no tienen herramientas para contrarrestar esta
fuerza cultural externa, pero también porque en el fondo nacen de ella. La
escuela nace de esta forma de vivir y convivir distorsionada que se orienta
hacia la reproducción y el reforzamiento del “vivir para sobrevivir”.
1.-Del coexistir al
convivir: Algo que se educa..
“Y hacer tuyo el camino,
que tuyas son las botas.
Que una sonrisa pueda
dar a luz tu boca”.
J.M. Serrat
La
coexistencia es algo natural, espontáneo, “inevitable” en el caso de los
humanos. Coexistir es la manera de vivir humana que corresponde a la propia
naturaleza biológica, psicológica, social, cultural, espiritual, etc. de los
“homo sapiens-demens” (Morin, 2003). Porque como afirma Lonergan: “Antes del nosotros que resulta del mutuo amor
entre un “yo” y un “tú”, se da un nosotros originario que precede a la distinción de los sujetos y
que persiste cuando ella se olvida. Ese
nosotros previo es vital y funcional…es como si nosotros fuéramos miembros unos de otros antes de distinguirnos unos de
otros”. (1988; p. 61)
Pero el
desafío humano consiste en el tránsito permanentemente inacabado e imperfecto
desde esta coexistencia natural hacia la convivencia cultural, es decir, desde
el simple “compartir un espacio y un tiempo” con fines de “supervivencia”
(vivir para sobrevivir, convivir para sobrevivir) hacia el conversar para
compartir y construir juntos (vivir para vivir, convivir para vivir). Este
tránsito no se produce espontáneamente sino que tiene que aprenderse. La
convivencia se educa y este es otro gran supuesto del libro que hoy comentamos:
la convivencia se educa y es necesario educarla, es imprescindible educarla, es
improrrogable educarla si queremos salir de este camino sin sentido sembrado de
violencia, desigualdad y abuso en el que hoy nos encontramos en este y en
muchos países del mundo.
Educar
para la convivencia, educar la convivencia implica romper con las inercias
contextuales y aprovechar todos los espacios –no sólo el del aula, que es el
“terreno del docente”, sino también el patio de recreo, que es el “terreno de
los alumnos-persona” en la escuela para crear nuevos contextos de conversación
para la convivencia. Porque las conversaciones crean su propio contexto y
configuran un cierto lenguaje de manera que es posible y necesario recrear los
contextos escolares y a través de un cambio en el lenguaje, generar
conversación auténtica que pueda promover en los alumnos el aprendizaje de las
formas de caminar desde la coexistencia natural hacia la convivencia construida
en común, desde un conglomerado de personas hacia un grupo-comunidad de
significados, desde la proximidad y la “propincuidad” hacia la afinidad, desde
el nosotros originario hacia el nosotros libremente creado y responsablemente
cuidado.
Esta es
una tarea que implica a todos los sujetos de la educación de manera personal e
intransferible: es una responsabilidad de todos y de cada uno de los que
participan en el proceso educativo desde el docente hasta el alumno, pasando
por el director y los padres de familia y la comunidad que circunda la escuela.
2.-El lenguaje
y la conversación: Para educarnos en el
convivir
“Te dejan sus
herencias,
te marcan un sendero,
te dicen lo que es
malo
y lo que es bueno,
pero...”
J.M. Serrat
La
coexistencia humana implica conversación y es indudable que en la escuela se
conversa, pero por eso mismo resulta fundamental, si queremos educar para vivir
y convivir y no solamente para sobrevivir, preguntarnos continuamente por el
tipo de conversación que se vive en la escuela.
Si se investiga este tema, si se
indaga el tipo de conversación que se produce en la escuela como lo hacen Pérez
Fragoso y Bazdresch (2010) se puede constatar la necesidad urgente de transformar el
lenguaje usado en el aula para regenerar el tipo de conversación y por ende el
tipo de convivencia que se da en la escuela. Porque desafortunadamente el tipo
de conversación que predomina en la escuela es el de la autoridad vertical, el
de las instrucciones unidireccionales, el de la disciplina sin diálogo, el de
la violencia simbólica que finalmente abona a la cultura de la violencia
escolar.
Estos
investigadores nos muestran de manera fehaciente la prevalencia del lenguaje
imperativo y la conversación de poder, que parte de una relación vertical
maestro-alumno y de la idea de que el saber es poseído ya por el docente y
tiene que ser absorbido por el educando es precisamente la herramienta
tradicional de una escuela que ha convertido en cultura el convivir para
sobrevivir y que asume que enseña “lo que es malo y lo que es bueno”, “lo que
es correcto o falso” sin que el educando aporte nada ni participe en absoluto
en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
“El lenguaje no solamente moldea
la consciencia que va desarrollando,
sino que estructura también el mundo que
rodea al sujeto” afirma Lonergan (1988; p. 74) y un lenguaje imperativo e
impositivo moldea sujetos que imponen o que obedecen ciegamente y estructura un
mundo basado en relaciones e
instituciones que aplastan al ser humano en lugar de promover su desarrollo
genuino.
Por ello
“las herencias” que deja la escuela y que se ven reflejadas en la sociedad de
supervivencia que hoy tenemos. Porque la escuela se ha mostrado incapaz de
romper ese círculo vicioso de la sociedad que la produce, porque no se ha
empeñado en ser modelo y en modelar otro tipo de convivencia posible en el que
el educando reaprenda su modo de entender y ejercitar la convivencia.
La tan
de moda “violencia escolar”, el “bullying”, el “acoso” de los estudiantes a
otros estudiantes y aún a docentes no es más que el resultado de este “pecado
de omisión” de la escuela que se conforma con reproducir los tipos de lenguaje
“de poder y de imposición” que predominan en el exterior, enfatizando el
control más que la educación, la enseñanza técnico-instrumental más que el
aprender a vivir juntos o a ser humanos.
Como
afirma Morin (2003: p.185): “La sociedad se autorregenera y se autoperpetúa a
la vez: -Vía las interacciones entre individuos y entre individuos y sociedad…”
Por ello es necesario que los educadores se empeñen, nos empeñemos en educar en
la conversación auténtica para generar una convivencia auténtica que busque
aportar elementos para la autorregeneración social tan urgente en este cambio
de época que no acaba de encontrar el rumbo.
Este no
será un camino fácil por la complejidad humana y la dificultad que implica la
construcción de comunidad donde es evidente que al mismo tiempo que el altruismo
y la cooperación aparecen siempre el egoísmo y el conflicto.
3.-“Conversar
en la escuela”: Invitación e imperativo moral.
“Abrázate a los vientos
y cabalga los montes.
que no acabe el paisaje
con el horizonte”
J.M. Serrat
“ Que el
paisaje” actual de violencia, imposición, intolerancia e indiferencia en el que
se produce la convivencia social no “acabe con el horizonte” en el que
sabemos,- porque somos humanos y sentimos ese llamado a “vivir para vivir”, a
“convivir para vivir”- que otro tipo de convivencia es posible porque otro tipo
de sociedad es necesaria. Que el estado actual de las cosas no opaque la
esperanza, motor del quehacer educativo hacia la humanización.
La
situación de violencia social que se refleja en la violencia escolar, la
situación de violencia escolar que se traducirá en un futuro de violencia
social están enviando con gritos silenciosos una invitación a todos los
educadores para “cabalgar los montes” de
la vida cotidiana en las escuelas (y universidades) tratando de regenerar los
contextos comunicativos para producir conversación que promueva la convivencia
auténtica, la que nos lleva a compartir experiencias, saberes, significados y
valores, la que nos hace posible la construcción aunque sea imperfecta de
comunidad humana.
Esta invitación es al mismo
tiempo, un imperativo moral porque los educadores no pueden, no podemos seguir
dando la vuelta a esta tarea urgente si realmente nos asumimos como
“profesionales de la esperanza”, porque las escuelas no pueden seguir
pretendiendo que su única tarea es la enseñanza de contenidos cada vez menos
significativos precisamente porque no ayudan a “vivir para vivir” y a “convivir
para vivir” en un contexto como el
actual en el que cada día se sale de casa sin saber con certeza si se va
a volver.
La
educación tiene hoy el imperativo moral de educar para la convivencia porque es
cierto, hoy más que nunca que “…Sólo vale la pena vivir
para vivir...”
REFERENCIAS:
Lonergan, B. (1988). Método en Teología. Salamanca. Ed. sígueme.
Morin,
E. (2003). El Método V. La humanidad de
la humanidad. La identidad humana. Madrid. Ediciones Cátedra.
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