*Mi primera colaboración en la columna Educación personalizante de Lado B en septiembre de 2011.
A propósito del
material en video de Ronald Hubbard distribuido por la SEP en Puebla y al
parecer en otros estados de la república y que ha causado tanta polémica en los
medios durante las semanas pasadas,
resulta necesario insistir en la reflexión sobre el tema de la educación
en valores y las características que debería tener una educación moral que esté
a la altura de nuestros tiempos.
“El camino a la
felicidad”, se titula esta propuesta que plantea dieciocho normas o valores a
seguir en la vida para poder llegar a la felicidad que se define en la introducción
como la “maximización del placer y la minimización del dolor” que es “lo que
buscan todos los seres humanos”.
Estas normas se
presentan como una especie de receta que debe seguirse al pie de la letra para
lograr una vida plena. Las dieciocho prescripciones van desde “cuidar la salud”
–comer sanamente, cepillarse los dientes y “masticar chicle” después de cada
comida (¿?), bañarse y lavarse las manos- hasta “no asesinar” –distinguiendo
entre matar y asesinar- pasando por “respetar la legalidad”.
Independientemente del
análisis que se debiera hacer de las normas que conforman este código
moral –que tiene muchos elementos de una
filosofía individualista liberal de acuerdo a su origen geocultural y de
relativismo epistemológico que puede explicarse por la “nueva era” inserta en
la posmodernidad en que vive el mundo en el siglo XXI- las preguntas clave que
todo educador tendría que hacerse antes de trabajar o no con sus estudiantes
este video es: ¿Existe un camino para la felicidad? ¿Este camino consiste en un
código moral a seguir? ¿Quién determina cuáles son los preceptos o normas que
llevarán a un ser humano a la felicidad? ¿Educar en valores en el mundo de hoy
consiste en enseñar a los alumnos este u otro listado de normas o valores
morales?
La investigación
educativa y el desarrollo de la ética como disciplina filosófica parecen
mostrar que no. En primer lugar, que no existe un camino a la felicidad
–universal y único- sino múltiples proyectos imperfectos de felicidad que
dependen de cada persona, grupo o cultura. Además, que para hacer posibles
estos múltiples proyectos de felicidad es necesario plantear exigencias mínimas
de justicia que son la condición indispensable para aspirar a ser felices.
Porque la felicidad no puede existir para unos cuantos mientras la mayoría vive
sufriendo.
En segundo lugar, que
la búsqueda de la felicidad y sobre todo la búsqueda de la felicidad para los
seres humanos del cambio de época en que nos encontramos no consiste en el
seguimiento de un código moral o de una serie de normas o preceptos infalibles
y descontextualizados sino en el saber caminar tratando de construir una vida
lo más auténticamente humana posible, es decir, lo más inteligente, razonable y
responsable en un mundo cuyas características distintivas son la incertidumbre
y la pluralidad. Porque en el terreno moral, dice el filósofo canadiense Keneth
Melchin: “podemos vivir con las respuestas correctas pero las preguntas
equivocadas”, es decir, podemos tener el mejor código o listado de normas
morales pero la construcción de una vida éticamente válida es algo mucho más
dinámico y complejo que consiste en enfrentar los dilemas que el entorno y
nuestra propia existencia nos van presentando.
Por esto mismo
finalmente, resulta claro que educar en valores en estos tiempos de crisis
civilizatoria no puede ya consistir en enseñar o inculcar determinados valores
o normas morales sino en facilitar procesos de introspección y diálogo a través
de los cuales los educandos se autodescubran como seres estructuralmente
morales, como seres que valoran y deciden en contextos de incertidumbre y
pluralidad y que necesitan ir descubriendo cómo buscar la felicidad individual
y colectiva tratando de cumplir las exigencias comunes de justicia que el vivir
en sociedad reclama a toda persona consciente.
Educar en valores hoy,
no consiste en enseñar valores sino en promover que los alumnos vayan
aprendiendo a valorar y decidir cada vez mejor en medio de situaciones
dilemáticas y conflictivas.
De este modo, más que
enseñar “el camino a la felicidad” habrá que comprometerse con las futuras
generaciones de mexicanos para que aprendan a vivir la felicidad como camino
hacia su propia realización y hacia la humanización progresiva de la sociedad
en la que viven y de la humanidad a la que pertenecen.
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