*Fragmento de un texto que recoge algunas memorias de mi estancia en Boston en el año académico de 1997-1998.
Lo vimos Mario y yo sorprendidos al
caminar por el MIT, el prestigiado instituto tecnológico donde han estudiado y
dado clases eminencias mundiales y muchos premios Nobel: en un poste de
alumbrado de la plaza central, justo al lado de una hermosa escultura
monumental de Alexander Calder, una especie de altar u ofrenda de muertos como
las que ponemos en México en Noviembre. Sobre el poste y en el piso se
encontraban pegados un muñequito de peluche, unos cigarros Camel, hojas con
reflexiones y una semblanza con la fotografía de este joven, excelente en
computación y en música, integrado a la “cienciología” -unas de esas religiones
nuevas y extrañas- y buen amigo, joven, veinte años o algo así. La descripción
era escalofriante: contaba como, la noche era espléndida en Boston y este
alumno entró al piso quince de la torre, vió por la ventana las estrellas y el
río y decidió que su vida había de terminar, acto seguido se lanzó por la
ventana y cayó justo en esta plaza donde ahora vemos este tributo en el que se
refiere que este es el tercer suicidio en este año en el MIT -y estamos empezando
abril-.
Visitando Cornell otro día,
preguntábamos a Mari insistentemente cuál era el puente que da a ese río con
cascada dentro del campus que es famoso por ser el lugar del que se avientan
los que se quieren suicidar. Cada año hay varios y existe en los servicios de
salud de la universidad folletería an donde se previene este asunto y se dan
terapias cada vez que esto sucede a los amigos cercanos del que se quitó la
vida.
¿Es este el precio de la “excelencia
académica”? ¿es esto realmente “excelencia”? ¿la supervivencia de los más
fuertes? ¿cuánto vale en puntos para el ranking de las mejores universidades
cada suicidio, cada vida que se pierde?
Pruebas palpables de que algo anda
mal en el sistema de educación superior norteamericano, de que hay supuestos y
nociones torcidas en su manera de entender la calidad académica. Sin embargo
este asunto no está a debate: la conclusión parece ser que la universidad está
bien y que los que están mal son estos alumnos que no resisten la presión para
llegar a ser triunfadores...la suposición implícita en estas terapias y
programas de atención a los amigos de los suicidados es que el sistema no
cambiará porque está correcto y lo que hay que atender es los efectos
-seguramente los considerarán marginales y “secundarios” porque
estadísticamente no son un alto porcentaje- de esta búsqueda por la excelencia.
Muchos no llegan al suicidio.
Simplemente se van antes de concluir y sintiéndose unos perdedores, simplemente
se vuelven insensibles competidores y destrozan a los que están junto con tal
de triunfar y destacar ellos porque en esto está cifrado el sentido de su vida,
simplemente acatan las reglas del sistema y juegan este juego aún a costa de su
vida personal y su salud emocional, simplemente alaban este sistema de ganadores
y perdedores y saben, que aunque sientan dolor por las vidas perdidas, esa es
parte del sistema, es el precio que algunos pagan para que los demás lleguen a
ser exitosos: “maldito sistema educativo que produce profesionistas exitosos
para sociedades desintegradas”. Qué sabio suena Gorostiaga en este contexto.
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