“No
se puede aceptar la disolución de la ética en la política,
que
se torna entonces en puro cinismo; no se puede soñar
con una política al servicio de la ética. La
complementariedad
dialógica entre la ética y la política
comporta dificultades,
incertidumbre, y algunas veces,
contradicción”.[1]
Edgar
Morin.
Un país prácticamente postrado ante
la violencia, el abuso, la imposición de los monopolios económicos, la
dictadura de la partidocracia y de una clase política cuya identidad
generacional se define desde el inmovilismo y la falta de voluntad para generar
las reformas urgentes que necesita el país, un país en crisis institucional
severa es el México de la segunda década del siglo veintiuno.
Pero además de la crisis
institucional, ya de por sí muy grave porque se traduce en un mal estructural
que se reproduce y ahonda cada día, vivimos en un país caracterizado por una
profunda crisis moral, un país en el que la “ética se ha diluido en la
política”, volviéndose puro cinismo que se exhibe en los discursos, en las
declaraciones, en las ruedas de prensa y en los spots que nos invaden y nos
invadirán cada vez más a partir de este fin de año y hasta que termine el
proceso electoral del 2012.
La situación amerita una reflexión
muy seria, puesto que es necesario pensar, -muy probablemente desde movimientos
ciudadanos como el de “Paz con justicia y dignidad” que encabeza Javier Sicilia
(https://www.facebook.com/pages/Movimiento-por-la-Paz-con-Justicia-y-Dignidad/124809987605763), el de los indignados que está empezando a surgir a
partir del ejemplo del 15M, los acampados en la plaza del Sol (http://alt1040.com/2011/06/movimiento-15m) y el “occupy Wall Street”( http://occupywallst.org/)-, en estrategias para que la ética vuelva a la
política, porque si bien es cierto que no pueden confundirse, la ética y la
política se requieren mutuamente en un círculo dialógico como afirma Morin.
En efecto, las grandes finalidades
éticas necesitan de estrategias políticas para lograr ser instrumentadas como
la política necesita de un mínimo de ética para poder con su finalidad de
gestión del bienestar colectivo.
Es así que una ética para el siglo
XXI debe ser simultáneamente, como afirma el mismo autor, una autoética –una
ética del cuidado de uno mismo y de nuestros seres cercanos-, una socioética
–una ética de construcción política del bienestar colectivo- y una antropoética
-una ética del cuidado de la especie humana como parte del ecosistema
planetario-.
“Necesitamos
crear instancias planetarias capaces de enfrentar los problemas vitales y de
trabajar para la confederación y la democracia planetarias”[2]
al mismo tiempo que creamos instituciones sociales sólidas y democráticas al
interior de nuestro país y construimos responsablemente una existencia personal
y familiar que apunte hacia aquello que es verdaderamente humanizante.
Para la creación de las instancias
planetarias y de las instituciones sociales es indispensable la relación
ética-política, que también está presente sin duda en la construcción personal
y familiar si se entienden las personas y las familias como partes inseparables
de este todo social y planetario.
Pero la escuela parece partir de una
visión reduccionista y simplificadora en sus esfuerzos de formación valoral. Si
analizamos los programas de formación en valores y los enfoques didácticos para
la educación moral que se utilizan en los planes de estudio de nuestras
instituciones educativas, podemos comprobar que la formación moral se entiende
únicamente desde la autoética y desafortunadamente, desde una perspectiva
neoconservadora en que la autoética consiste en el aprendizaje y la práctica de
ciertas normas o valores considerados como universales y enseñados de manera
dogmática.
Es muy escasa la formación de una
socioética y de una antropoética en el sistema educativo, porque implica una
formación política de los educandos que quizá es aún considerada como peligrosa
para el mantenimiento del statu quo.
Sin embargo la formación valoral
desde una visión compleja que incluya las tres dimensiones citadas y que
apunte, desde una formación de conciencia política –entendida esta formación en
un sentido no partidista sino cívico y pluralista- hacia la formación de ciudadanía
planetaria para la democracia local y global, resulta impostergable si queremos
salir de esta profunda crisis ético-política o político-ética que está llevando
al país y al mundo entero hacia una degradación cada vez más profunda del
tejido social y a un deterioro progresivo de la convivencia humana.
Ojalá los educadores, directivos,
investigadores, padres de familia y la sociedad toda caminemos en la línea de
generar un cambio de perspectiva en la formación valoral desde una ética
compleja y pongamos las condiciones para una reforma profunda de la ética en la
educación y de la educación ética confiando en que como afirma también Edgar
Morin: “En las situaciones de crisis hay al mismo tiempo, degeneración y
regeneración ética”[3].
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