*Fragmento de mis memorias de la experiencia en Boston en el año académico 1997-1998.
Quizá fue uno de los oficios
religiosos más impactantes de cualquier jueves santo que yo haya vivido...pero
no fue en ninguna iglesia sino en una sala de conciertos. Quizá fue una de las
preguntas que más me han hecho reflexionar sobre mi fe...pero no fue hecha por
un teólogo sino por un niño. Quizá fue una de las pascuas que más he
disfrutado...pero no fue solamente el hecho religioso sino el símbolo cultural
que contagia.
Jueves santo, siete treinta de la
noche, simphony hall. El día anterior había yo asistido al ensayo abierto, salí
impactado y me sirvió para prepararme espiritualmente para el concierto formal.
Pensé que sería como un verdadero oficio religioso...si yo estaba abierto a
recibir el mensaje estético pero también su contenido trascendente. “La pasión
según San Mateo” de J.S. Bach, interpretada por la sinfónica de Boston
conducida por el impactante Seiji Ozawa, asistí con Gaby y con Mario, temía que
ellos no estuvieran en sintonía y que se aburrieran, la obra es larguísima,
casi tres horas y es cantada toda en alemán. Nos dan programas de mano con
traducción al inglés para seguirla...inicia el concierto...la estructura va
narrando textualmente los capítulos en los que Mateo cuenta la pasión de Cristo
pero con partes intermedias en las que la persona creyente en voz de los
solistas va reflexionando cada paso y la fe colectiva representada por un coro
va haciendo lo propio. Casi tres horas de desarrollo, una contralto brillante,
un coro extraordinario, los demás solistas también excelentes...Es toda una
experiencia para mí, Gaby y Mario la disfrutan también muchísimo, no hay
cansancio sino un extraordinario sabor de boca al final, un haber sido tocados
por el talento de Bach, contagiados de solemnidad, de dolor, de esperanza...El
silencio al momento en que narran que Jesús expira es impresionante, todos
estamos dentro...
La pregunta es muy simple: misa de
domingo de resurrección, en la homilía el padre dice que un niño -lo llama por
su nombre y le pide que se levante para que lo veamos- de doce años, le
preguntó el viernes durante el via crucis: ¿Por qué los judíos tienen un Dios
poderoso y grande y nosotros creemos en un Dios débil y sufriente que fue
mandado a crucificar entre los ladrones? La homilía giró en torno a la
respuesta, al final el padre le agradeció al niño por habernos ayudado a pensar
en eso. Me quedé pensando en cuantos sacerdotes en Puebla habrían no solamente
permitido que un niño interrumpiera el via crucis con una pregunta “tan simple”
sino tomado en cuenta la pregunta, organizado la homilía en torno a ella y dado
las gracias públicamente a ese niño por haberla hecho. Pero me quedé pensando
sobre todo en la pregunta y en lo paradójica que es nuestra fe, siempre a
contracorriente de lo que al mundo le parece lo importante, lo destacable, lo
obvio. Un Dios dócil y sufriente pero a la vez fuerte y digno porque acepta ese
final con toda responsabilidad, porque la acepta por amor a nosotros -aún a ese
conocido de Luis que dice que “Jesus gave his life for somedy else, not for
me”- por amor a ese padre que ha creado todo, por amor a esa búsqueda humana
que termina en el reencuentro con él. Un Dios paradójico sin duda para los
criterios humanos: ¿por qué nació pobre y en un pueblo esclavo del imperio romano?
¿por qué no nació romano o aún mejor gringo del siglo veinte? ¿por qué no fue
gran empresario, líder político de nuestro tiempo, basketbolista ídolo de
multitudes, profesor de Economía en Harvard? ¿Qué implica eso para mí?
Todo eso me dejó pensando la pregunta
“simple” de ese niño. La enorme paradoja que significa aceptar a ese Dios en
nuestra propia vida, la implicación de ello que nos hace quizá tener que
brillar menos pero dar más calor, ser menos eficientes pero más efectivos, ser
más humildes pero a la vez más importantes para la obra de humanización del
mundo por el amor.
Eso es en el fondo la pascua: la
celebración del triunfo de una vida a contracorriente, el gozo de la derrota de
la muerte no por la ciencia, por la tecnología o por el poder sino por el amor,
la búsqueda de criterios más humanos, la crítica a lo establecido, el
testimonio sencillo que hace temblar a todo un sistema. El triunfo de ese reino
que no es de este mundo pero empieza aquí, en la lucha cotidiana.
Es por ello que nos llamó la
atención la celebración de la Pascua. El poder del símbolo que trasciende el
templo y llega a la vida cotidiana hace sin duda que esta celebración se mucho
mayor y más notable que en México, quizá también esa cultura que hace que ellos
celebren más el triunfo de la resurrección que la aparente derrota de la cruz,
en eso somos más trágicos y sufrientes como cultura. Pero aquí la pascua es en
grande, es quizá junto con Thaksgiving, el día más importante del año en cuanto
a reunión de toda la familia. Lo notamos al entrar al templo, gran número de
visitantes, cambio en el vestuario (todos vestidos como de “domingo”,
elegantes, muchos de corbata y saco, de fiesta pues), familias completas donde
normalmente hay más gente sola o parejas mayores sin los hijos, etc. La
celebración continuó al terminar la misa afuera con la búsqueda de los huevos
de pascua (el “egg roll”) por los niños, globos con la leyenda: “Jesus ha
resucitado, aleluia!!” y café y galletas para todos...Una fiesta importante que
hace que incluso el comercio cierre...y para que aquí el comercio cierre...
Comentaba con Gaby la importancia de
que haya símbolos especiales de esa fecha para que se resalte y no se asista a
una misa más: el easter bunny, los huevos de pascua, los globos, etc. cosas simples
pero que van haciendo que los niños tengan un sentimiento especial ante esa
celebración y los grandes evoquen esos sentimientos y participen en la fiesta
de manera especial.
Una semana santa diferente, otros
signos movieron sin duda mi interioridad, revitalizaron eso que a veces se
vuelve rutina o incluso tedio o rebeldía...
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