*Publicado en Puebla on line en septiembre de 2011.
“El hecho inevitable es que estamos continuamente
haciendo juicios de valor, o sea, conociendo valores
y viviendo nuestras
vidas sobre las bases de estos
valores. Distinguimos
entre buenas y malas escuelas,
buenas y malas
políticas, políticos honestos y deshonestos,
buenas y malas
acciones. Funcionamos en sociedad
con base en estos
valores…”[1]
(Cronin, 2006; p. 5)
Desde hace algunas semanas varios analistas
de la realidad nacional han dedicado sus columnas periodísticas al tema de la
crisis moral que subyace a la situación de violencia que está apoderándose de
gran parte de nuestro país.
El tema es polémico puesto que el
hablar de moral parece para algunos –con visión científica positivista-
cuestión de simple “literatura” y para otros –con perspectiva sociológica de
izquierda- puede convertirse en una manera de justificar el estado de cosas y
relevar de su responsabilidad a las autoridades encargadas de proporcionarnos
seguridad.
Sin embargo considero necesario que
los ciudadanos y los actores de la educación reflexionemos sobre esta dimensión
de la realidad en que vivimos, porque me parece que es la raíz más profunda y
difícil de revertir de esta espiral de muerte que azota al país de manera
creciente.
Porque como afirma la cita que
aparece al inicio de este artículo, es un hecho inevitable que los seres
humanos hacemos juicios de valor y esto implica que conocemos ciertos valores y
vivimos conforme a ellos nuestra existencia individual y social.
“…Distinguimos entre entre buenas y
malas acciones…” menciona la cita y el problema en que estamos involucrados los
mexicanos de esta segunda década del siglo XXI tiene que ver con que nuestra
sociedad parece estar perdiendo la capacidad de distinguir estas cuestiones que
son fundamentales para vivir una vida y construir una sociedad que puedan
calificarse como humanas.
En efecto, si bien resulta innegable
que en la situación actual, la violencia y el crimen tienen que ver con
acciones particulares de individuos que
podríamos considerar como “malas personas”, es evidente que no puede explicarse únicamente desde esta
perspectiva particular o estadística.
También es cierto que la situación
actual que vive México tiene que ver con una severa crisis institucional que ha
deformado las dinámicas de interacción social, las estructuras policíacas, el
sistema de justicia, la forma de legislar y aplicar las leyes, las políticas
públicas y su forma de operar y todo el sistema social en el que predominan la
impunidad, la corrupción y los intereses particulares y de grupo o partido por
encima del bienestar de la sociedad.
Esta crisis institucional es una
explicación más amplia y pertinente pero no agota los elementos o niveles de
análisis para comprender en toda su complejidad la situación que estamos
viviendo.
Es necesario también caer en la
cuenta de que como afirma el intelectual francés Edgar Morin entre muchos otros
autores, estamos viviendo además de una crisis institucional una profunda
crisis moral que exige una reforma ética de largo aliento.
Esto no significa que como dicen
algunos, “se hayan perdido los valores”, porque los valores no están en la
realidad externa, no son algo que podamos perder y “recuperar” o “rescatar” del
pasado o de algún lugar misterioso en el que están depositados. Los valores se
construyen en las interacciones que realizamos con el mundo natural, con los
objetos construidos, con los demás seres humanos, con la sociedad toda y con la
especie humana a partir de los juicios de valor que hacemos.
Hay muchos signos de que estas
interacciones se han distorsionado y de que nuestra sociedad ha perdido la
capacidad de distinguir entre “buenas y malas acciones…” pues incluso empieza a percibir como “natural”
o lógica la resolución violenta –verbal o física- de los conflictos y
diferencias.
El sistema educativo tendría que
asumir su responsabilidad en esta crisis moral y empezar a establecer políticas
que comiencen a crear una nueva conciencia moral en los estudiantes. Una
conciencia capaz de distinguir entre “lo humano y lo inhumano” en nuestro
contexto de cambio de época, una conciencia capacitada para hacer buenos
juicios de valor que resuelvan las diferencias a través del diálogo y el respecto
activo. Una conciencia capaz de conmoverse con el sufrimiento que genera la
violencia y de manifestarse pacíficamente a favor de la paz.
Solamente así podremos reformar las
instituciones y lograr que la crisis estructural que reproduce la violencia pueda
ser revertida.
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