*Otro fragmento de mis anécdotas de la vida en Boston (1997-1998).
“¿Tendría usted hambre extra?”, me
pregunta un señor de unos cuarentaytantos años en inglés, la pregunta me
desconcierta, yo voy llegando con Gaby al Mac Donald´s del centro de Boston
para comer un lunch ligero mientras llega la hora de la comida. Tenemos un
ratito antes de tomar el metro para ir por las niñas a la escuela y esto es lo
más rápido y barato. El lugar se encuentra hoy especialmente lleno hasta el
tope, seguramente porque hoy sí coincidió nuestra hambre con el horario de
lunch habitual para este país. “¿Perdón?” le contesto y él me dice
extendiéndome una bolsa de papel de las que usan para meter aquí los pedidos
para llevar: “es que yo compré estas comidas pero solamente quiero los beanie
babies, ¿aceptaría usted comerse está comida?, yo sólo quiero los beanie
babies”, repite como para que yo vea que no hay engaño y que la comida está
limpia y recién envuelta, yo de inmediato le contesto que sí, tomo la bolsa y
le digo a Gaby que solamente compre los refrescos porque ya nos salió la comida
gratis...veo al interior de la bolsa y efectivamente, hay tres hamburguesas
pequeñas, de esas que vienen en las “happy meals” de los niños con sus
respectivos paquetitos de “french fries”. Llega Gaby con los refrescos y
comentamos el curioso incidente, comemos las hamburguesas y las papitas y
comentamos que, salvo que este hombre pidió las hamburguesas sin queso, pues
qué buena onda que nos ahorramos el lunch.
Hasta allí todo sería simplemente
para decir: “qué suerte”, si no fuera por lo que esto significa no como un
hecho aislado sino como un comportamiento que está llegando a enfermedad
colectiva. En efecto, tan sólo tres días antes en Poughkiepsie, Rita Lewis y su
hijo nos comentaban de esta fiebre por los famosos “Beanie babies” y de lo
absurdo que esto les parecía dado que son simplemente unos animales de tela, de
esos rellenos que ha habido desde hace muchos años con distintos nombres. La
obsesión por estos “obsequios “ que hace Mac Donald´s tan “generosamente” junto
con la comida para niños ha llegado al grado que nos comentaba Timothy, el hijo
de Rita, que una señora presentó una protesta legal contra la empresa porque le
puso un límite de “happy meals” que podía comprar de un jalón. Increíble pero
cierto, esta persona llegaba a la tienda a comprar prácticamente toda la
dotación de “beanie babies” que tuvieran en ese local en “happy meals” que
seguramente -salvo que posea además el record Guiness de “comedora de
hamburguesas y papas fritas”- tiraría a la basura conservando solamente los
dichosos juguetitos.
Nosotros ya habíamos llegado un par
de veces a comer hamburguesas y al pedir el paquete para las niñas nos habían
dicho que no había “beanie babies”, una vez nos los cambiaron por otro juguete
y una galletita, otra vez de plano no hubo juguete, pero nunca pensamos que
fuera debido a esta fiebre colectiva de coleccionistas.
Pero aquí estaba yo, “beneficiario”
azaroso de esta enfermedad del consumo irracional y ciego, constatando como, un
esclavo de la publicidad indiscriminada de esta empresa multinacional, había
llegado a comprar hamburguesas queriendo en realidad tener un juguete -lo cual
sucede a veces con los niños que van a Mac Donald´s más por eso que porque les
guste la comida rápida, pero dije bien EN LOS NIÑOS-. ¿Cuántas hamburguesas y
papas venderán en esta promoción de esta forma, es decir, vendiendo solamente
el juguete? ¿qué hubiera hecho el señor si no encuentra rápidamente quien
aceptara la comida que ofrecía? ¿Cuánta comida -de Mac Donald´s, pero comida al
fin- se tirará a la basura diariamente por los fanáticos de los beanie babies?
¿A cuántos hombres, mujeres y niños del planeta se podría aliviar un poco del
hambre con esta comida tirada por el estúpido deseo de un juguete de trapo?
¿Qué tan grande puede ser la mercadotecnia que los que quieren beanie babies
van a Mac Donald´s a comprar beanie babies en vez de comprarlos en una
juguetería donde cuestan prácticamente lo mismo que una happy meal o menos?
¿Qué tan grandes serán los márgenes de ganancia -y cómo se obtendrán- de esta
empresa que puede dar una hamburguesa, unas papas, un refresco y un juguete por
este precio? Esta y otras muchas preguntas se me vinieron a la mente a raíz de
esta experiencia. Pero sobre todo, la pregunta que me hice y que me hago es:
¿No habrá límites morales que puedan regular este mercado salvaje y absurdo
supuestamente “libre”? ¿Hasta dónde llega mi libertad para comprar la comida
que pueda con mi dinero y tirarla porque es mía, porque yo la compré, sin
pensar en la gente que muere de hambre? ¿Hasta dónde puede llegar un sistema
que propicia estos absurdos y genera estas desigualdades crecientes?
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