*Publicado en Síntesis, 04/09/2006.
Toda educación es el
reflejo de la sociedad y al mismo tiempo
toda sociedad es el reflejo de su educación. ¿Qué sociedad refleja nuestra
educación actual? ¿Qué educación está reflejándose en la situación social que
hoy vivimos? Y mirando estas preguntas en prospectiva: ¿Qué tipo de sociedad
queremos que refleje nuestra educación? Y ¿Qué clase de educación deseamos que
se refleje en nuestra sociedad?
Se habla mucho hoy en
el ámbito educativo de valores necesarios para la convivencia en estos tiempos
de globalización y de conciencia de la pluralidad cultural, étnica, religiosa,
social, etc. Valores tales como el
respeto, la tolerancia, la libertad de expresión y elección, son exaltados hoy
en el discurso educativo como necesarios para formar a los ciudadanos del siglo
XXI.
Del mismo modo, en
nuestra sociedad actual escuchamos continuamente hablar de estos valores como
indispensables para la construcción de un país más justo y más humano en la
nueva realidad socio-política mexicana que expresa, aún de manera
indiferenciada y a veces caótica, esta pluralidad del mundo contemporáneo.
Sin embargo la realidad
educativa y la realidad social parecen estar viviéndose desde otros fundamentos
mucho menos positivos y deseables. Nos encontramos hoy en un país donde
pareciera que no hay salida intermedia entre la anarquía y el desdén por toda
normatividad, reglamentación e institucionalidad (“al diablo con las
instituciones”) y un reclamo de ciertos sectores por la vuelta al autoritarismo
del pasado (“el gobierno es débil, el gobierno debería aplicar la ley aún por
la fuerza”).
Estamos asimismo en una
realidad educativa donde parece estar viviéndose esta polarización entre
quienes siguen defendiendo una formación centrada en la autoridad del maestro y
la enseñanza de ciertos conceptos y de ciertos valores impuestos desde esta
autoridad –aunque en el discurso sean defensores de la libertad, la flexibilidad
y el énfasis en el estudiante- y quienes verían que hay que romper con toda
forma de imposición en el aula y en las instituciones escolares pero que
entienden esta nueva visión como una ruptura total y un desdén hacia todo lo
que implique orden, búsqueda de calidad o eficiencia, indicadores de
evaluación, disciplina, etc.
Tenemos entonces una
sociedad donde, en primer lugar, se manejan en el discurso ciertos valores que
no son los que en la realidad están imperando y una educación que parece estar
en la misma tesitura y por ello tenemos una formación ciudadana esquizofrénica
en la que cada estudiante aprende a manejarse de una manera en lo discursivo y
de otra muy distinta en lo práctico.
Esto se debe, desde mi
punto de vista a que nuestra sociedad y nuestra educación no logran dar el paso
hacia una visión de complejidad y siguen leyendo y respondiendo a los hechos
desde una perspectiva simplista, dialéctica y hasta maniquea.
Tenemos entonces
una sociedad donde inevitablemente predomina la necesidad de optar entre esto O
aquello, entre tal O cual postura, entre este grupo O ese otro, entre este
líder O el otro. Una sociedad en la que hay “los buenos” y “los malos”, “los de
la derecha autoritaria” y “los de la izquierda revoltosa” y así en todos los ámbitos
por lo que es prácticamente imposible establecer el diálogo y buscar la
tolerancia y el respeto.
Del mismo modo vivimos
una educación donde se forma en esta visión de la disyunción propia de la
simplicidad (“O”) y no en la visión de la conjunción propia de la complejidad
(“Y”). Las ciencias naturales de lo
absolutamente verdadero frente a lo totalmente falso, la formación ética y
cívica de lo únicamente bueno contra lo incuestionablemente malo, la historia
de los héroes sin defectos contra los villanos sin matices. Esta es la visión
que sigue predominando en nuestras escuelas en el día a día a pesar de que en
la teoría se digan cosas distintas.
Si queremos construir
una sociedad diferente donde realmente se vivan la tolerancia, el respeto, el
diálogo y las libertades, tenemos que hacer un esfuerzo intelectual serio por dar
el salto entre la visión de simplicidad y la visión de complejidad. Esto nos
dará una capacidad para entender los fenómenos de una manera integral, con
matices y sin etiquetas maniqueas y será la herramienta para formar a los
nuevos ciudadanos en la convicción profunda de que el dilema no está en la
opción entre este líder o este grupo o aquél, sino en el esfuerzo continuo por
construir y asumir lo que es más inteligente, más razonable y más responsable
en cada situación existencial y social.
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