I
El diario Reforma publicó el domingo pasado una nota donde da cuenta de los resultados de la Encuesta Nacional de Educación Básica 2013 del Instituto de Fomento e Investigación Educativa (IFIE).
Uno de los elementos que llama la
atención de dichos resultados, es que muestran que los profesores
mexicanos “tienen poca fe en sus alumnos”.
Según la encuesta referida en esta nota,
seis de cada diez docentes mexicanos de primaria y secundaria de
escuela pública consideran que sus alumnos cuando mucho llegarán a
estudiar hasta la secundaria. Datos de la misma encuesta revelan que
cinco de cada diez profesores de la misma muestra piensan que sus hijos
llegarán a estudiar una licenciatura, porcentaje que tampoco muestra un
alto grado de confianza.
Estos resultados nos muestran a un
magisterio desmoralizado frente al futuro de sus estudiantes, un
profesorado que ha perdido la confianza en que sus alumnos puedan
desarrollarse y construir una trayectoria escolar exitosa que los lleve a
concluir una licenciatura o incluso un posgrado. Los docentes no creen
en sus alumnos y esa expectativa negativa produce un “efecto de profecía
cumplida”, es decir, el docente no espera nada de sus estudiantes y
actúa frente a ellos en el aula transmitiéndoles este pesimismo,
condenándolos a hacer realidad el fracaso escolar que está profetizando.
Educar implica “creer para ver”. Si un
profesor no cree en el potencial de desarrollo humano y profesional de
sus estudiantes será mucho más improbable que pueda promover en ellos
este potencial y por ende resultará prácticamente imposible que llegue a
ver resultados positivos de su labor.
II
Comparto en twitter la liga a esta nota periodística y una persona me responde: “¿Y la fe se los alumnos a los profesores existirá? ¿Y de los exalumnos y padres de familia también existirá ?”
Desafortunadamente, le contesto, creo que esa fe tampoco existe. Los
alumnos tampoco muestran hoy mucha fe en sus profesores y los exalumnos y
padres de familia tampoco aportan con sus comportamientos elementos
para concluir que tienen fe en los profesores que tuvieron y en los
docentes que están ahora educando a sus hijos.
Festejamos esta semana en México el día
del maestro y lo hacemos en un contexto en el que la imagen y el estatus
de los docentes en nuestra sociedad se encuentran cada vez más
deteriorados. Los resultados de la muy deficiente calidad de los
aprendizajes de nuestros niños y jóvenes de escuelas públicas y privadas
en el contexto nacional e internacional, las constantes huelgas, paros,
plantones y manifestaciones de las organizaciones magisteriales
oficiales o disidentes, las muestras de acciones cada vez más violentas
por parte de los profesores que se oponen a la reforma educativa en
Guerrero o de los normalistas de Michoacán y muchos otros elementos han
ido contribuyendo a que la sociedad crea cada vez menos en los
educadores.
Educar implica “creer para ver”. Si los
padres de familia, los empresarios, los medios de comunicación no
creemos en nuestros docentes y en su capacidad y compromiso para formar a
las nuevas generaciones estaremos también contribuyendo al “efecto de
profecía cumplida” y será cada vez más difícil observar un mejoramiento
en los resultados de la calidad educativa en nuestra sociedad.
III
“Una de las causas por las que los
maestros consideran que su labor no es efectiva, y por tanto sus alumnos
no llegarán muy lejos, es porque los maestros han estado abandonados”,
refirió Milagros Fernández, directora del IFIE en la entrevista
concedida a este diario para comentar los resultados de la encuesta. En
efecto, según los datos recabados en este estudio, un 37 por ciento de
los docentes no recibe retroalimentación, ni del asesor técnico
pedagógico, ni del supervisor de la zona escolar. Además de ello, el 33
por ciento señaló que es poco frecuente que los profesores en la escuela
observen y discutan la práctica docente de otro maestro.
En efecto, una de las múltiples causas
de que los maestros no crean en sus alumnos y piensen que no llegarán
muy lejos estriba en el abandono en que se encuentran en su labor
cotidiana. El sistema educativo que tenemos fue construido en la lógica
de control burocrático y vigilancia política que requería la estructura
corporativista del partido único en el poder y no con la finalidad de un
seguimiento y retroalimentación académica de los profesores.
Lo anterior implica que los supervisores
escolares actúen generalmente, salvo contadas excepciones, como
“inspectores” que vigilan la asistencia y participación en actividades
de la secretaría y el cumplimiento de la entrega de documentación y
demás requisitos burocráticos y no como facilitadores de oportunidades
de mejora para los docentes de las escuelas que están bajo su
coordinación. El asesor técnico pedagógico tiene en esta lógica un papel
de asistente administrativo del supervisor y no ejerce generalmente
labores auténticas de asesoría técnica y pedagógica.
Pero lo más grave de esta situación,
consecuencia en parte de este abandono académico, en parte del deterioro
de la imagen social y en parte también de la propia pasividad y rutina
que envuelve con facilidad el trabajo docente cotidiano es que los
docentes no creen que sus alumnos llegarán muy lejos porque “consideran
que su labor no es efectiva”, es decir, porque en el fondo los
profesores no creen en su propio trabajo, no creen en sí mismos como
factores reales de cambio en las condiciones de vida de sus estudiantes y
no consideran que su labor tenga relevancia e impacto real en la
sociedad que hoy vivimos.
Educar implica “creer para ver”. Si los
docentes no creen en su propia labor, si no creen que su trabajo pueda
tener impacto para transformar la sociedad injusta, desigual,
excluyente, intolerante, violenta y corrupta en que hoy vivimos, será
prácticamente imposible que lleguen a ver resultados del trabajo que
realizan cotidianamente.
IV
“Y sin embargo, yo fui tal como ustedes,
joven, lleno de bellos ideales,
soñé fundiendo el cobre
y limando las caras del diamante:
Aquí me tienen hoy
Detrás de este mesón inconfortable,
Embrutecido por el sonsonete
De las quinientas horas semanales.”
Y sin embargo, yo fui tal como ustedes,
podrán decir muchos maestros cansados por los años, atrapados por la
rutina, encerrados en la chamba. Yo fui tal como ustedes y tuve ideales,
pero estoy ahora aquí, embrutecido por el sonsonete que yo mismo he
creado y que no he tratado de modificar, por el sonsonete en el que me
ha metido un sistema educativo corporativo y burocrático centrado en el
control político y no en el desarrollo educativo, por el sonsonete en
que me ha metido una sociedad que exige docentes de alta calidad pero
obstaculiza su labor de muchas maneras.
Como dice Hansen
(1995), la docencia es una de las profesiones donde es clave la persona
que la ejerce. En muchas profesiones basta con tener a cualquier
persona que sepa los procesos, los pasos, el manejo de las máquinas. En
la docencia hay siempre una relación interpersonal, una relación entre
visiones del mundo y proyectos de vida, y cuando el proyecto de vida del
profesor está marcado por la desmoralización, lo único que podrá
comunicarse es desánimo y desesperanza.
Pero si el docente está continuamente
cuidando y desarrollando su vocación, es decir, tratando de que su
práctica cotidiana le siga aportando, en términos del mismo Hansen:
elementos de desarrollo personal y profesional y compromiso con la
transformación social, entonces será un docente que crea en sí mismo y
en sus estudiantes y con ello irá recuperando la fe de los mismos
estudiantes, de los padres de familia y de la sociedad en su conjunto.
Mi deseo para este día del maestro es
que los docentes, los estudiantes, los padres de familia y toda la
sociedad volvamos a creer en lo que expresa la frase de Henry Brooks
Adams ”Los profesores afectan a la eternidad; nadie puede decir donde se termina su influencia” . Felicidades.
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